COLUMNISTAS
UN AÑO DE EXPERIMENTO LIBERTARIO

Luces y sombras de Milei

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Ejemplo. Causó conflictos diplomáticos, pero afectó las relaciones comerciales, como con China. | AFP

Al igual que su breve, pero intensa carrera política, el primer año de la gestión presidencial de Javier Milei es una continua caja de sorpresas. De todo tipo y color. Y en un contexto muy particular: afrontar una pesadísima herencia de sucesivas malas administraciones con el menor poderío institucional de un mandatario desde la restauración democrática.

Con esa fragilidad de origen y sin ninguna experiencia en el Estado de él y de la amplia mayoría de sus colaboradores, Milei igual se las arregló para imponer su agenda, muchas veces controvertida en ciertas cuestiones.

Está claro que el principal activo hasta acá ha sido la acelerada reducción de la inflación, que venía con un desbande notorio pese a que algunos precios básicos de la economía (como el combustible o los servicios públicos) estaban pisados por Sergio Massa en su voracidad de campaña.

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La recomposición paulatina de las reservas, que eran negativas, pese al mantenimiento del cepo cambiario, podría ser ubicado en el haber del balance económico, lo que permitió iniciar una normalización del comercio exterior.

En ese nivel macro, sobresale como señal principal alcanzar el equilibrio fiscal de las cuentas del Estado. Es cierto, a veces el Gobierno debió recurrir a dosis de contabilidad creativa para ello. O centrar sus ahorros en el freno a fondo de la obra pública (con efectos nocivos en el empleo de la construcción), el fuerte recorte de las transferencias a las provincias y en la brutal licuación de los haberes jubilatorios (un clásico de los últimos mandatos).

El efecto lógico de estas medidas fue la gran caída de la actividad económica y el alza de los niveles de pobreza. Recién en los meses o semanas recientes empiezan a verse números mejores en ambos índices. Y Milei se entusiasma con que sólo sea el inicio de “buenas noticias”.

Este desierto socioeconómico logró ser atravesado por la Casa Rosada sin mayores complicaciones en la calle. Salvo en las dos multitudinarias marchas nacionales en defensa de la universidad pública, el mileísmo mantuvo el control público. Incluso cuando la CGT activó el paro general más veloz en un gobierno democrático: 45 días después de asumir. Consumió rápido y mal ese poder de fuego.

Podrían hallarse varias razones para explicar semejante potestad social. Una podría ser el cambio radical en la política de seguridad, no exenta de algún exceso innecesario. Se tradujo en el casi total cese de cortes de calles y rutas como en la exitosa represión contra la violencia narco en Rosario, en sociedad con las autoridades de Santa Fe.

Otro argumento al que se puede apelar es que Milei conserva prácticamente un caudal de apoyo similar al que lo catapultó a la Presidencia en la segunda vuelta. Con curiosidades, claro. Una, que no tuvo ninguna luna miel, propia de cada inicio de mandato. Dos, hay una grieta nítida entre los núcleos duros, entre quienes lo respaldan y quienes lo critican, haga lo que haga. Y tres, frustrada o desilusionada con experiencias anteriores, una porción apreciable de la sociedad sigue renovando sus expectativas sobre Milei, sobre todo económicas, pese a que su situación personal no tuvo mejoras y hasta pudo haber empeorado.

Acaso haya que encontrar también algún peso en este escenario al ejercicio de poder de Milei. Tras el patetismo de Alberto Fernández post inicio de la pandemia, su sucesor reconstruyó la autoridad presidencial. Gusten o no sus decisiones, nadie duda quién las toma. Y con quiénes las debate: primero la hermanísima Karina (¿alguien recuerda que era pastelera?) y luego el asesorísimo Santiago Caputo. El triángulo de hierro.

Esa centralidad del Presidente expone algunas de sus peores caras, inéditas muchas de ellas para la historia argentina aunque parecidas a prácticas de otras latitudes. La más evidente es la de los insultos y descalificaciones. En ese revoleo cayeron presidentes que lo precedieron, mandatarios extranjeros, dirigentes opositores, artistas, periodistas, etc., etc.

Esa identidad aparentemente implacable Milei la ejerció interna y externamente. Hacia adentro del Gobierno, provocó despidos y remociones de funcionarios a un nivel de importancia y velocidad como nunca antes se había visto. Incluso antes de asumir, cuando desplazó a su equipo económico original.

Dicha característica ofrece matices llamativos, fuera del ámbito oficial. Causó varios conflictos diplomáticos, que hasta causaron perturbaciones en foros globales como la ONU o el G20, pero en ningún caso afectó a las relaciones comerciales. El ejemplo más evidente fue China. Dejó de ser comunista para convertirse en un socio que apenas pide no ser molestado.

Ese pragmatismo práctico de Milei contradice el dogmatismo cultural libertario. Y esclarece tal vez, uno de los más eficientes secretos del Presidente en el ejercicio del poder. Repasemos.

El ajuste lo iba a pagar la casta. ¿Fue así? Los jubilados y los empleados estatales (desde docentes a científicos) pueden dar fe de otra cosa.

¿Quién es casta? ¿Sólo los que evitan abrazar a las fuerzas del cielo? Se incluyen en esa lista a Daniel Scioli y Ariel Lijo, por poner dos casos entre muchos.

¿Importan las ideas, los valores o los objetivos? El Gobierno negocia con gobernadores de todos los colores, ninguno es propio. Son casta en sus provincias, pero no lo son en el orden nacional.

Lo mismo con el kirchnerismo. La estrategia político-electoral del oficialismo es confrontar con Cristina Fernández de Kirchner, para invisibilizar todo lo demás. Esa grieta ya la vimos. Pero al mismo tiempo dialoga con los K para enfriar Ficha Limpia, acordar por Lijo a la Corte Suprema y eliminar las PASO. En ese camino, qué importa humillar al PRO, su principal y dócil aliado en el Congreso.

Tamaña flexibilidad política le ha permitido a Milei edificar su poder. “No escuchen lo que digo, vean lo que hago”, le decía Néstor Kirchner a algunos de sus confidentes, que hoy observan en el actual jefe de Estado similitudes en esa construcción obligada por la fragilidad de origen. Evitan manifestarse en público, por ahora. Se entiende.

Al respecto, vale la pena preguntarse si ese paralelismo con Kirchner también incluiría que Milei, de conseguir ampliar su poder, decida ir vorazmente “por todo”. En todo caso, son nuevos interrogantes para el segundo año de mandato de una experiencia política inédita.