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Programa Siria

El desarraigo de vivir como refugiado en Argentina

Problemas y falencias. El relato de un sirio sobre el desafío de vivir en el país, con aceptación social pero sin ayuda política.

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Nabil Sabra, inmigrante sirio | Cedoc
La guerra en Siria dejó a millones de personas desplazadas a la fuerza de su lugar de origen. Como consecuencia, muchos países del mundo lanzaron planes para ayudarlos a escapar de su situación. Uno de esos países es Argentina, que en el año 2014 creó el “Programa Siria”.

Tras el cambio de Gobierno, el plan se encuentra hoy en una especie de limbo. Si bien existen diversas declaraciones del propio Mauricio Macri que avalan su continuidad (de hecho fue renovado en octubre de este año con algunos cambios favorables), es verdad que existen contradicciones desde el oficialismo sobre cómo afrontarlo.

El programa tiene como finalidad dar respuesta concreta a la grave crisis humanitaria en Siria, y al mismo tiempo, busca que los refugiados que ingresan puedan integrarse en la sociedad argentina. Sin embargo, necesidades básicas que presenta una familia de inmigrantes, como la enseñanza del idioma, por ejemplo, no son facilitadas por el Estado Nacional.

Nabil Sabra (52) hace tres años que llegó al país escapando de la guerra, su vivencia y declaraciones demuestran las grandes falencias que ofrece el plan, y la poca ayuda estatal que reciben los refugiados. En su relato, Nabil cuenta -con algunas complicaciones para comunicarse-, que sin la presencia del poder político, de a poco se fue constituyendo con la ayuda de sus familiares y de la Comunidad Sirio Libanés en Argentina.

“Aprendí el idioma trabajando en el Club Sirio Libanés, escuchando a la gente hablar”, dice Nabil al preguntarle cómo hizo para comunicarse en una lengua que difiere totalmente de la suya. “Mi hija más grande que va al colegio, es la que nos ayuda más porque ahí le enseñan el idioma”, resaltó.

En mayo de este año, Abir Al Helou -esposa de Sabra-, hizo de “Llamante” y pudo conseguir la Visa Humanitaria que le permitió ingresar al país a sus padres. Sin embargo, desde el momento en que entraron a Argentina no hubo seguimiento estatal alguno. Su familia, vive en un departamento del barrio porteño que no alcanza los 20 metros cuadrados, y en el que hoy viven siete personas: sus tres hijas, su esposo y sus padres.  

Esto demuestra la actitud de confianza ciega del Gobierno hacia el “Invitante”, ya que no tiene forma de saber si la ayuda que éste último le brinda es de calidad o si podrá sostenerla en el tiempo. Nabil, por ejemplo, es el único miembro de la familia que trabaja, gracias al lugar que el Club Sirio Libanés le dio en ausencia del Estado Nacional Argentino, por lo que indica que es él quien sustenta a todos los miembros de su familia.

El rol del poder argentino, por lo tanto, queda confinado a facilitar la realización burocrática de los trámites, pero en ningún momento ofrece algún tipo de recurso o ayuda que facilite los lazos con el entorno. De esta manera, la falta de políticas públicas que respalden a los inmigrantes hace que el plan -aunque acertado-, presente grandes falencias en su ejecución.