Habiendo leído de chica los “Cuentos de la Alhambra” de Washington Irving y deseado durante mucho tiempo conocer personalmente las instalaciones del último bastión árabe en ser reconquistado por España, concretar por fin la visita a Granada era un punto culminante para un viaje a la Madre Patria. Y no defraudó.
Llegamos a la ciudad provenientes de Sevilla no sin dificultad, pues llevan mucho tiempo reparando las vías del ferrocarril en las inmediaciones de Granada. Como resultado, un tramo se hace en tren y otros dos en sendos micros que se trasbordan en las estaciones ferroviarias. Venden el paquete completo con el pasaje en la empresa oficial Renfe y ellos se encargan de todo. El fanatismo nos hizo elegir un hotel frente a la Alhambra, ubicada en una colina que domina la ciudad y que tiene rápido acceso al centro caminando o en micro.
La visita al complejo árabe son los 14 euros mejor gastados de un viaje a España. Por ese dinero se accede a una miniciudadela en las alturas, un variopinto grupo de edificios que incluye dos hoteles (uno de ellos Parador Nacional) y dos restaurantes, un sector de tres Palacios Nazaríes (con estricto horario de ingreso impreso en la entrada), un área militar denominada la Alcazaba, el circular palacio de Carlos V (un poco venido a menos en comparación con los edificios árabes), un par de iglesias católicas, un teatro al aire libre y el Generalife, la finca de recreo de los sultanes. Todo precedido, rodeado y acompañado por jardines magistralmente diseñados y permanentemente regados por fuentes y canales que desembocan en piletas ornamentales.
De sólo pensar que comenzó a construirse en 1238 y todavía se mantiene en pie, maravilla. Sin dudas el momento más impactante se da cuando se llega al Palacio de los Leones, con la famosa fuente que se hizo hace 700 años y sigue derramando su agua cantarina rodeada de intrincadas molduras y arabescos sostenidos por impolutas columnas. ¡Qué fantástico habrá sido caminar y soslayarse en la contemplación de esos patios y jardines antes de 1492, cuando el sultán Boabdil tuvo que rendirse ante el asedio de los Reyes Católicos!
Todo el predio es perfecto para pasar el día, recorrerlo con tranquilidad, descubrir la presencia de árabes y españoles según su época de influencia, perderse en sus recovecos y sentarse a descansar frente a los laberintos de ligustrina sabiamente diseñados.
Gracias a Washington. Después de 1558 la Alhambra fue abandonada por la realeza e incluso habitada por vecinos. Recién recuperó su importancia a partir de que el estadounidense Washington Irving en 1829, mientras se alojaba en una de las torres, escribiera sus cuentos, que lograron ponerla nuevamente en primera plana. En 1870 se la declaró Monumento Nacional y, desde 1984, Patrimonio de la Humanidad. Por eso hay que tener el cuidado de reservar las entradas con anticipación en la web (https://tickets.alhambra-patronato.es/).
Al cierre de esta edición no quedaban tickets hasta el 9 de junio. Por suerte, ingresando al site a partir de las 20 se pueden conseguir algunas oportunidades para el día siguiente gracias a las cancelaciones. A la salida, recomendamos pedir el menú de tres pasos en el restaurante La Mimbre (16 euros), delicioso, que se disfruta en un ambiente típico de bodegón. Y si los atiende Manolito (el mozo más antiguo), se sentirán como en casa.
Granada, como la mayoría de las ciudades españolas, está en permanente ebullición. La gente es amable y siempre sonriente. Es indudable que vive del turismo y todos están preparados para entenderse con los visitantes al menos en inglés. Aquí todo es más barato (en comparación con Madrid o Barcelona), tanto la alimentación como la hotelería. Es común sentarse a comer y terminar charlando con los locales de la mesa de al lado, tal la simpatía andaluza.
Moverse por la ciudad es muy cómodo porque cuenta con varias líneas de minibuses especiales para andar por las calles angostas (a veces el peatón tiene que cederles el paso resguardándose en una entrada). El recorrido es circular y cada boleto sale 1,40 euros.
Museo gratuito. En pocos minutos se puede estar de regreso en el hotel o dar una vuelta por el Albayzín sin necesidad de tomar el trencito turístico (8 euros por jornada). Es el barrio árabe original, de trazado intrincado y muy antiguo, unido a la Alhambra por un puente sobre el río Darro que continúa el trazado de la Cuesta del Rey Chico y culmina en la entrada al área histórica.
Además de sus casas antiguas (algunas remozadas con muy buen gusto) hay hoteles boutiques, algunas iglesias tranquilas y el Museo Arqueológico y Etnológico con entrada gratuita y exhibición de piezas prehistóricas, romanas y de la cultura al-andalus, instalado en la que fuera la casa del secretario de los Reyes Católicos, que mantiene su fachada original.
Isabel y Felipe. Por medio de dos caminos que salen desde la Alhambra, en 15 o 20 minutos se puede llegar andando al centro. Uno de esos trayectos continúa la Calle Real de la Alhambra y atraviesa lo que en otros tiempos fueron los jardines exteriores en la Cuesta de Gomérez, un área verde, fresca, con fuentes y monumento a Irving mientras los árboles arman un techo abovedado con sus ramas. El extremo final es la Puerta de las Granadas, que franquea el acceso a una calle angosta y curva que desemboca en Plaza Nueva. Un par de cuadras y de curvas bastan para llegar a la imponente Catedral encargada por Carlos V para acompañar la Capilla Real que contiene los restos de sus padres Juana la Loca y Felipe el Hermoso y de sus abuelos, los Reyes Católicos. Fueron éstos los que eligieron Granada como su morada final por ser el último territorio que reconquistaron de manos árabes, estableciendo la primera iglesia católica de la era cristiana, la Del Sagrario.
Las tumbas, en impoluto mármol blanco, representan a sus moradores en posición horizontal, los hombres portando espadas y las mujeres con el detalle de que Isabel de Castilla apoya su cabeza profundamente en la almohada (demostrando su inteligencia en vida) mientras que la de su hija Juana está completamente inflada, poniendo en evidencia la falta de materia gris de la soberana. Y los sarcófagos están ubicados debajo de las esculturas funerarias, en una cripta que también está incluida en la visita de 5 euros por persona.
La presencia de Fernando e Isabel es constante en la ciudad, tanto en los escudos nobiliarios como en sus monogramas que marcan las veredas. También en la estatua que representa a la reina entregándole sus joyas a Cristóbal Colón, tal como cuenta la historia que aprendimos en el colegio.
Los locales hacen honor a sus soberanos y también a la cordialidad andaluza. Si uno entra a comprar recuerdos, lo van a dejar que curiosee mientras van contando, desde lo lejos, qué otros productos venden. También puede que se elija para almorzar un pub poco poblado y que se termine conversando con la familia de la mesa de al lado, luego de que la mayor del grupo pidiera otro vino porque el que tenía se le había “evaporado”.