PROTAGONISTAS
En primera persona

Karen Marón, corresponsal de guerra: oficio en la línea de fuego

La periodista argentina fue testigo de los conflictos bélicos que marcaron los últimos quince años. Su compromiso profesional le valió infinidad de reconocimientos. Conocé su historia.

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Informar en medio del horror. Karen Marón en el Líbano. La periodista argentina multipremiada ejerce como corresponsal de guerra desde hace quince años. | Gentileza: Jason P. Howe

Karen Marón es argentina y tiene un oficio poco común que desarrolla desde hace 15 años: es corresponsal de guerra. Ser testigo del horror y estar en pleno conflicto bélico no hizo más que afianzar su compromiso con la información, hecho que le valió una serie de importantes distinciones.

De descendencia libanesa (sus abuelos paternos nacieron en El Líbano) la periodista de guerra fue nombrada en Londres como una de las 100 reporteras más influyentes del mundo que cubren conflictos armados; y considerada también una de las Personalidades Libanesas-americanas más Influyentes del Mundo 2018 (premio otorgado  por la organización Lebanese In The Usa & Canadá en su cuarta edición). En marzo además formó parte de la lista de mujeres más prestigiosas y relevantes de la Diáspora libanesa. En diálogo con PERFIL habla sobre su pasión por informar, qué significa lidiar con la muerte a su alrededor y cómo se relata la noticia en medio del desastre.

―¿Cómo enfrenta un corresponsal la cobertura de una guerra?
―Siempre digo que la primera víctima en una guerra es la verdad. Aunque en realidad considero que la primera víctima en una guerra somos todos. Pero, específicamente respecto al tema de la información, la primera víctima de la guerra es la verdad, como expresó el Senador estadounidense Hiram Johnson en 1917 hace casi cien años durante la Primera Guerra Mundial. También se le atribuye una frase similar a Winston Churchill durante la Segunda Guerra, cuando dijo que la verdad en tiempos de guerra era tan preciosa que necesitaba ser custodiada por los guardaespaldas de la mentira. Obviamente cuando en la guerra la primera víctima es la verdad esto repercute directamente sobre la información, dado que con una información falsa, que falta a la verdad o que está distorsionada, los periodistas, los medios de comunicación y muchos otros actores son responsables por acción o por omisión, para que se produzcan actos terribles o como para que contribuyan en un proceso de paz. Pero indudablemente la primera víctima es la verdad. Sin eso la información no sería víctima.

―¿Cómo se logra informar en medio del horror?
―Tenemos que tener en cuenta dos vertientes, los dos pilares importantes: uno es la libertad de expresión, la libertad de información y otro es el derecho a la información de los oyentes, televidentes y lectores, quienes tienen el derecho a estar informados certeramente y con la verdad, no ser engañados y manipulados.

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Karen Maron, corresponsal de guerra. Imagen de Libia. Misurata. Foto: Archivo

―¿Cómo es la logística a la hora de trabajar en determinado lugar de conflicto?
―Cada lugar es absolutamente diferente por su geografía, su cultura, su idiosincrasia, religión, por los motivos y por los actores del conflicto involucrados en esa guerra. Son diferentes aunque en muchos casos son análogos por los intereses por lo que se produce el conflicto que pueden ser o no lo mismos. Por lo tanto, la logística es diferente porque nos movemos en territorios, actores, idiomas diversos, pero hay cosas que son básicas: preparar un botiquín de primeros auxilios específico para la misión, el casco y chalecos antibalas perfectamente identificados con la leyenda de Press (prensa e inglés) y del idioma local donde se cubre el conflicto, balizas de emergencia, enchufes múltiples. Además de cinta adhesivas para colocar en los vidrios de las ventanas y evitar los estallidos cuando detonan los explosivos o carros bombas, anteojos de protección anti esquirlas, linterna de bolsillo, suero fisiológico, equipo de cubiertos plegables, tapones para los oídos manta isotérmica, mosquetones, bolsas para retretes portátiles, herramienta multiusos, linterna frontal con haz blanco, rojo o azul, mochila con múltiples bolsillos, máscara anti-gas, baterías recargables, gel hidro-alcohólico para desinfectar las manos, pastillas para purificar el agua, repelente de mosquitos, toallitas de bebé y pañuelos hasta los equipos tecnológicos que tienen que ver con el hecho de que la cobertura sea óptima. En este caso se necesita desde un BGAN —que es un dispositivo satelital para uso móvil que se instala a la computadora y es lo que permite que pueda emitirse el material como los artículos, videos, audios y fotografías— hasta tu propio teléfono satelital, que es un tipo de teléfono móvil que se conecta directamente a un satélite de telecomunicaciones. También se utilizan muchísimos elementos más, desde alimento especial, pues a veces comemos raciones de combates o tomamos sales hidratantes. Cuando armo la mochila junto con mi casco y chaleco, llevo casi siempre los mismos elementos, dándole fundamental importancia a pasaportes vigentes, carnet de prensa, tarjeta con el grupo sanguíneo y alergias, la cartilla de vacunación internacional, el permiso de conducir internacional y mapas de carreteras y planos de ciudades.

