Aunque el Teatro Colón de Buenos Aires ya estuviera en pie, frente a la Plaza de Mayo, cuando Argentina inauguraba su primer ferrocarril, entre la calle Lavalle y Flores, siempre se tuvo en cuenta su sede actual para festejar su cumpleaños.
En efecto, su primer domicilio miraba hacia Plaza de Mayo y funcionó entre 1857 y 1888, año en que fue cerrado para la construcción de una nueva sala.
La actual, tardó 20 años en levantarse en diagonal a la Plaza Lavalle, y se inauguró el 25 de mayo de 1908 con una función de Aida, de Giuseppe Verdi.
Durante los primeros años, el Teatro Colón contrataba a compañías extranjeras para poder llevar adelante sus temporadas líricas; pero a partir de 1925 tuvo Orquesta, Ballet y Coro propios y todo cambió.
Sus cuerpos estables y sus talleres propios de producción de escenografías, maquinarias escénicas y vestuarios le permitieron, en cinco años más, prescindir de contrataciones externas y encarar cada stagione sus propias propuestas artísticas. Desde 1931, su presupuesto proviene de la ciudad de Buenos Aires.
En 1946 se sumó La Orquesta Filarmónica de Buenos Aires.
Para alegría de todos los argentinos su reconocimiento internacional es unánime entre los conocedores del arte con mayúsculas. Suele ponérselo a nivel con la Scala de Milán, el Metropolitan Opera House de Nueva York, la Opera de Viena y el Covent Garden londinense, en donde funciona la Royal Opera House.
Y para no pocos, su perfección acústica la convierte en la mejor sala lírica del mundo y la segunda preferencia mundial de los músicos que participan de un concierto. Este al menos fue el resultado de la encuesta entre líderes que realizó el estadounidense Leo Leroy Beranek, Director Técnico del Laboratorio de Acústica en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT).
Según Leo Baranek, especialista en acústica y Director Técnico del MIT, por su perfección acústica, el Colón es la mejor sala lírica del mundo
Entre 2001 y 2010, una restauración y modernización tecnológica masiva le obligó a cerrar las puertas y sostener sus producciones en salas alternativas. Pero el resultado final le devolvió el brillo original sin quitarle una décima de las condiciones acústicas que tan buena fama le dieron –según los entendidos-.
El 24 de mayo de 2010 abrió nuevamente el telón, para celebrar en la víspera el bicentenario de la patria.
El Colón, cielo de estrellas
Ningún artista de renombre dejó de pisar su escenario: Enrico Caruso, Claudia Muzio, Maria Callas, Régine Crespin, Birgit Nilsson, Montserrat Caballé, Plácido Domingo, Luciano Pavarotti, Enrique Carreras, Kiri Te Kanawa fueron algunos de los cantantes que lo colmaron con sus voces; entre los bailarines, Norma Fontela y José Neglia, Vaslav Nijinski, Margot Fonteyn, Anna Pavlova, Maia Plisetskaia, Rudolf Nureyev, Mijail Barishnikov.
Directores de la talla de Arturo Toscanini, Richard Strauss, Igor Stravinsky, Camille Saint-Saëns, Manuel de Falla, Aaron Copland, Herbert von Karajan, Leonard Bernstein, Mstislav Rostropovich, Subin Mehta, Yehudi Menuhin, Héctor Panizza, Ferdinand Leitner, Alberto Ginastera, Marta Argerich, Astor Piazzola, Daniel Barenboim y varias estrellas más enmudecieron la platea porteña para que sus batutas hicieran nacer los sonidos más bellos que pudieran concebirse.
El ballet del Colón
Del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón de Buenos Aires salieron figuras como Jorge Donn, el bailarín de Palomar que desde 1963 fue figura emblemática del Ballet du XXe Siècle de Maurice Béjart, en Bruselas.
“Del Colón al American Ballet Theatre” rezaban sin decirlo los tickets aéreos que llevaron a Julio Bocca, Paloma Herrera y Herman Cornejo hasta Nueva York.
En 1997, Maximiliano Guerra, quien se había formado en el Ballet del Teatro Argentino de La Plata, fue elegido Bailarín Emérito del Teatro Colón por sus logros artísticos junto a Maya Plisetskaya y Alessandra Ferri.
Las tablas del Colón también fueron la plataforma de lanzamiento internacional de varios talentos innatos como Olga Ferri, María Ruanova, Liliana Belfiore, Esmeralda Agoglia, Iñaki Urlezaga, Ludmila Pagliero, Marianela Núñez, y Carla Fracci entre tantos otros.
Eleonora Cassano, Karina Olmedo, Hernán Piquín, Raúl Candal, Silvia Bazilis y Cecilia Figaredo convocaron multitudes durante sus actuaciones en el Teatro Colón, permitiendo que su arte fuera accesible para todos, al borrar la barrera entre la cultura letrada y la popular.
