SOCIEDAD
cronica de la toma desde adentro

Historias de familias en busca de un pedazo de tierra

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El terreno está cubierto de pasto pero es duro, rocoso. Y está absolutamente “parcelado”. Es decir, delimitado por hilos, sogas o plásticos que los ocupantes pusieron para que quede claro cuál es el “lote” de cada uno. Obviamente, este proyecto urbanístico delimitado en una noche, a las corridas, no tiene calles. No hay aquí planeamiento alguno y si se construyera hoy tal como indica este trazado, lo que se erigiría allí es un gran bloque de cemento.

El terreno está pegado a una villa donde hay casas de hasta tres pisos, de material. La gente que está ocupando el predio de Soldati, tiene dos ejemplos a seguir. Uno es lo que hay que hacer: lo que sucedió en esa villa donde, dicen, “la gente logró tener su casa porque se quedó en la ocupación”. El otro, lo que no hay que hacer: el Parque Indoamericano, que queda a pocas cuadras. “Nos hicieron firmar unos papeles pensando que estaba todo listo, pero cuando nos fuimos no teníamos nada”, coinciden varios ocupantes. La mayoría de quienes están aquí estuvieron en la toma del Indoamericano, hace tres años.

La ocupación no sólo tiene un parcelamiento precario. Los lugares donde la gente duerme son carpas o chozas, todas improvisadas. La oferta va desde lo más humilde (una carpa hecha con un par de ramas de árbol y una bolsa de consorcio) hasta una construcción de chapas y maderas que adentro tiene un televisor (un Philco color de 14 pulgadas) sin volumen, y un reproductor de DVD con parlantes por donde se escucha cumbia a todo volumen. Diego, el anfitrión, invita a pasar y a sentarse en un colchón.

“Soy tercera generación de villeros y por suerte no tengo que alquilar, vivo en la casa de la mama”, dice Diego, chomba Nike de Boca, 30 años, mujer, dos hijos. La familia se quedó en la casa y él aguanta en la toma con unos amigos. “La mama se nos fue y nos dejó la casa, pero está mi hermana, de 18, que tiene dos hijos. La casa es muy chica y somos muchos, por eso estoy aquí”, explica, mientras desde el DVD se escucha “no muevas la colita/ no muevas esa cuna/ que me despertás al nene”.

Diego es un privilegiado, la excepción entre quienes ocupan las tierras de Soldati. La mayoría alquila habitaciones en la villa de al lado, la 20. Los precios rondan entre los 800 y los 1.400 pesos, para un cuarto que puede tener 3x3 o, como mucho, 4x4. Para ir a la toma la gente dejó sus habitaciones y se largó a acampar sobre la piedra o lo que sea que haya en ese suelo donde alguna vez funcionó un cementerio de autos.

Luego de que el cementerio de autos se abandonó, aquello se transformó en un enorme basural, en un gigantesco nido de ratas. Más tarde el gobierno de la ciudad limpió el predio pero la contaminación del suelo quedó: en la villa de al lado se detectaron muchos casos de chicos con plomo en sangre. “Sí, dicen que está contaminado y puede ser”, dice Vilda, en su carpa bastante elegante para el lugar, con alfombra y todo. “Pero eso no lo dicen para cuidarnos, sino para sacarnos”.

“Puede ser que haya contaminación, pero mirá a la gente de ahí al lado”, dice Raúl y señala a la villa. Raúl tiene una carpa muy precaria pero está haciendo un pozo para poner un poste y tener una estructura algo más sólida si se va a tener que quedar a dormir. Con la pala hace un pozo. Se nota que sabe laburar con la pala, pero a pesar de todo le cuesta. El suelo es muy duro y de allí puede salir cualquier cosa: piedras, fierros oxidados, telgopor… lo que cuesta es encontrar tierra, curiosamente en este reclamo por la tierra. “Todas la villas son producto de tomas”, dice Federico, 24 años, aro con brillante, camiseta del Chelsea. Cuenta que entre los ocupantes “está todo bien”.

De política partidaria o institucional se habla poco y nada porque la decepción con cada uno de los gobernantes es total. “A mí no me gustan ni el Gobierno Nacional ni el de la Ciudad, pero pienso que acá la responsabilidad mayor es del de la Ciudad”, dice Ada, a quien nadie podría acusar de tener algo personal en contra del jefe de Gobierno porteño. “Mi hijo de seis años se llama Mauricio”, explica Ada. “Le puse así por Macri”.

“En realidad a mí no me gustaba Macri, pero tampoco me caía mal. Mi papá era el que lo quería a Macri, le encantaba. Y me hinchó tanto que le puse Mauricio. Hoy mi viejo ya no lo quiere. A Macri ni a nadie. Dice que después de lo del Indoamericano ya no le cree más a ningún político”. Ada dice que se va a quedar aunque quieran echarlos. Toda la tarde, toda la noche, todo el tiempo que sea necesario. Por eso tiene que arreglar el rancho y procurar algo para comer. Por eso y porque en un ratito llega Mauricio.