Mijaíl Gorbachov, el premio Nobel de la Paz 1990, cumplió 91 años mientras los titulares del mundo siguen minuto a minuto la invasión de Rusia a Ucrania, la toma de Chernobyl y la amenaza de la Tercera Guerra Mundial. Como todos los años, Vladimir Putin lo saludó. Y no es difícil adivinar lo que Gorbachov estará pensando: que era esto precisamente lo que quiso evitar durante las largas décadas de trabajo en el Partido Comunista ruso.
Hace 32 años, el 15 de marzo de 1990, asumía como el Primer Presidente de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Unos 22 meses más tarde, el 25 de diciembre de 1991, él mismo renunciaría a su cargo, al no poder poner en pie a la “nueva” Rusia, a pesar del apoyo internacional, de la popularidad interna, de la palmada en el hombro de algunos camaradas, y de la salida airosa del intento de golpe de estado, sofocado en tres días mientras decían que tenía “problemas de salud” y el ala más reaccionaria le había impuesto prisión domiciliaria.
Diez años antes, todo era diferente. En 1980, cuando Mijaíl Gorbachov era el delfín de Yuri Andrópov, todos aplaudían su valentía y sus aires reformadores. A tal punto que no dudaron nombrarlo secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la URSS, es decir el líder máximo del país, cuando falleció Konstantin Chernenko, en 1985. Fue entonces cuando Mijaíl Gorbachov protagonizó la segunda revolución rusa del siglo XX.
Gorbachov en la Guerra Fría
Su popularidad crecía a la par que desparramaba discursos a favor de la apertura de un sistema político ensimismado y antiguo. Obligó a Occidente a memorizar dos palabras rusas: perestroika y glásnost. Con la primera, “reconstrucción”, quería modernizar la URSS.
La perestroika política permitió el capital privado por primera vez luego de la Revolución de 1917 y de la Nueva Política Económica (NEP) que había dejado en manos del estado todopoderoso el control de la economía. Ahora, quien quería podía abrir un restaurante, poner un negocio, encarar un nuevo emprendimiento, armar una cooperativa, manejar divisas, ingresar al mercado.
Gorbachov no quería una Rusia capitalista sino un socialismo más democrático. Para convencer a quienes lo miraban con recelo, decía que su planteo era Leninista, que comenzaba en la punta de la pirámide, pero que bajaba hasta las bases.
Nunca se olvidó de las bases. Hijo de una familia de campesinos de en Privolnoie, cerca de Stávropol, el árbol genealógico de Gorbachov había sido tejido por una familia de inmigrantes de orígenes ruso-ucranianos, de Voronezh y Chernigov. Muy pobres, varios de sus tíos murieron de inanición por la hambruna que llenó de luto su pueblo natal en 1932 y 1933, un abuelo fue arrestado con cargos falsos de sedición y el otro, exiliado a Siberia.
Por eso, su perestroika trabajó intensamente para mejorar y modernizar la calidad de vida y producción del campesinado.
La lucha de Gorbachov
Pese a todo, su determinación por salir adelante siempre sería una prioridad. A los 13 años trabajaba en una granja y estudiaba de noche; a los 15 manejaba cosechadoras y, a los 18, se anotó en la Universidad Estatal de Moscú para estudiar Derecho.
Sin embargo, para sus detractores la perestroika y la glásnost liquidaron a la URSS. Sin experiencia en economía de mercado, la economía soviética cayó al subsuelo, faltaron productos de primera necesidad y los índices de mortalidad eran superiores a los de natalidad. Cuando Gorbachov asumió los destinos de la URSS, en 1985, la deuda externa era de US$ 31.000 millones; cuando renunció, en 1991, era de US$ 70 300 millones.
El líder reformador tuvo que volver a implementar las famosas libretas de racionamiento para paliar la situación.
Desarme nuclear
Para apuntalar la fuga de divisas rusas, Gorbachov recortó el gasto militar interno y externo. Internacionalmente, trabajar para la paz le permitiría a la URSS ahorrar mucho dinero, ya que una cuarta parte de su presupuesto anual se destinaba a gastos militares.
