Por exhibir sus 18 tatuajes se convirtió en un sex symbol del Mundial. Pero Ezequiel “Pocho” Lavezzi no es el único jugador de la Selección con el cuerpo pintado y admirado tanto por la platea femenina como masculina.
Con un revólver a la altura de la cintura, dos máscaras, el nombre de su hijo, la virgen de Lourdes, Jesús y cinco símbolos chinos con las iniciales de sus seres queridos en el brazo, entre otros, el cuerpo del Pocho parece un muestrario de tatuajes. “El primero me lo hice cuando tenía 12 años, y a partir de entonces no pude parar. Hoy, antes de hacérmelos les busco alguna justificación”, contó hace un tiempo el delantero. Uno de los responsables de varios de esos dibujos es Claudio Wagener –alias Chatrán–, quien tiene su local en la galería Bond Street. “A Pocho lo conocí cuando él estaba en San Lorenzo. La primera vez no sabía qué hacerse y yo justo estaba con un book, vio un revólver dibujado y se lo tatuó", cuenta.
"Cuando se lo terminé, le pedí que festejara un gol a los tiros... ¡y lo hizo! Al día siguiente apareció en el local para contarme que había tenido que ir a declarar por incitación a la violencia. Me quería matar, pero nos reímos. Tiene buen sentido del humor”, relató Chatrán a PERFIL. “Después de diez trabajos que le hice, ya pasaba a tomar chocolatada. Luego se fue a Italia; pero cuando está por acá pasa a saludarme”.
Angel Di María tiene más de diez tatuajes, y el responsable de muchos de ellos es el argentino Arturo Méndez, quien viaja desde las islas Canarias, donde reside desde hace 14 años, hasta Madrid para tatuar al jugador. “El día que me llamó no lo podía creer. Fue como un sueño, soy fanático de Central y también rosarino. Me crié en el mismo barrio que Jorgelina, la mujer de Angel. Ella era amiga de mi hermana y por unos amigos en común que están acá en España me contactaron. Yo siempre hacía el chiste y decía que le avisaran que yo le arreglaba los tatuajes. Y finalmente me llamó al local. Sabía que estaba en el Real Madrid, pero para mí era tan lejano e intocable... Sin embargo, es supercomún. Cuando viajo a Madrid me quedo en su casa”, explica a PERFIL. Y detalla: “Las primeras veces le arreglé algunos tatuajes que se había hecho en Portugal, les di un poco de color. Y después empecé a hacerle dibujos: el corazón con el nombre de su hija, Mía, se lo hice yo. Le arreglé una frase que tiene en el brazo, le di sombra, le mejoré las letras y le hice un recuadro con olas, rosas... Le uní unas letras chinas que él ya tenía y lo último fue una rosa. La idea es que le quede todo el brazo tatuado e ir ensamblando todo".
“Eso sí –dice–, todo lo que se hizo tiene un significado. Por ejemplo, un sol que se hizo de chico en Rosario lo comparte con todos sus amigos. En la espalda, unas manos rezando con un rosario porque es muy religioso. Tiene el nombre de su hermana, de sus padres, el escudo de Central... y le gusta tatuarse. Cada vez que voy le hago al menos dos tatuajes. Para el segundo ya no siente nada. Es un muy buen tipo, muy familiero, muy amigo de sus amigos y humilde. También tatúo a la mujer. Ellos se consultan los tatuajes y ella es muy perfeccionista, quiere que le queden más que bien”.
Quien no la pasa nada bien cuando se tatúa es Lionel Messi. Así lo revela su tatuador, Guillermo Villalba, muy solicitado en España, donde vivió una década. “Messi llegó a través de Dani Alves (N. de R.: el jugador brasileño). Primero le tatué a Antonella una mariposa, y él preguntaba y miraba. Hasta que me mostró la foto de la mamá en el celular y me dijo que se la quería hacer en las costillas. Pero como ahí duele mucho, le recomendé el omóplato. Así que un día volvió con un asistente para hacérselo. Llegó muy nervioso, y cuando le dije que soy argentino se sintió mejor. Nos quedamos charlando y le puse música de los Cadillacs para que se relajara. Pero apenas empecé se agarró a la camilla, que parecía que la rompía del miedo que tenía. Había llegado sin desayunar, así que tuvimos que parar para que comiera algo porque tenía miedo de que se me desmayara. Pero se lo terminé. Y hasta me dijo que se iba a hacer la cara del padre en el otro omóplato”, contó Villalba a PERFIL.
Mariano Antonio, también argentino, es otro elegido por deportistas y rockeros. En el Mundial de Sudáfrica, Maradona lo llamó y le pidió que fuera al búnker de Ezeiza para que le tatuara “Benjamín”, el nombre de su nieto. También atendió al actual arquero Sergio Romero y a Fernando Gago. “A los dos les escribí los nombres de sus respectivos hijos. Son muy buena onda”.
A la hora de buscar un factor común entre los futbolistas, Chatrán asegura: “Los jugadores se miran mucho y se copian mucho entre ellos, no soló en la vestimenta sino también en los tattoos”.
Tendencia futbolera, dibujos, tinta y también diván
“Entre los jugadores más tatuados se destaca David Beckham, se nota que cuida mucho la estética. También Juan Manuel Iturbe, quien hoy juega en Europa y también tiene buenos dibujos. Se los hizo en Portugal y le quedaron muy bien. Ellos marcan tendencia, y si se tatúan afuera son de mejor calidad. En Europa hay profesionales de primera”, dice el argentino Mariano Antonio.
Por su parte, Leo Millares trabajó sobre el cuerpo de varios jugadores del Real Madrid. Uno de ellos es José María Gutiérrez Hernández, alias el Guti. Según Millares, “Guti tiene como mínimo un litro de tinta en la piel”. “Las sesiones de tatuaje suelen durar unas tres o cuatro horas y con Guti hicimos ocho sesiones, así que si las pusiéramos todas juntas, saldría como un día entero sin parar de tatuarle un brazo”.
Otro que se destaca es Dani Alves. “Le hice de todo; en los dos brazos, Cristo, una frase bíblica, un buda, una cruz, una carpa koi, una frase japonesa, el nombre del padre en las costillas... Es difícil contar cuántos tiene porque se van fundiendo unos con otros. Sí tengo contadas las veces que vino, unas cuarenta. Y hacíamos sesiones de una hora. Yo, en general, hago una sola sesión de varias horas, pero él no aguanta. Por eso hacemos varias de una hora”, cuenta Villalba. Y suma una anécdota: “En el brazo tenía tatuada la cara de su esposa, Dinorah Santa Ana, y ella tenía la de él. Cuando se separaron, ¡vino cada uno por su lado a tapárselo, y me preguntaban qué había hecho el otro! Tuve que decirles que no quería estar en el medio”.
Como dice Mariano Antonio, “el trabajo nuestro se parece mucho al del psicólogo, se termina haciendo terapia de diván”.