SOCIEDAD
Efectos indeseados de las fiestas

Los ataques de pánico y la fobia social se potencian durante los festejos de fin de año

Las reuniones familiares, el peso de las ausencias y el estrés de las compras del mes de diciembre incrementan las consultas recibidas en los centros de salud mental. La mayoría de los trastornos de ansiedad se da entre los 20 y 40 años, y las más afectadas son las mujeres. Hablan pacientes ya recuperados y los especialistas analizan cuáles son los tratamientos más exitosos.

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INFELICES FIESTAS. Los mdicos afirman que los fbicos sociales sufren ms en Navidad y Ao Nuevo que durante el resto del ao. | Cedoc
Sólo se trata de un ejercicio especulativo: si se aplicase a la Argentina el porcentaje mundial de personas que se estima sufren algún tipo de trastorno de ansiedad, que es de entre un 20 y un 30 por ciento de la población, en el país podría haber varios millones de enfermos con diferentes tipos de fobias, las llamadas ansiedades patológicas. El dato, que no tiene más que pretensiones ilustrativas ya que no existen a nivel local estudios epidemiológicos, cobra otra dimensión con la cercanía del fin de año, cuando las presiones se disparan.

Sentarse a la gran mesa navideña, recordar a los que ya no están, reflotar viejas peleas familiares, el balance de logros y fracasos; situaciones que dan vida a una espiral de ansiedades que muchas veces se tornan insoportables.

“Esta es una época donde los ansiosos en sí la pasan muy mal. Pareciera que el país se termina en una semana y el nivel de tensión explota”, explica el psicólogo Gustavo Bustamante, de la Fundación Fobia Club, entidad en donde perciben un sensible incremento de las consultas pre y post fiestas. Entonces, el “espíritu navideño” potencia cuadros como los ataques de pánico, ciertas fobias específicas (por ejemplo, a la pirotecnia), la ansiedad generalizada (se cree que en pleno festejo pasará una desgracia) y, ante todo, la fobia social: el temor a exponerse en público.

“Los fóbicos sociales sufren mucho en estos meses –asegura el psiquiatra Enzo Cascardo, del Centro de Investigaciones Médicas en Ansiedad– porque hay más situaciones de interacción con desconocidos y con un grupo familiar ampliado. Puede que con gran dificultad el sujeto se exponga a las reuniones o que directamente las evite y se evada, frustrándose todavía más”.

Sea porque tienen que ir a la casa de gente que no les agrada, encontrarse con otros con quienes no se hablan o por la ausencia de un ser querido, las fiestas pueden ser un calvario para personas con predisposición a sufrir estas enfermedades, y lo que debería ser motivo de festejo familiar se transforma en una dínamo con capacidad suficiente para llevar la ansiedad a niveles patológicos.

Miedo al miedo. Las consultas por este tipo de trastornos eclosionaron en el país tras la crisis de 2001, con una avalancha de pacientes panicosos. “La inseguridad económica y la violencia urbana dispararon el fenómeno”, dice Alfredo Cía, director de la Asociación Argentina de Trastornos de Ansiedad.

Así, del subdiagnóstico de los ‘90 se pasó casi a un sobrediagnóstico y hoy es común hablar de pánico. Con todo, en males como la fobia social, “de 20 casos sólo uno se detecta”, grafica Cía.

La ansiedad es parte de un sistema de alarma biológico que prepara al cuerpo para la lucha o la huida, ayuda a identificar peligros y permite crear estrategias de enfrentamiento.

El trastorno surge cuando ese sistema se apresta a recibir un peligro que no existe como tal. “Hay una teoría –relata Bustamante– según la cual el miedo fue necesario en una etapa del desarrollo humano, para alejarse del riesgo”. Superado ese estadío, las fobias serían un resabio, una desviación de ese mecanismo. Hoy se entiende que la raíz de la ansiedad patológica está en una predisposición genética, que se combina con cierta vulnerabilidad psicológica y un factor desencadenante.

En la Argentina, al igual que en el resto del mundo, los panicosos con agorafobia lideran las consultas en los centros de atención especializados. A pesar de que se estima que por cada sujeto con pánico hay tres con fobia social, este último trastorno ocupa el segundo lugar en el ranking: el 26 % de los casos. En líneas generales, los especialistas consideran que en el total de pacientes recibidos entre estas dos patologías, la prevalencia es de siete a uno a favor del pánico. Siguiendo con las estadísticas, más atrás aparecen la ansiedad generalizada, el trastorno obsesivo- compulsivo y las diferentes fobias específicas.

Cía destaca que, según la epidemiología clínica local, un 40% de los consultantes en servicios ambulatorios de psicopatología y salud mental en diversos hospitales públicos porteños, del conurbano y otros puntos del país, padece algún trastorno de ansiedad. “Ocupan el primer lugar en las consultas más frecuentes a esos servicios, aun más que la depresión”, afirma. Esto respondería tanto a una mayor precisión diagnóstica y a la difusión del conocimiento de estos males entre la sociedad, como a los cambios en el ritmo de vida y las ansiedades de la población.

