Un 4 de diciembre se inauguró la Basílica de Nuestra Señora de Luján. Y fue así, a pesar de que la obra no estuvo concluida hasta 1935.
En el afán de mostrar obra, el flamante presidente Roque Sáenz Peña, la dio por inaugurada con abundante agua bendita, apenas dos semanas después de haber llegado al sillón de Rivadavia, el 4 de diciembre de 1910.
En la ciudad de Luján a 70 kilómetros de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la Basílica de Nuestra Señora de Luján fue desde entonces el centro simbólico de los argentinos de fe católica.
Esta Basílica es el Santuario Nacional ya que la Virgen de Luján es la patrona del país.
Desde hace 47 años, hasta allí peregrinan cada año, en bicicleta o a pie, cerca de un millón de fieles fervorosos. Inquebrantables, inician la marcha en la Iglesia de San Cayetano, en el barrio porteño de Liniers.
Este año, luego de la pausa a la que obligó la pandemia en el 2020, la peregrinación retomó el ritmo y hubo una visita sorpresiva, la del presidente Alberto Fernández, que también se sumó para pedir “por la salud y el trabajo”.
Las fechas axiales de la patria tuvieron siempre la vigilia atenta de la Virgen de Luján. Tal fue el caso de las celebraciones del bicentenario, el 25 de mayo del año 2010, con un tedeum en el que estuvo presente la entonces presidenta, Cristina Fernández de Kirchner.
Luján y los argentinos
La construcción de la Basílica de Luján, junto con las catedrales de Mar del Plata, La Plata, San Isidro y Córdoba (Iglesia de los Capuchinos) representa magistralmente el estilo neogótico que se desarrolló en la arquitectura argentina en el siglo XIX.
Con 42 metros de frente y una longitud de 104 metros puede verse bien desde lejos, incluso desde la estación del ferrocarril, gracias a las dos torres imponentes de 106 metros de altura.
Enfrente de la catedral, la Plaza Belgrano solía llamarse Plaza Real, ya que era el paso obligado del Camino Real que llevaba hasta el Alto Perú. Sobre ella no sólo se congregan hoy los fieles y los puestos de vendedores del merchandising de la fe. Siempre fue convocante y en ella hubo alguna vez corridas de toros.
La obra la solicitó en 1889 el sacerdote Jorge María Salvaire, quien dedicó su vida entera a contar sobre la historia y milagros de la Virgen de Luján. La obra arrancó un año más tarde, sobre el proyecto del arquitecto francés Uldéric Courtois.
Cuando su alma mater, el padre Salvaire, falleció el 4 de febrero de 1899 las torres de los cruceros se alzaban 30 metros sobre el suelo, y la obra era incesante, pero él nunca llegó a ver terminado su gran sueño, el que él mismo había iniciado.
Donde hoy está el altar principal, se colocó la piedra fundamental, que era blanca, de Tandil y una especie de cubo de un 1,22 metros por lado. El interior estaba perforado y allí se colocaron infinidad de reliquias santas y protectoras: piedras de la Gruta de Nazareth y del Monte Calvario, de las Catacumbas de Roma, de los Santuarios de Loreto, del Pilar de Zaragoza, de Montserrat, de Lourdes, de La Salette, de la Basílica del Sacré Coeur, el Sagrado Corazón de Montmartre; y dos cuadros con las estampas de los Papas Pío IX y León XIII.
Junto a tantas buenas intenciones también quedó el Acta Fundacional firmada por Monseñor León Federico Aneiros, arzobispo de Buenos Aires, y varias monedas de distintos metales, para que nunca escaseen las donaciones.
Las campanas de Luján
A medida que la obra avanzó con los años, fueron llegando y encontrando su lugar, donde aún todavía se encuentran, los vitraux de Burdeos, catorce estatuas de mármol de Carrara, el órgano Cavaillé-Coll de París, los candelabros para el altar mayor, la cruz dorada, 15 campanas traídas de Milán, 16 estatuas de los apóstoles y evangelistas y un segundo órgano más pequeño que el anterior, pero de la misma fábrica parisina.
El órgano mayor se encuentra justo debajo del rosetón central y funcionó por última vez el año del jubileo.
El 15 de noviembre de 1930 el Papa Pío XI le otorgó el título de basílica menor y, como se dijo, en 1935 la obra se dio por concluida.
La Basílica de Nuestra Señora de Luján tiene 15 campanas que, en total, pesan 12 489 kg. Cada una de ellas tiene su peso, su timbre, su nombre y un lema que la identifica. La campana más liviana y pequeña pesa 55 kilos y la mayor, 3400 kilogramos. Con tantos recursos para llamar a la fe es imposible que los milagros no sucedan.
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