En octubre de 1986, cuando Gorbachov estaba en la capital de Islandia, dijo por vez primera que la URSS estaría dispuesta hacer concesiones importantes a sus adversarios en pos de la paz mundial.
En cuestión de meses, Occidente comenzó a dar crédito a la propuesta rusa y la tensión entre los dos ejes del mundo se aligeraba.
Al promediar 1986 acordó un plan de dos años para retirar las tropas soviéticas de Afganistán. Así, el berretín de 1979 de contar con un país amigo en la frontera, le había costado a los rusos 15.000 soldados muertos, US$ 80.000 millones de gastos, mala prensa y una guerra de diez años que podría extenderse otros diez.
Unos años más tarde, en 1990, siguiendo esa misma política exterior, la URSS retiraría sus tropas de Polonia, Hungría y Checoslovaquia.
Apenas asumió su liderazgo político, en 1985 Gorbachov declaró una moratoria unilateral sobre las pruebas de armas nucleares y lo puso por escrito, el 15 de enero de 1986, en la “Declaración del Gobierno Soviético”. En él también invitaba al resto de las potencias mundiales a imitar a la URSS y unirse al programa de desarme nuclear socialista que se completaría a fines del año 2000.
El 7 de diciembre de 1987 Gorbachov y el presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan firmaron en Washington el histórico Tratado de Eliminación de Misiles de Corto y Medio Alcance.
Tiempo después, el 30 y 31 de julio de 1991 también Mijaíl Gorbachov y Ronald Reagan, firmaron el START-I el Tratado de Reducción de Armas Estratégicas que si bien no los desarmaba, al menos ponía un topa a la cantidad de armamento nuclear que sendos países podían poseer. El START-I entró en vigencia el 5 de diciembre de 1994, tres años después de que la URSS hubiera desaparecido como tal.
Gorbachov y el Fin de la Guerra Fría
Casi en simultáneo con la propuesta de desarme, Gorbachov anunció que la URSS no intervendría en los movimientos migratorios y fronterizos de sus países amigos del Bloque del Este, los firmantes del Pacto de Varsovia de 1955.
Así, sin que URSS pestañeara, Hungría levantó las restricciones para pasar a Austria y la República Democrática de Alemania habilitó la obtención de visas a los ciudadanos que quisieran visitar a sus vecinos de la República Federal de Alemania.
Una avalancha de 15.000 personas decidieron hacer uso de su libertad de circulación, visitar familiares, viejos amigos, reencontrarse con su otro yo, y la caída del Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989 dotó de un símbolo al Fin de la Guerra Fría que promocionaba Gorbachov en los cónclaves internacionales.
Unos meses más tarde, Mijaíl Gorbachov llamó por teléfono a Helmut Kohl, canciller de Alemania y le propuso que los aliados en la Segunda Guerra Mundial renunciaran a sus derechos sobre Alemania. Así, el 12 de septiembre de 1990 firmaron en Moscú el “Tratado sobre la Soberanía”. En la letra escrita, Alemania también volvía a ser una sola, como antes.
Gorbachov y la Glásnost
La perestroika que proponía Gorbachov era una reconstrucción que, de puertas adentro, necesitaría de glásnost, transparencia política y libertad de expresión, algo que no había sucedido en las últimas décadas y que George Orwell había descripto magistral y elípticamente en su novela distópica, 1984.
Mijail Gorbachov demostró que otra manera de vivir era posible en la Unión Soviética. Permitió las protestas en la vía pública, liberó a algunos presos políticos, renunció a los panfletos apoteóticos y redujo el control del estado sobre los medios de comunicación y las producciones de artistas y escritores. A partir de 1988, algunas emisoras de radio extranjeras y occidentales podían sintonizarse desde la URSS y viceversa.
Con Gorbachov, la población rusa conoció por primera vez algo que les parecía de Marte: elecciones. Entre el 25 de mayo y el 9 de junio de 1989 puso sesionar en Moscú el Primer Congreso de los Diputados del Pueblo de la URSS, un organismo legislativo que era toda una novedad del otro lado de la Cortina de Hierro. Los rusos habían votado y elegido a sus representantes, en un estado con un único partido en el que las autoridades de la nación siempre habían sido elegidos a dedo, por una cúpula.