Entre los cuadros de este tipo, la fobia social (también llamada trastorno de ansiedad social) es uno de los más difundidos y, al mismo tiempo, de los menos detectados, ya que para muchos pasa por un rasgo de la personalidad. Como si se tratase simplemente de una timidez exagerada.

“Es uno de los casos que más atendemos”, afirma Daniel Bogiaizian, director de la Asociación Ayuda. Empieza siendo una preocupación sobre cómo manejarse en eventos sociales y termina por conducir al aislamiento. “Y más en esta época. En la fiesta navideña está toda la familia y pensemos que a veces el fóbico social no puede siquiera comer en público”, señala el psicólogo.
“Quién no recuerda a ese primo, al que todos llamábamos retraído, que salía de la pieza sólo para el brindis y porque lo llamaban, y que después volvía a la habitación”, dice Bustamante.

Según un estudio del Centro IMA, de 128 pacientes con este mal, el 73 por ciento tuvo fracasos académicos y laborales graves o severos. Iniciada por lo general en la adolescencia y más común en las mujeres (71 por ciento de los casos), es una de las patologías ansiosas más inhabilitantes y difíciles de tratar.

El enfermo acaba por recluirse, y muchos recurren al alcohol. Según la investigación, casi el 40 por ciento de los pacientes tuvo abuso de sustancias. Se estima que el alcoholismo es dos veces más frecuente en fóbicos sociales que en la población general
Freud vs. los cognitivos. “Tuvimos pacientes muy perturbados por fobias específicas, en especial a los fuegos artificiales, que durante la Navidad o fin de año acababan encerrados o viajaban al campo por no poder soportar los ruidos”, dice Bustamante.

Recuerda el caso de un gerente de banco que abandonaba las reuniones y se escondía en el baño. “Primero, trabajamos con pequeños cohetes. Después, fuimos al polígono de tiro y a ver películas de guerra. Al final, él mismo encendía los petardos”.
Esta técnica, conocida como exposición, consiste en que el sujeto enfrente de forma gradual eso que tanto teme, para que asocie una reacción distinta a ese estímulo. Es parte de las estrategias de la terapia cognitiva-comportamental, una rama de la psicología considerada la más exitosa en estos casos. No obstante, en la Argentina, una capital del psicoanálisis, hay ciertas resistencias.

“Hoy las técnicas son de rehabilitación, de exposición, para controlar la ansiedad, y no tanto de una explicación causal, porque uno sabe que si encara el tratamiento por ahí es probable que no haya éxito”, opina Bustamante. “En el país hay una cultura psicoanalítica de años, pero está probado –sostiene Bogiaizian– que en estos casos el método cognitivo es el más adecuado”.

Partiendo de la idea de que la estructura cerebral es dinámica y responde al contexto externo, se supone que si se cambian los estímulos se pueden variar los niveles de neurotransmisión, y así compensar ese déficit genético-biológico que estaría en la base de los trastornos de ansiedad.

Volver a vivir. Se estima que con el tratamiento adecuado, el 70 por ciento de los enfermos logra superar su trastorno, aunque existe la chance de recaídas. Si bien al mes ya hay mejorías, todo el proceso dura en promedio un año y medio, y el paciente puede incluso dejar de usar la medicación (antidepresivos y ansiolíticos). Un estudio de la Asociación Ayuda mostró un 80 por ciento de efectividad en casos de pánico, con un 45 por ciento de algún tipo de recaída pasados dos años.

Cascardo señala que el trastorno obsesivo-compulsivo y la fobia social son los más difíciles de tratar, porque el sujeto se acostumbra a vivir con ellos. Así y todo, los cuadros suelen ser complejos, con más de una patología al mismo tiempo, como sucede en el pánico con agorafobia.

En los últimos años, el país ha experimentado un cambio en el perfil de diagnóstico. “Si bien la mayor parte sigue concentrándose en el pánico y la fobia social –marca Bogiaizian–, creció mucho la consulta por ansiedad generalizada”.

Entre 2000 y 2006, el Fobia Club tuvo un 193 por ciento más de consultas por trastorno obsesivo-compulsivo, y un 645 más por ansiedad generalizada, mientras el pánico y la fobia social crecieron un 35 por ciento.

Antes que por una variación en el universo de las ansiedades argentinas, esto respondería a una mayor información de los pacientes a la hora de consultar y a un diagnóstico más preciso de los profesionales.

Como sea, especialistas y ex enfermos tienen un mismo mensaje para los miles que sufren estos males y que cuando se acerca esta época del año sienten que todo se les hace aún más difícil: eso que les pasa tiene un nombre, muchos otros lo padecen y, lo más importante, puede curarse.


La Navidad era una época angustiante. Durante 23 años, Alicia Sodor (40) no podía tomar un colectivo, caminar sola por la calle, o compartir la mesa navideña sin que todo eso fuera una tortura. Sus ataques de pánico convertían cuestiones cotidianas en misiones imposibles. “La Navidad era un momento muy angustiante. El tema de dónde pasarla, tener que salir de casa, era terrible. En todos esos años nunca tuve una feliz Navidad ni un feliz Año Nuevo”, recuerda.