Bel canto
En la escuela de canto lírico del Teatro Colón se formaron figuras prominentes como Bernarda Fink, Ana María González, María Cristina Kiehr, Verónica Cangelmi, Dante Ranieri, Cecilio Casas y Raúl Giménez, entre muchas otras voces privilegiadas, dirigidas desde los primeros tiempos por Achille Consoli, César Stiattesi, Carlos Berardi, Luis de Mallea, Valdo Sciammarella, Tullio Boni, Romano Gandolfi, Andrés Máspero, Jorge Carciofolo, Alberto Balzanelli, Vittorio Sicuri, Salvatore Caputo y Peter Burian, entre otros expertos. En este momento, Miguel Fabián Martínez tiene a su cargo la dirección del Coro Estable, integrado por un centenar de voces brillantes.
Todos ellos hicieron vibrar lámparas y copas al son de las Misas de Johann Sebastian Bach y Ludwig van Beethoven; los Requiem de Wolfgang Amadeus Mozart, Johannes Brahms y Hector Berlioz; el Psalmus hungaricus de Zoltan Kodály; la Sinfonía de los Salmos de Igor Stravinski; los Gurrelieder de Arnold Schönberg y el Réquiem de guerra de Benjamin Britten.
Un emoción sin precedentes erizó la piel del auditorio cuando, en 1941, Arturo Toscanini dirigió al Coro Estable en el Requiem de Verdi y la Novena sinfonía de Beethoven.
Un Colón experimental
Cuando el actor, director y regisseur Sergio Renán se hizo cargo de la dirección artística del Colón, creó el Centro de Experimentación del Teatro Colón (CETC) para rejuvenecer el repertorio de ópera y ballet con muestras paralelas a la programación de temporada. Aunque al principio el Centro no tuvo sala propia, luego convirtió el subsuelo en un nuevo espacio de circulación abierto al público con entradas gratuitas. El primer director del centro fue Gerardo Gandini y la “opera prima”, Il combattimento di Tancredi e Clorinda y Pierrot Lunaire.
Colón, lujo envolvente
Entre las calles Libertad, Tucumán, Cerrito, y el pasaje Arturo Toscanini, se levantan los 58.000 metros cuadrados en donde se fabrica la muestra más refinada del arte porteño.
La primera escalinata sobre Libertad lleva hasta la marquesina de hierro forjado y el coqueto foyer con columnas de mármol rojo de Verona y estuco dorado. El umbral a una dimensión exquisita.
Apenas se alza la mirada, envuelve la primera cúpula octogonal de cristal francés. Sus ocho musas dan la bienvenida al mundo fascinante de las bellas artes que está por comenzar.
A una segunda escalera de mármol de Carrara, flanqueada por dos cabezas de leones, siguen otras escaleras más. Los mármoles rosados, las guardas decorativas, las teselas de Gres escoltan un camino salpicado de lujos, rumbo a los salones.
En el foyer envolvente y coronado por vitrales, comienza la Galería de los Bustos. Bellini, Bizet, Mozart, Gounod, Rossini, Verdi, Wagner recuerdan cuántos genios partieron de este mundo no sin antes dejarnos su inmensa música. A estas piezas creadas por Luis Trinchero se sucede el grupo escultórico El secreto, antesala del renacentista Salón Blanco, antepalco de la platea balcón destinada a las autoridades, cuando la agenda dicta funciones especiales y agasajos.
Por la cantidad de suspiros que despierta, ninguno equipara al Salón Dorado, con ecos de la Opera de París. Columnas talladas, arañas colgantes, vitrales de Gaudin con escenas mitológicas de Homero y una decoración reverberante que llena de brillos eventos especiales, exposiciones e incluso “mini” conciertos de música de cámara.
La cúpula del Colón
Sin duda la coronación del trabajo arquitectónico fue la cúpula original. Tal vez pocos sepan que cuenta con una estrecha galería perimetral, diseñada para que los músicos cuenten con ese espacio “celestial” desde donde dar vida a peculiares efectos sonoros.
Lo cierto es que de la gloriosa cúpula con un Apolo guiando a las musas, que Marcel Jambon había pintado en su atelier parisino, poco y nada quedaba en 1930: los años y algunas goteras habían sido impiadosos con el dios griego de las artes.
Y ahí, quedó, pelada, hasta que en 1965, al escritor Manuel Mujica Láinez se le ocurrió que Raúl Soldi podría decorarla “espléndidamente”. Y no se equivocó. Dedicó 4 meses completos a pintar 320 metros cuadrados de telas que luego se montaron con andamios a 30 metros de altura.
Siguiendo la tradición vernácula, la nueva cúpula se inauguró –también- un 25 de mayo, en el año 1966, con la puesta de Antiguas danzas y aires, de Ottorino Respighi. El vestuario de los bailarines fue diseñado también por Raúl Soldi y era idéntico al que lucían los seres imaginarios de la bóveda, sobre las cabezas del público.
“He querido hacer de la cúpula un espejo, una memoria de colores que evoque la magia de este teatro (…)Surgió la idea de esa ronda en espiral invadida por cincuenta y una figuras, incluyendo los duendes del Teatro, que logré rescatar escondidos en cada rincón”, comentó oportunamente Raúl Soldi que ya llevaba casi tres décadas en Argentina, luego de haberse formado en Milán y trabajado como escenógrafo en Hollywood. Dos de sus óleos (La Virgen y el Niño y Santa Ana y la Virgen Niña) se exhiben hoy en los Museos Vaticanos.