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Marón en Irak, Kirkuk, en un campo de refugiados kurdos. Foto: Archivo

―¿Cómo saben los corresponsales, junto con su equipo (ya sea camarógrafo o productor) por dónde es seguro moverse en un territorio?
―En cuanto al movimiento en el terreno, aunque en una hora determinada una ruta puede ser segura, minutos después se puede convertir en el lugar más peligroso de ese terreno donde peligra la vida de uno y de los demás. Se debe estar muy atento y juega mucho la intuición y la inteligencia emocional además de la inteligencia racional. Hay que estar muy atentos. Además, uno desarrolla con el tiempo determinadas actitudes y aptitudes que tiene que ver con los acontecimientos y hechos que se desarrollan en un ambiente hostil. También en algunas guerras la logística que implica muchos aspectos, desde transporte, distribución, mantenimiento, evacuación y disposición de material y despliegue, se puede armar en función de rutinas que se generan en conflictos determinados. Por ejemplo en Irak la explosión de los primeros “carros bombas” se producían —luego de la invasión y posterior ocupación— después del canto del muecín, el encargado en la mezquita que desde el alminar convoca en voz alta a los fieles musulmanes para que acudan a la oración. Ya sabíamos que teníamos que salir hacia una cobertura, a contar la historia: cómo, por qué, en qué circunstancias. La logística depende de la dinámica del conflicto.

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Karen Maron en Irak,  Kirkuk. Foto: Archivo

―¿Qué formación tiene que tener un periodista para ser un corresponsal de guerra?
―Hay que tener algunas formaciones muy específicas como por ejemplo: geopolítica, historia, cultura, religiones, las rutinas y los idiomas de cualquier grupo, las reglas del Derecho Internacional Humanitario, terrorismo y contraterrorismo, política, economía e internacionales, supervivencia, primeros auxilios, elaboración de planes de contingencia detallados en caso de emergencias, identificando las rutas de la salida y los contactos confiables toma de rehenes y negociación entre muchas otras disciplinas, porque va a estar en situaciones de mucha complejidad en relación a otros individuos, en una zona sumamente conflictiva. Además, hay que adquirir conocimientos sobre el manejo del estrés que es algo fundamental en situaciones hostiles, porque estamos expuestos a situaciones que nos pueden generar graves traumas psicológicos además de físicos. El conocimiento se divide en cuestiones prácticas que hacen al trabajo en el terreno y en una formación académica seria que impactará en la calidad del trabajo.

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Irak, Bagdad. Mujeres en campo de desplazados chiítas. Foto: Archivo

―Además de lo ya mencionado ¿hay algo muy específico que no le puede faltar a ningún corresponsal?
―El conocimiento que tiene que ver con formación académica, un background fundamental que como periodistas debemos tener y es mucho más específico cuando se cubra un conflicto en especial. Tenemos que hacer una inmersión en una cultura totalmente diferente, y convertirnos de alguna manera en etnógrafos como dice nuestro gran maestro Ryszard Kapuściński. Seremos de alguna forma antropólogos e investigadores y descubridores y tenemos que adecuarnos a esas situaciones. A su vez implica que tengamos una gran flexibilidad, una gran plasticidad, que tengamos capacidad de respeto por otras culturas, por otros pensamientos. Fundamentalmente debemos tener empatía. Con respecto a la empatía, al trato hacia las víctimas de la guerra, que a mí me gusta decirles “inocentes”, porque su capacidad de resiliencia es tan alta que yo elegí no instalarlos en el rol de víctimas en los conflictos, eso no se aprende en ningún curso, eso hace a la persona misma. Cada uno va a tener su estilo. Obviamente cada uno va a desarrollar su trabajo en función de su propia personalidad. Esto es en lo que yo creo, en las capacitaciones específicas, en las formaciones académicas y en la evolución como ser humano para poder desarrollar una labor tan delicada en un lugar tan trágico como es la guerra.

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Irak, Bagdad, atentado en un centro de alimentos para civiles. Foto: Archivo

―¿Qué es lo más triste que te tocó ver en una cobertura?
―No lo sé en primera instancia porque cuando me hacen esa pregunta, vienen mil imágenes, mil olores, mil ruidos y en cada cobertura viví experiencias muy tristes. Generalmente recuerdo que están relacionadas con el momento personal que estoy viviendo. Aunque cada conflicto es diferente, en todos se cruza el sufrimiento del ser humano y es en donde se ven las luces y las sombras que tenemos los seres humanos en toda su dimensión. Puedo dar diferentes ejemplos y son muchísimos, generalmente relacionados con niños y eso me ha entristecido durante años. También me ha generado una gran responsabilidad., ya sea por acción o por omisión. Sigue viniendo a mi mente algo que digo muchas veces y es una imagen que se clavó en mi retina y quizá no haya sido la peor.

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Libia, Ajdabyia. Desplazamiento militar de milicias rebeldes. Foto: Archivo

―¿Cuál es específicamente?
―Es una hilera de cadáveres pequeñitos de niños, uno al lado del otro, en un campo de refugiados palestinos en el sur del Líbano. Esos ataúdes pequeñitos estaban contra un paredón y cada uno tenía un número. Simboliza muchas cosas. Cada uno de esos niños que apenas habían nacido se habían convertido en números y habían perdido su vida antes de comenzar. Por alguna razón en especial eso tiene mucha significación para mí.

"Los niños que están en la guerra no eligen morir. Ellos no saben de rutas del petróleo ni de gasoductos, ni de geopolítica"

―¿Qué te representa ese recuerdo?
―Representa todas las tristezas, todos los momentos tristes que viví en un conflicto. Más allá que queda en mí todo eso, ellos no eligen estar en la guerra, ellos no eligen morir, no saben de rutas del petróleo, ni de gasoductos, ni de geopolítica, ni de juegos de guerra. Los niños que estaba en esos ataúdes, más todos los seres humanos que vi en las situaciones más extremas, me producen tristeza porque son los verdaderos inocentes; y son por los que algunos periodistas vamos allí y contamos la historia. Es tener el privilegio de contar la historia de lo que sucede en esta humanidad y de lo que sucede con esos inocentes.

Producción Multimedia y agradecimiento: César Calvo