Si Messi va a una fiesta difícilmente defraude a los invitados
Más de 83 mil personas gozaron con sus dos goles. Vivió el partido con una intensidad poca veces vista y como casi siempre, no defraudó.
Tanta emoción se le notaba en cada centímetro del cuerpo apenas pisó el césped del Monumental. Todas las miradas, todos las cámaras de los celulares, todo giraba en torno a su figura. Porque para esas más de 83 mil personas iba a ser una noche única, la de la última función con la celeste y blanca al menos en forma oficial en Argentina.
Del 10 se habla. De La Pulga. De Leo. El que luce la cinta de capitán. Hay una pelota de por medio, un partido por Eliminatorias y Lionel Messi es el protagonista de lujo. Y cuando hay una fiesta de la que participa difícilmente él los defraude. Con su gambeta, con sus amagos, con sus pases milimétricos, con esos momentos en los que parece caminar despreocupado, cuando en realidad busca su espacio para desconcertar rivales de la mejor manera.
Se dio todos los gustos Messi por más que a sus 38 años sacarse a tres o cuatro venezolanos en velocidad le cueste más que antes. Hizo emocionar a los que se le acercaron para una foto. Lloró en el calentamiento previo, entró con sus hijos de la mano y tanta procesión llevaba por dentro que ni cantó el himno, esa nimiedad que se le cuestionaba cuando daba sus primeros pasos en la Selección.
No pudo festejar en un tiro libre donde la barrera no respetó la distancia. Pero su enorme calidad asomó en las triangulaciones que intentó con sus socios en la ofensiva como con Mastantuono, con el inquieto Thiago Almada, con su habitual "compadre" Rodri De Paul u ocasionalmente con el Cuti Romero que lo buscó para tirar alguna pared. Encontró el gol después con una definición exquisita. Pase sensacional de Paredes, control, freno y asistencia de Julián Álvarez y el pase a la red con esa zurda que deleita, con sutileza, para dejar a cuatro adversarios desparramados a metros de la línea de gol.
Messi estuvo más activo en el segundo tiempo cuando a Venezuela se le fueron derrumbando los atributos que había exhibido para no llevarse varios tantos en contra pensando en una posible clasificación al Mundial de 2026. Aparecieron los oles en las tribunas, los gritos de admiración, la reverencia con su apellido coreado hasta el cansancio. Llegó el segundo grito con otra caricia de esa zurda inigualable. La fiesta del campeón del mundo ya estaba completa.
Con el pitazo final de Piero Maza cada uno de los espectadores preparó su cámara para guardar el recuerdo. En sus retinas quedará este momento inigualable. Veinte años de vigencia. ¿Cuándo volverán a ver una fiesta semejante?
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