Una tonelada de bronce sobre el público
Cuando ya se piensa que el Teatro Colón no puede ofrecer nada más bello, basta fijar la mirada en el centro magnético del descomunal plafonnier de bronce de la cúpula. Confeccionada por los orfebres Azaretto, en 1908 costó un Perú elevar esa araña hasta su destino final: pesa una tonelada, mide 7 metros de diámetro, sostiene 730 bombitas eléctricas y 100 apliques y tulipas.
Lógicamente, nunca se movió de ahí, hasta la restauración total del Colón en 2010, cuando Juan Carlos Pallarols se hizo cargo de ella: reconstruyó las tulipas y los bronces que el tiempo se llevó y la “oxidó” con un baño de fuego para que todo el conjunto recobrara su esplendor vintage. Por el bien de todos, se construyó un sistema automático para hacerla bajar al piso y luego retornarla a su cielo, cada vez que necesite limpieza.
El Colón, a la vanguardia
Aunque al nacer estaba destinado a la música culta, las alfombras del Colón también recibieron a la música popular.
Ya en 1910, fue la pista de baile de los Carnavales porteños, animados por la Banda Municipal de Música.
Fueron muchas las noches en que los pentagramas de la música ciudadana arrobaron Buenos Aires desde este escenario de lujo. El más antiguo registro tanguero del Colón data de 1926, cuando Roberto Lino Cayo y Raúl de los Hoyos presentaron su “Noche de Colón”.
El 14 de agosto de 1928 un promocionado «Gran Festival Artístico» rendía honores al 2x4 con orquestas, cantores y milonga.
Durante un festival benéfico, en 1931, una nueva flor del arrabal, Libertad Lamarque era elegida por el público como “la reina del tango”. Y podría decirse que a lo largo de la década del 30, Francisco Canaro, Roberto Firpo, Julio de Caro y Osvaldo Fresedo vivieron momentos de gloria en el Teatro Colón de Buenos Aires.
Los años 40 llevaron al Colón a Juan D’ Arienzo y Alfredo De Angelis. Aníbal Troilo fue la estrella de Tango, en 1964, pero el gran batacazo tanguero sucedió el 17 de agosto de 1972, cuando el gobierno de facto de Alejandro Lanusse organizó un “Concierto de música ciudadana” que reunió en un mismo escenario a Horacio Salgán, Osvaldo Pugliese, Osvaldo Fresedo, Aníbal Troilo y Astor Piazzola con las voces del “Polaco” Goyeneche y Edmundo Rivero.
Lo más curioso de todo es que Carlos Gardel, que era habitué del Teatro Colón cuando estaba en Buenos Aires, nunca cantó en él.
Cuando estaba en Buenos Aires, Gardel iba al Colón; pero nunca se subió al escenario para llenar el Colón con su voz
Con todo, los 40 años de su desaparición fatídica, se recordaron en el magno teatro porteño, el 24 de junio de 1975.
Una década más tarde, Osvaldo Pugliese celebró allí sus 80 diciembres, bajo una lluvia de rosas rojas que caían desde los palcos, un emotivo recuerdo de “la rosa roja sobre el piano” que lo recordaba mientras él estaba preso –durante el peronismo- y su orquesta cumplía con sus presentaciones.
El siglo XX cerró con Eleonora Cassano y Julio Bocca despuntando un Piazzola en concierto en la misma casa que los vio crecer y una memorable noche, el 8 de diciembre de 1998, se dio por inaugurado en el Colón el Festival Internacional Buenos Aires Tango.
Agenda 2021
María Victoria Alcaraz es la actual Directora General. Los dos grandes eventos agendados para el 2021 son el recuerdo de Manuel de Falla, tras 75 años de su desaparición y los 75 años de la Fundación de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires.
Además, están programadas 150 funciones con seis obras líricas, tres ballets y 14 conciertos de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. Con el Festival Beethoven se rendirá homenaje a Marta Argerich, que este año cumple 80 años.
También están en agenda, siete recitales de Grandes Intérpretes Internacionales, siete conciertos de la Orquesta Estable del Teatro Colón, tres conciertos corales del Coro Estable y un Ciclo de Mujeres en Música dedicado a intérpretes, compositoras y directoras musicales.
De toda esa nutrida agenda, anunciada a comienzos de año por las autoridades, se realizaron 14 conciertos presenciales de homenaje a Astor Piazzola; uno en Parque Centenario y otro a cargo de la Orquesta Estable.
Luego, la pandemia obligó a cerrar las puertas y se reprogramaron todas las funciones de abril y las siguientes, hasta junio. Cada una de ellas ya ensayadas y con todo listo para la puesta en escena, debieron pasarse para más adelante. “Por ahora, todo dependerá de cómo evolucione la pandemia, pero la idea es cumplir con la programación anunciada, en la medida de lo posible”, informan desde el organismo. A partir de hoy, se pueden consultar varias propuestas de clases para especialistas o también para público en general. Sólo hay que visitar la página oficial www.teatrocolon.org.ar y elegir entre las varias opciones.
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