POLITICA
Estrategias K

La vida después de Misiones

La idea de tapar el debate sobre la reelección lanzando a Cristina es, tal vez, predemocrática y vincula las prácticas kirchneristascon antiguas costumbres mornárquicas.

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Luis XIV heredó el trono francés de su papá, Luis XIII, y al morir, en 1714, lo dejó en las asentaderas de su bisnieto, Luis XV. De sus 77 años de vida, Luis XIV pasó 41 (casi 15.000 días) sentadito en ese magno sillón, gracias a que aprendió muy bien las teorías absolutistas de Thomas Hobbes: el rey representa la razón, ante el salvajismo y el egoísmo de los hombres en su estado natural.

Entre la muerte de su padre y la mayoría de edad, Francia fue gobernada por la mamá de Luisito XIV, Ana de Austria. Nadie se hubiera atrevido por aquel entonces a hablar de reelecciones, ya que se daba por hecho el poder cuasi divino del monarca. La cuestión era que el sucesor llevara la misma sangre en sus venas, o, a lo sumo, que hubiera a mano una dama consorte dotada con el suficiente espíritu de mando y una inviolable fidelidad al clan. Aun así, existían las voces ácidas en las cortes luisinas. La de Madame de Motteville, refinada durante los 25 años que frecuentó aquel ambiente, era una de ellas.

“Los hombres tienen una vida corta –escribió Madame en sus memorias– y en el tiempo que la fortuna les concede se ven constantemente afligidos por esa enfermedad contagiosa, la ambición, que les quita todo reposo, corroe su corazón, oscurece su mente y los priva del uso de la razón, hasta desconocer el valor de la equidad, de la justicia y de la bondad.” Si a la vieja Françoise le hubiera tocado vivir en la Argentina de 2006, tal vez habría podido sacar idéntica conclusión tras las elecciones misioneras. Y acaso se hubiera vuelto cristinista.

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La idea de tapar el debate inconveniente y piantavotos sobre la reelección de Néstor Kirchner haciendo flamear a su esposa como la candidata para el año próximo, pone las cosas en un punto muy curioso, acaso predemocrático. Está dicho: cuando Luis XIV estaba impedido de ejercer la corona porque era menor de edad –ya en esos días había cosas que no quedaban nada bien, porque hasta las monarquías evolucionan–, le cubrió las espaldas la esposa de su papá. Los Luises, como el mejor Guillermo Francella, estaban convencidos de que lo primero es la familia. ¿Y los Kirchner?

Esta semana, como una Madame de Motteville contemporánea, la Primera Dama salió a combatir la insensibilidad masculina. Aún no había terminado de presentar su aplaudido proyecto para que la Corte Suprema vuelva a tener cinco integrantes, cuando ya estaba relanzando su figura a tono de campaña electoral en La Matanza, capital nacional de la pobreza por kilómetro cuadrado. Acotación al margen: nadie sabe cuándo la Corte volverá a tener sólo cinco ministros –no se piensa jubilar a nadie–; y, pese a que celebran la intención, ninguno de ellos se siente capaz de lograr una mayoría siendo siete para resolver temas cruciales. Una vez más, vale el gesto por sobre cualquier otra cuestión de Estado.

El jueves pasado, un día antes del acto en La Matanza, el presidente Kirchner se mostró en Moreno con una gorrita amarilla que decía: “¡Vida!”. El kirchnerismo está dispuesto a demostrarse que la hay después de Misiones.