SOCIEDAD
informe del centro medico dra. katz

Hambre emocional: las mujeres comen dulces, los hombres ‘pican’

Un estudio revela que hay diferencias de género a la hora de atacar la heladera. Ellas lo hacen por tristeza y ansiedad, ellos movidos por la ira.

El diario de Bridget Jones. Come  el helado contra el mal de amores.
| Cedoc

Ya es un ícono del cine: cuando el personaje de Bridget Jones sufría por amor, ahogaba sus penas en comida y se gratificaba comiendo helado y galletitas. Pero esto no pasa sólo en Hollywood: según estudios recientes, las mujeres comen de más cuando son guiadas por emociones como la tristeza y la ansiedad. Y el enojo, en cambio, es la emoción que más lleva a los hombres a abrir la heladera para darse atracones, especialmente de noche.
Así lo demuestran los resultados de un informe del Centro médico Dra. Katz: el “hambre emocional” –o la necesidad de consumir alimentos guiados por las emociones– afecta sobre todo a las mujeres y es una de las causas más significativas en el aumento de peso.

Más del 74 % de los encuestados asegura que necesita canalizar la ansiedad diaria a través de la comida. Por otro lado, el 40% de las mujeres dice que, en los períodos en que está triste, come de más.
“Lo que pudimos observar es que las mujeres son más comedoras emocionales, tienden a usar la comida como una forma de regular las emociones. Pero al mismo tiempo, es el hombre el que tiene comportamientos más desordenados, con porciones excesivas y grandes atracones”, explica Mónica Katz, médica especialista en nutrición y directora del estudio. A la noche es el momento en que casi el 47% de los hombres tiende a concentrar la comida. Así es como lo vive Federico Sáez todos los días: “A veces, durante el trabajo, el almuerzo se pasa de largo o es un simple tentempié, después no hay merienda y por eso a la noche devorás la heladera. Es el momento en que se acumulan el cansancio, los problemas del día, y la comida me resulta una válvula de escape”, relata. “Lo peor de todo es que, casi inconscientemente, termina volviéndose un hábito. Y tiene que ver con la ansiedad en que vivimos”, agrega.

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Según el informe –que incluyó a 481 personas de distintas edades y contexturas físicas–, aquellas que manifiestan comer de más al estar tristes o enojadas presentan índices de masa corporal mayores a los que no lo hacen. También el tipo de alimentos a los que recurren varía según el género: mientras los varones prefieren los alimentos salados, las mujeres se inclinan por lo dulce.

Sin solución. Desde la psicología, la relación que se tuvo con la comida desde la infancia puede ser clave para entender el comportamiento al llegar a la adultez. “La alimentación es el primer contacto afectivo que tiene el ser humano desde la lactancia. Si cuando un bebé llora, lo único en que se piensa es que tiene hambre y se lo alimenta, es posible que esa persona cada vez que tenga una situación emocional complicada, crea que tenga hambre y la canalice con comida”, sostiene María Teresa Calabrese, psiquiatra y psicóloga de la Asociación Psicoanalítica Argentina.

Esa necesidad de comida es la que siente Florencia Díaz, por ejemplo, cuando está impaciente o nerviosa. “Los días en que me siento ansiosa es cuando más como. Siento que canalizo los nervios a través de la comida y, sí, lamentablemente me doy cuenta que como de más. Es como una forma de matar el tiempo”, cuenta. Es que, según los especialistas, ingerir comida en los momentos de nervios trae un efecto de calma instantánea, aunque no soluciones a largo plazo. Así lo explica Katz: “Se habla de las comidas de confort, como papas fritas o golosinas, que evocan a situaciones agradables de la infancia. Lo que se busca es la sensación, no la comida en sí”. Y advierte: “Como el alimento disminuye la hormona principal del estrés, resulta una estrategia para lograr bienestar momentáneo y calma. El problema es que las próximas veces, esa persona va a volver a recurrir a la comida y no a un amigo, un deporte o un especialista”.

 

El aburrimiento suma kilos en ‘Gran Hermano’

En distintas ediciones del programa Gran Hermano, varias integrantes aumentaron de peso mientras pasaban los días recluidas dentro de “la casa”. En 2001, Silvina Luna sorprendió por su cuerpo antes y después de ingresar en el reality. Lo mismo ocurrió en 2007 con Marianela Mirra, a quien, en las emisiones del programa, se la veía comiendo por ansiedad.
Así es como la alimentación se vuelve uno de los elementos principales del programa. En la pantalla, hoy se puede ver a los participantes abriendo la heladera, pidiéndose entre ellos “dejar algo para los demás”, y a las mujeres decir “no sé qué ponerme” por haber sumado kilos.
Es que comer por aburrimiento también es una de las situaciones más comunes, y una de las emociones que fueron analizadas en el estudio. “Cuando estoy en casa y sin cosas que hacer, abro la heladera y me preparo comidas para matar el tiempo. No me hace sentir culpable, pero me doy cuenta que, en esos momentos, comer es algo mental y no físico”, dice Rosario López (24).