Su nombre aparece cada vez que hay un conflicto en Aerolíneas Argentinas (AA). Ganó la conducción del sindicato de pilotos (APLA) por apenas tres votos y desde entonces supo tejer relaciones con el ex presidente Néstor Kirchner y con el ex secretario de Transporte, Ricardo Jaime, que le sirvieron en bandeja un poder excepcional.
Controla con mano de hierro a los 1.100 pilotos de AA, digita quiénes vuelan al exterior y quiénes hacen cabotaje, y ningún avión sale del país sin su autorización. El poder que acumuló al calor del kirchnerismo se transformó en un búmeran: el Gobierno no lo puede controlar. Tuvo más poder que la empresa española Marsans y tiene ahora más influencia que la administración estatal.
En una semana, Jorge Alberto Pérez Tamayo cumplirá 63 años. Entró a Aerolíneas en octubre de 1974, y su carrera fue en ascenso. Desde entonces hasta ahora AA fue estatal, se privatizó y se reestatizó, y la situación financiera de la línea de bandera empeoró. Pero su poder no se achicó, creció.
Su padre fue piloto. Su hijo, Diego Pérez Barrigi, que también es piloto, es el prosecretario gremial del sindicato. Su esposa, Mónica Cusse, también trabaja en Aerolíneas. Hoy, Pérez Tamayo tiene la capacidad de paralizar un servicio esencial para los argentinos y maneja su gremio de manera similar a la del camionero Hugo Moyano, uno de sus aliados en la CGT.
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