“Cuentos del alma”

Mariana Marx y la belleza del dolor en "La risa más triste"

En su nuevo libro de cuentos, la escritora argentina explora los vínculos, la soledad y el deseo con una prosa íntima y precisa. La risa más triste convierte la herida personal en una experiencia colectiva y confirma a Marx como una voz reveladora de la narrativa contemporánea.

La risa más triste: las heridas y los silencios que habitan en los cuentos de Mariana Marx Foto: Prensa

La risa más triste es una exploración de lo íntimo como territorio narrativo. A lo largo de dieciocho cuentos, Mariana Marx retrata el universo de mujeres que habitan entre la ternura y la furia, entre lo doméstico y lo salvaje. Desde el campo hasta la ciudad, sus relatos desnudan los vínculos familiares, las heridas heredadas y la memoria que insiste en no borrarse.

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Con una escritura precisa, sin artificios ni solemnidad, Marx logra lo más difícil: transformar la experiencia privada en resonancia colectiva. Cada historia vibra entre lo confesional y lo universal, donde lo que no se dice tiene tanto peso como lo que se enuncia.

Autorretrato

Remuevo la tierra de los canteros y, con suavidad, acomodo las raíces. Miro a mi alrededor, las vacas pastan bajo el sol, pienso que esta mañana tiene una luz muy especial, tal vez porque después de una larga sequía, volvió la lluvia para salvarnos. Saco las hojas muertas de los cajones y veo yuyos que compiten con los últimos tomates de la temporada .

Con el teléfono saco una foto y la mando al grupo Taller de Escritura Chascomús. Me preguntan cuándo vamos a conocer el rancho de Herminia. Desde que murió, ya nadie va a su casa. Ahí vivió desde los quince años, en una casa con techo de chapa, sin luz y paredes de barro, decorada con cientos de flores que colgaban en macetas de frascos reciclados, algunas en envases de leche.

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El puesto de Herminia todavía está detrás de la pista de aterrizaje del campo de los Martínez, y desde que le gritó pelotudo al novio de su patrona, le prohibieron que rondara por el casco. Samantha dice: esa casa puede ser un buen disparador para la consigna que estamos por escribir. Es la tercera vez 9 que vienen a mi campo, hacemos este encuentro una vez al mes y cada uno de nosotros tiene que escribir un cuento que transcurra en el lugar. La consigna de ahora es escribir un relato corto policial.

La risa más triste

Corro en dirección a mi casa, doblo en la esquina y miro hacia atrás. Saco mi celular del bolsillo y marco el número de Ernesto. No me responde, me apoyo en un auto estacionado y le mando un mensaje: llamame por favor, estoy asustada. Vuelvo a la esquina para ver si me está siguiendo. Por la vereda no se ve nada, casi sin aliento, vuelvo a escribirle a Ernesto: es importante, llamame por favor.

Ahora él está en línea, ¿estás?, le pregunto y le digo que fui a ver la casa que quiere comprar: me abrió la puerta un hombre despeinado, tenía los dientes sucios, la camisa rota, los pantalones desabrochados y cuando hablaba se le caía la baba. Ernesto me responde que está ensayando y que no puede hablar. No me importa ahora tu ensayo, fui a verla para vos, todo para ahorrarte la comisión de la inmobiliaria, le escribo . El calor es fuerte y tengo el vestido mojado, en la puerta de mi casa mi hermano Lalo espera afuera.

Cenizas

La mañana del llamado, jugaban al bridge en la estancia de Teresa Leloir. Tenían varios whiskies encima y estaban sin dormir. Yo leía los cuentos de Carver sentada en el sillón, debajo del velador y cada tanto las observaba. Sonaba y sonaba el teléfono, nadie atendía. Dolores servía Blue Label y hablaba de la mala época para el campo, de la sequía; Marga, de sus ataques de pánico desde que enviudó, y Teresa se sentía mareada por los tres vasos de whisky que tomó.

Después de un rato, una de las empleadas entró a la sala de juegos sin avisar, apoyó las manos en la mesa y le pidió a Teresa que se levantara a responder. Le dijo que era urgente y que se trataba de su hija Merceditas. Teresa apagó el cigarrillo, acomodó las cartas sobre la mesa, se abrochó la camisa de seda y dio un sorbo al vaso de whisky. No siempre me llevé bien con Merceditas, igual, no es como todos ellos, salió distinta. Desde que le confesé que había ayudado a algunas empleadas domésticas de Barrio Parque, todo cambió entre nosotras.

Ella se ofreció para ayudar a Rufina, y así nos pasábamos horas planificando ideas para convencer a su mamá a subirle el sueldo. Después de graduarse en el Di Tella, no faltó a ninguna marcha con su pañuelo verde y un día hasta me pidió que militara con ella. Al tiempo decidió ir a limpiar casas a Suiza, renunció a la herencia de los Leloir, y dejó a su mamá sola con los campos y la casa.

