SOCIEDAD
UN ASESINO SERIAL QUE ATACO EN 1972

El "Caníbal", al que se lo comió la tierra

Es uno de los casos más misteriosos de la historia criminal argentina. Hace 35 años, un delincuente mató de tres a cinco bellas mujeres y atacó a otras tantas. Nunca lo atraparon. Sorprendía a sus víctimas en oscuros baldíos de San Isidro. Las violaba, las estrangulaba y les arrancaba partes del cuerpo a mordiscones. Los peritos lo definieron como un sádico sexual. Todas las mujeres atacadas eran jóvenes, bonitas y rubias. Sólo la muerte pudo detener al asesino serial, ya que creen que murió abatido por la Policía, aunque nunca fue identificado. Tenía un gran estado atlético.

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Anthony Hopkins protagoniz a un canibal en el cine. | GET

Sus perseguidores se resignaron a que se lo tragara la tierra. Poco se sabe del feroz asesino serial que en 1972 atacaba a mujeres jóvenes, lindas y rubias. Ninguna de ellas le vio la cara con precisión. Nadie supo su nombre. La prensa lo llamó de distintas maneras: sátiro, degenerado, loco amoral, perverso, maniático o hiena asesina. Para la policía, era el “ Caníbal de San Isidro”.

Al misterioso homicida se le adjudican de tres a cinco crímenes y otros tantos ataques a jóvenes. Acechaba de noche, cerca de las paradas de la línea de colectivos 60. Sorprendía a sus víctimas en baldíos o descampados. Las sometía por la espalda, les tapaba la boca, las dejaba inconscientes con un golpe y las violaba. Al final, culminaba la acción con un rito atroz: les arrancaba a mordiscones distintas partes del cuerpo.

Mataba por placer, como el ‘Petiso Orejudo’ o Robledo Puch. Eso es típico de un asesino en serie que considera que los humanos son un objeto de su propiedad, sus piezas privadas. Sentía excitación cuando mataba sin piedad. Con su fuerza bestial deshacía los cuellos. Es del tipo de asesinos predadores”, le dijo a PERFIL el forense Osvaldo Raffo, quien investigó la cacería del “Caníbal”.

Los criminalistas confeccionaron una dentadura sobre la base de las mordidas que dejaba en el cuerpo de sus víctimas. Así eliminaron a 24 sospechosos, tras comparar las piezas dentales. “ Las mordidas eran violentísimas”, recuerda Raffo.

El caso ocupó gran espacio en las páginas policiales de esa época, aunque en noviembre de 1972 perdió peso mediático por el regreso de Juan Domingo Perón al país, tras su exilio.

El caso más resonante ocurrió el miércoles 23 de noviembre de 1972. La víctima fue Diana Goldstein, de 23 años. Era rubia, alta, linda, de ojos celestes, estudiaba periodismo y trabajaba en la fábrica de colchones de su padre. La encontró un canillita en el jardín de un vecino de la víctima, entre rosales y cipreses, en un chalé de Emilio Mitre 134, en Martínez.

La chica tenía un pulóver rojo y una pollera negra destrozados y le faltaban partes del cuerpo. La autopsia, hecha por Raffo, determinó que murió estrangulada, tras ser violada a pocas cuadras del lugar donde fue encontrado el cuerpo. Le faltaba un tercio de la lengua, el labio inferior, una parte de una mejilla, piel de la mano derecha, en el cuello y la punta de la nariz. Su padre había denunciado la desaparición la noche anterior.

Era una hippie, le gustaba cantar en las fiestas, vestía de modo estrafalario”, dijo una vecina. Al principio, la Policía detuvo a cuatro ex presuntos amantes de la chica: uno de ellos se hizo pasar por pianista en un crucero que la joven hizo a Río de Janeiro. Los liberaron. No era un crimen pasional; estaban en presencia de un asesino serial que mataba por períodos, respetando lo que los criminalistas llaman etapa de “ cool-off ” o de enfriamiento.

Por la declaración de una de sus bellas víctimas, que se salvó de sus feroces garras, el sujeto amoral ya había propinado bárbaros ataques a mujeres de la zona norte”, publicó por entonces el diario La Razón. Una de las mujeres que pudo escapar declaró que fue atacada en la avenida Maipú, a metros de la parada del colectivo. Contó que el agresor, al que apenas vio en la oscuridad, teníanariz aguileña, mirada extraviada y estaba peinado hacia atrás. Un colectivero vio a un pasajero de características similares que se sentaba al lado de mujeres y las acosaba. Antes de morderla, el alienado le tapó la boca con sus manos carnosas. “ Sus dedos olían mal, por eso sospechamos que se trataba de un basurero”, contó una fuente policial.

Según los investigadores, el asesino era fuerte, de impecable estado atlético, desarrollaba un oficio rudo, trabajaba hasta las 23 porque los ataques se producían después de esa hora y perseguía a las víctimas por los baldíos. Pero el asesino desapareció. Creen que lo abatió la Policía. Sólo hay una certeza: los asesinos seriales sólo dejan de matar cuando están muertos.

San Isidro, un coto de caza. La zona de San Isidro también fue un coto de caza para otro temible asesino serial argentino: Francisco Antonio Laureana, el artesano que mató, en 1975, a once mujeres y niñas y atacó a otras tantas. El criminal, que había sido seminarista en Corrientes, comenzó su cacería en un colegio religioso, donde violó y ahorcó con una soga desde la escalera a una religiosa.

El asesino elegía víctimas que tomaban sol en los chalés. “ El predador acechaba desde afuera y daba el zarpazo ante el menor descuido. Atacaba los miércoles y jueves a las 18. Como todo serial, vivía una etapa de enfriamiento entre cada crimen”, afirmó Osvaldo Raffo, quien investigó a Laureana.

Antes de salir de su casa, el asesino le decía a su esposa que cuidara a sus tres hijos: “ No saqués a los pibes a la calle porque andan muchos degenerados dando vueltas”. Laureana mataba estrangulando, ahorcando, disparando. De cada víctima se llevaba un objeto, que guardaba en una bota. No dejaba rastros y a veces volvía al lugar del hecho para rememorarlo. En uno de los ataques, al salir de una casa, un hombre lo vio. El le disparó. El testimonio del sobreviviente sirvió para confeccionar un identikit. Cuando la Policía le preguntó al testigo si podía identificar al asesino, contestó: “ De esa cara no me olvidaré nunca en mi vida”.

Para atraparlo le pusieron varios anzuelos: policías con peluca rubia y mujeres tomando sol en piletas. Nunca lo mordió. Su último ataque no llegó a consumarse: una nena lo vio parecido al identikit que estaba pegado en la heladera y le contó a su madre. La mujer simuló llamar a su marido y el asesino, sonriente, se retiró a paso lento. Murió abatido por la Policía, cuando se escondía en un gallinero antes de ser descubierto por un perro. En el lugar, hallaron dos gallinas estranguladas.