Como saben, esta semana se sentarán con el Gobierno empresarios y sindicalistas para buscar un acuerdo de precios y salarios. Pero habrá otra mesa de diálogo que vendrá a continuación, será la del Consejo Económico y Social que Alberto Fernández había prometido durante la campaña electoral.
Todavía no se anunció, pero el elegido para presidir el Consejo es Gustavo Beliz, hombre de máxima confianza del Presidente. Desde hace tiempo, Beliz viene estudiando modelos similares como los de Holanda, Portugal, España y Francia. Y ya habló con potenciales integrantes del Consejo. Los nombres de los que hablaron con Beliz todavía no se conocen pero habrá empresarios, sindicalistas y especialistas en educación, medio ambiente y nuevas tecnologías. Se los designará por decreto y no recibirán remuneración alguna.
El anuncio formal será a principios de marzo y habrá una carta de intención firmada por todos los miembros del Consejo que hablará del futuro del trabajo, del vínculo entre empleo y educación, de la revolución tecnológica y de cuestiones ecológicas.
Eso sí, por ahora no se mencionarán temas sensibles para algunos. O sea: nada de andar hablando de un shock de trabajo para incorporar al 50% de la población que hoy está afuera del trabajo formal. Que es una de las propuestas que Roberto Lavagna le había sugerido a Alberto Fernández.
Lavagna es la persona en la que primero había pensado el Presidente para presidir este Consejo, pero nunca lo pudo convencer y tampoco ahora será de la partida. Salvo que sea cierto que también se incorporarán al Consejo personalidades notables del exterior, como el premio Nobel Joseph Stiglitz, y eso lo haga cambiar de opinión a Lavagna. Difícil.
Un Consejo Económico y Social no es la panacea para cierto cristinismo que sospecha de las relaciones estrechas con el establishment empresarial y sindical, ni para algunos líderes parlamentarios que temen que el Consejo les quite centralidad y poder.
Pero en la medida en que represente un ámbito de análisis pluralista y profundo, y en la medida en que pueda avanzar de verdad en la resolución concreta de problemas urgentes y de fondo, puede llegar a representar un mensaje en sí mismo. El mensaje de que la construcción de consensos no es una misión imposible. Ni siquiera para los argentinos.