Además de elecciones libres, los soviéticos votaban entre opciones de candidatos, no había una sola propuesta, como antes. Otro Congreso, el de los Diputados del Pueblo, cambió el status del jefe de estado que, desde la llegada de los revolucionarios al poder, había sido a dedo. Hasta 1990, el máximo mandatario de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas era el secretario general del Comité Central del Partido Comunista. A partir de las elecciones de marzo de 1990, la URSS tendía Presidente.
Y el primer presidente fue Mijaíl Gorbachov, aunque al tratarse de los primeros comicios, no ganó con el voto directo de los ciudadanos sino de sus representantes, los diputados.
Gorbachov, la esperanza de Occidente
Cuando Mijaíl Gorbachov llegó al poder, la revista Time dijo que era “el símbolo de esperanza para la URSS”. El 16 de octubre de 1990 la Academia de Estocolmo le otorgó a Mijaíl Gorbachov el Premio Nobel de la Paz por su papel decisivo en los cambios positivos en la relación entre Oriente y Occidente.
El presidente soviético transfirió la ganancia económica del Premio Nobel al estado, pero para destinarlo a la construcción de hospitales en su país, un tema sensible no sólo para él sino también a los ojos de su esposa siberiana, Raísa Titarenko, que era socióloga, profesora de Filosofía y especialmente preocupada por el cáncer infantil.
En 1996, Mijaíl Gorbachov quiso medir el termómetro político y se presentó en las elecciones presidenciales de la Federación de Rusia. Sólo obtuvo 386 069 votos; ganó. Borís Yeltsin, con el 53,82% del electorado. Para entonces, Mijail Gorbachov era más popular y querido en Occidente que dentro de su patria.
Desde entonces se retiró de la política y cedió a su única hija Irina, el manejo de la Fundación Gorbachov. Hasta que estalló la pandemia, cada tanto la visitaba en el castillo familiar que Gorbachov había comprado a orillas del Lago Tegernsee, en Villa Hubertus Schlössl.
Hoy, muchos soviéticos nostálgicos de los años de plomo lo consideran un traidor. A lo lejos, Gorbachov parece más apreciado en Occidente que en su propio país
Gorbachov, ¿mentor o traidor?
Apareció en una publicidad de Louis Vuitton (2007) pasando por delante de los restos del ex Muro de Berlín; el director alemán Wim Wenders lo convocó para una fugaz aparición en Tan lejos, tan cerca (1993), e incluso Pizza Hut (1997) le habría ofrecido una cifra de siete cifras para aparecer en un comercial junto con su nieta.
Cada vez sale menos. Cuando cumplió 80 años, le rindieron un homenaje en el Royal Albert Hall de Londres, con una ceremonia que condujeron los actores Kevin Spacey, Milla Jovovich y Sharon Stone.
El año pasado, cuando Gorbachov cumplió 90 años, el 2 de marzo, Vladimir Putin le envió un telegrama: "Usted pertenece, desde luego, a esa categoría de personas extraordinarias, de destacados estadistas de la era moderna que ejercieron una influencia notable en la historia patria y mundial", escribió entonces el presidente Putin.
Este año, la invasión a Ucrania no le impidió a Vladimir Putin ejercer su habitual cortesía y saludar a Gorbachov, actual presidente de la Fundación Internacional de Estudios Socioeconómicos y Políticos. El Kremlin transcribió en su website, el mensaje de feliz cumpleaños firmado por el presidente ruso:
“Usted ha vivido una vida larga y plena, y ha merecidamente ganado un gran prestigio y reconocimiento. Es gratificante que hoy, su trabajo multifacético contribuya a la implementación de los tan necesitados proyectos sociales, educativos y de caridad, tanto como al desarrollo de la cooperación internacional humanitaria”.
Años antes, Gorbachov le había comentado a varios de sus biógrafos que estaba preocupado por el recrudecimiento de la carrera armamentística.
“El trabajo de mi vida se ha cumplido. Hice todo lo que pude”, le dijo a uno de sus biógrafos.