Llegado a la Argentina durante la guerra civil española, Robustiano fue de los que lograron hacerse la América transpirando hasta la prosperidad, de modo que su hijo, Teófilo, fue criado en lo que mi abuela llamaba cuna de oro y nunca trabajó en serio. De jovencito, para hacer honor a su nombre o para complacer a su muy católica madre, Otilia, fue seminarista. Sus fotos con sotana dan la misma sensación que los calendarios italianos con curas sexis porque Teófilo, como también decía mi abuela, tenía pinta de galán de cine. Era, esperablemente, caprichoso y, quizás por eso, hizo caso omiso de la mala prensa que tiene el incesto casándose con Charo, prima hermana española, para instalarse en aquel país y salir a dilapidar por el mundo la fortuna construida con el esfuerzo paternal.
Atlético pese a fumar y beber como loco, se sofisticó al punto de hacer difícil sospechar los orígenes de su familia. Coleccionó obras de arte –aunque a menudo lo estafaban–, participó de fiestas exclusivas, tomó vinos fenomenales, paladeó comidas exóticas, manejó autos de alta gama, viajó en primera, se vistió en tiendas carísimas e incursionó en negocios con socios por los que es mejor no preguntarse. Políglota, tenía una conversación que se podría definir como elegante pero cuando hablaba “en argentino” remataba casi todas las oraciones con un disonante “vistes”. Para colmo enfatizaba la s.
Como tenía un carácter horrible, nadie preguntaba por qué, ni lo corregía. Ahora que está muerto, tengo una hipótesis. Cifraba la humildad de su prosapia en una operación de síntesis extrema. La S como recordatorio en primer lugar personal, pero también dedicado a los oyentes, de lo que no se vivió en carne propia, pero se conoce. A partir de un sonido que irrumpe en terreno vedado se alza un mundo paralelo donde Teófilo tiene el hambre de los ancestros a quienes decidió no perpetuar. Seguido del ineludible vistes siempre decía: No podés tener hijos con tu prima. De haberlos tenido (con otra, lógicamente), el círculo cerraba mejor: herederos de deudas, pobres como el abuelo Robustiano cuando bajó del barco, ¡dignatarios legítimos del vistes!