En la distancia nos mantuvimos unidas, no hubo un día que no habláramos por teléfono. Teresa caminó hacia la cocina moviendo el vaso, el ruido del hielo en el whisky contra el cristal la acompañaban. Detrás, la empleada, en camisón y pantuflas, la siguió. Apoyé el libro sobre el sillón y me esforcé para simular que no sabía nada. Marga movía la mandíbula de un lado a otro, Dolores acomodaba las cartas y fumaba, el humo del cigarrillo volaba en círculos por el aire.

 

El sótano de Burzaco

El whisky la mareaba, algunas veces terminaba desmayada en algún rincón de la casa. No se animaba a pedir ayuda, tal vez porque se avergonzaba de que la vieran así, lejos de su elegancia. Con los ojos encarnados, la piel amarillenta y una confusa estabilidad, mamá seguía el juego.

Los otros, atentos a las cartas, ignoraban el estado de ella que se acomodaba el bretel caído de su vestido negro y jugaba con un collar de perlas roto entre sus dedos . De noche casi no dormía, la cuidaba desde algún rincón de la casa. Algunas veces iba sin dormir al colegio. Mamá seguía el juego con sus tres amigos, no sé de dónde los había sacado.

Esa noche escuché un ruido extraño y me acerqué a ellos, uno golpeaba un encendedor sobre la mesa y decía algo en otro idioma. Mamá me había mandado a dormir y yo me había negado. Era una noche diferente, algo extraño en el aire envolvía la casa, mezclado con el olor del vino. Desde la muerte de mi papá, la casa estaba más frecuentada.

Los hombres desfilaban, algunos se despedían al amanecer y otros se quedaban dormidos en los cuartos de invitados. Tenía siete dormitorios que daban al comedor, los pisos eran de mosaicos calcáreos, como caleidoscopio. Los techos altos, con tirantes de madera y las paredes cubiertas de cuadros desteñidos con infinitos desnudos. Y un sótano del cual estaba prohibido hablar, nunca me dejaron meterme ahí. Una vez soñé que una voz de mujer me llamaba desde el sótano, al entrar estaba Elba con su uniforme azul colgando con una soga de su cuello al techo y me decía: Antes de volver a trabajar con tu mamá prefiero la muerte.

Patrón

Estoy en mi cuarto mirando el techo. El ruido del taladro me hace explotar la cabeza, tener la casa llena de albañiles me enloquece un poco. En la terraza, a mi izquierda, escucho el sonido de la pala deslizándose en el cemento, no sé cuánto falta para terminar la obra pero, en el fon do me siento acompañada por ellos.

Me levanto de la cama, me pongo las pantuflas y en ropa interior me paro frente al espejo, me paso los dedos por los labios, cierro los ojos y pienso en mi novio y en su propuesta. Cuando lo conocí, venía de estar sola durante mucho tiempo, tampoco tenía amantes ni amigos con derecho, estaba sola de verdad y lo que más deseaba era encontrar a alguien con quien compartir lecturas en la chimenea, los atardeceres en el campo, los pódcast de literatura mientras trabajamos en la huerta, la familia y los viajes por el mundo.

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Fue cuando mi amiga Juli vino a casa un día y me abrió una aplicación para conocer gente. Siempre pensé que las personas que están ahí son desahuciadas. Cuando miraba los perfiles sentía pena por esos hombres que se exponen en esa aplicación. A los días lo cerré y nunca más volví a abrirlo hasta que decidí cambiar mi Iphone. Después de un año se abrió la aplicación en el nuevo teléfono y encontré ciento veinte mensajes sin abrir.

Elegí a tres hombres que podrían interesarme. Hablé con un tal Jorge por teléfono y lo corté a los pocos minutos, me aburrió. Con el según do no llegamos a escribirnos ni tres veces y de Martín me gustó su actitud, me había dicho que no tenía ganas de chatear y que esa misma noche me invitaba a comer donde yo quisiera.

Me gusta la imagen que doy ahora

Desayunamos temprano. Enrique me trae el mate a la cama; me encanta quedarme haciendo fiaca entre las al mohadas mientras él lee el diario Clarín en papel y yo miro Infobae en el celular.

Enrique y yo no tenemos hijos, tampoco nos cuidamos. Al principio sospeché que por mis abortos de pendeja había quedado estéril. Me gusta la imagen que doy ahora . Lejos de esa infancia abandonada, donde la sombra de los vicios envolvía mi inocencia. Desde hace unos días lo siento distante a Enrique, como si en su cuerpo hubiera entrado otro hombre.

En sus besos y en su forma de acariciarme siento la decadencia de nuestro amor. Hace mucho que no hablamos, que no comemos juntos y que no tenemos sexo. Dice que por la época del año tiene más asados con sus amigos y más partidos de golf. Cuando se queda en casa, tenemos estas mañanas silenciosas, mientras yo todavía adormecida deslizo la pantalla en la sección famosos, Enrique garabatea con un lápiz sobre las noticias del diario. No sé qué le puede interesar remarcar en esas páginas, si después las tira a la basura.

 

LV/DCQ