Su primer ataque fue en la secundaria. “Fue como si a partir de ese día se cortase la luz. Pasé años intentando encenderla de nuevo.” Paseó por un sinfín de especialistas que le decían que estaba perfecta. También hizo terapia, pero al final estaba tan mal que no podía siquiera ir al consultorio. Hace un año que dejó atrás el pánico y la agorafobia (el temor a los espacios públicos) y es coordinadora en el Fobia Club.

Alicia reconoce que sus incontrolables temores afectaron los vínculos con su pareja y muchos de sus amigos. “Siempre en alerta, así están todos los fóbicos. Es el miedo al miedo. Como no podía explicar nada, llegué a creer que me volvía loca”, se lamenta. A los tres años de nacido su hijo, se separó. “Por más que estaba muy enamorada, mi gran problema era quién se hacía cargo de mi hijo”. Se distanció de mucha gente, pero otros la bancaron. Cuando conoció a su actual esposo le contó su problema, para no repetir la historia.

Con mucho esfuerzo, Alicia se recibió de docente, profesión que nunca dejó. Lo logró gracias a taxis, remises y a su mamá, que siempre la acompañó. Pero en los últimos años, cuando sólo tenía ánimo para dormir, fue su hijo quien la llevó a iniciar un tratamiento y cambiar su vida. Recién el año pasado Alicia pudo celebrar su primera Navidad sana, y la recuerda emocionada: “Fue como mi cumpleaños. Brindé y dirigí la copa al cielo porque yo volví a nacer”.

Catálogo de fobias.
* Trastorno de ansiedad: Estado de inquietud irracional y continuo que puede trasformarse en miedo excesivo o pánico, con efectos sobre otras funciones mentales. Es resultado de una predisposición genética que se combina con una cierta vulnerabilidad psicológica y con un factor desencadenante.

* Fobia: Temor irracional, desproporcionado y persistente, que se manifiesta como respuesta a la exposición ante determinados objetos, situaciones o sustancias. Suele dar lugar a comportamientos de evitación.
u Ataque de pánico: Crisis espontánea y repentina de temor, sin motivo aparente. Quien lo sufre pierde el control y tiene la sensación de experimentar un ataque cardíaco o estar a punto de morir.

* Fobia específica: Temor irracional ante cualquier situación u objeto con características específicas (animales, sustancias, fenómenos climáticos), y que el sujeto trata de evitar por todos los medios.

* Agorafobia: Fobia a salir de casa, caminar por la calle, usar medios de transporte, hacer una fila, ir al cine, etc. El sujeto piensa que, de sufrir un ataque de pánico, estará desprotegido o no podrá huir del lugar.

* Trastorno de ansiedad social: También llamado fobia social. Es el temor a ser juzgado por otros o sentirse humillado en público. Por la dificultad para dar exámenes, hablar y comer ante desconocidos, etc., suele confundirse con la timidez.

* Trastorno de ansiedad generalizada: Preocupación constante y excesiva ante diversas situaciones y hechos. Todo el tiempo, el sujeto anticipa “desastres” cuya probabilidad sólo existe en sus pensamientos.

* Trastorno obsesivo-compulsivo: Presencia de ideas, impulsos e imágenes que el sujeto considera intrusas y que le causan un gran malestar. Para evitarlas, acude a diversos “rituales” o conductas compulsivas.

* Trastorno por estrés post traumático: Fruto de la exposición de una persona a un hecho estresante y traumático. Causa pesadillas recurrentes, imágenes intrusas, etc., que siempre están relacionadas con el acontecimiento.


“No pude disfrutar la crianza de mi hija”. “Todo comenzó a los 25. Un día, en el colectivo empecé a sentir taquicardia, mareos, sudores. Después ya no podía tomar ni taxis”, cuenta Sandra Di Virgilio, 39 años, casada, con dos hijos y ex enferma de pánico con agorafobia. Durante los 13 años que duró su calvario, perdió su empleo en un estudio contable. “Como también era claustrofóbica y no podía usar el ascensor, a veces subía 21 pisos por escalera. Después, me buscaba una excusa para explicar la demora. Es que esta enfermedad te hace mentir mucho”, cuenta Sandra.

Cuando llegaban las fiestas de fin de año, lo más difícil para ella era sentarse a una mesa con toda la familia y fingir que la estaba pasando bien. “Tenía que hacer un gran esfuerzo, porque lo que yo quería era estar en mi casa”, recuerda. Y como no podía salir sola a la calle ni viajar, alguien siempre la tenía que acompañar a comprar los regalos.

“En esos años el mundo se me redujo mucho. No era dueña de mi propia vida”, relata. Lo que más lamenta es que sus temores hicieron que la crianza de su hija fuera muy dura: “Le di todo el amor que tuve, pero me privé de compartir muchos momentos.
Cuando el papá la llevaba a la plaza yo me quedaba en el auto, viendo cómo jugaba”. Después de su segundo embarazo, Sandra sufrió una crisis muy fuerte. En ese momento empezó un tratamiento específico. Hace un año que terminó de rehabilitarse, y se siente feliz. Por eso se anima a contar su historia. “Disfrutás de cada cosa, volvés a ser vos”, explica Sandra.