Estereotipos que aún nos separan
Hace casi medio siglo que inició, formalmente, la construcción institucional para promover la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer. En las postrimerías de la década de los ochenta del siglo pasado, la Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW) sentó las bases para otras convenciones, acuerdos, plataformas, declaraciones y estrategias orientados al logro de un mundo igualitario, equitativo e inclusivo. Han transcurrido treinta años desde la Declaración de Beijing y sin embargo, la generalización de características simplistas y equivocadas sobre las personas es una lucha que no hemos ganado. En particular, los estereotipos de género prevalecen en la definición de papeles, funciones y características que no solo permean en el pensamiento, sino que reproducen prejuicios, violencias y desigualdades que impactan tanto en la vida diaria como en las relaciones personales y sociales de toda sociedad.
A pesar de todos los esfuerzos internacionales y nacionales, los estereotipos que se aprenden a través de los procesos de socialización en los hogares, las escuelas, el ámbito laboral y los medios de comunicación hacen que el progreso para disminuir las brechas entre géneros continúe siendo incipiente. En el Foro Económico Mundial 2025, se informó sobre avances en la brecha económica de género al pasar del 68,4% en 2024, al 68,8 este año, pero ninguna economía ha logrado la paridad total y al ritmo actual, hacen falta 123 años para lograrlo. Islandia ocupa la primera posición con 92,6%. Para Latinoamérica, Costa Rica ocupa el lugar 16, con 78,6%; Nicaragua el 18 con 77,6; Chile el 22 con 77,7 y México el 23, con 77,6.
El caso de México resulta interesante porque en el Índice de Brecha 2025, se observa que tuvo una mejora de diez lugares. Su peor puntaje fue en brecha salarial, donde la disparidad es de alrededor del 15% en el sector formal, mientras que en el informal rebasa el 40%. Con estas cifras y en relación con los procesos de socialización, recientemente, una figura deportiva, Javier “el Chicharito” Hernández, a través de un video en redes sociales, mostró ante la sociedad mexicana una serie de estereotipos que prevalecen y dan cuenta del largo camino que resta por ararse. Señaló que las mujeres deben dejarse liderar por un hombre y dedicarse a las tareas del hogar “cuidando, nutriendo, recibiendo, multiplicando, limpiando y sosteniendo… el lugar más preciado para nosotros los hombres”. Lo anterior no solo es grave por el hecho en sí mismo, sino por lo que representa en términos sociales: increíble, el silencio inicial de la dirección de la Federación Mexicana de Fútbol (FMF), la Liga MX y el Club Chivas. También, las posturas a favor o en contra de la declaración en las redes sociales y la minimización de los sucesos por otros opinadores en los medios. Varios días después, como respuesta a la indignación social y de grupos feministas, aunada al comentario que hizo en La Mañanera del Pueblo la presidenta Claudia Sheinbaum, apareció un post con una reflexión ofrecida por el jugador que fue acompañada por una sanción que recibió por parte de la FMF, el Club Chivas y la marca PUMA, que rescindió su contrato de exclusividad.
El que las mujeres se ocupen de las tareas del hogar y de cuidados no es una decisión individual sino el producto de una construcción social que definió una serie de funciones para unos y otros en la sociedad. Hoy, sabemos que el impacto que ello ha traído consigo es inmensurable y fractura a las sociedades en general. Datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) señalan que, actualmente, la participación de las mujeres es del 45,5%. En relación con el trabajo no remunerado, algunos datos del Instituto Mexicano de la Competitividad señalan que si se sumara el valor de las tareas del hogar y de cuidados, las mujeres aportarían 2,6 veces más valor económico que los hombres por el trabajo no remunerado que realizan. Lo anterior significa que si el trabajo no remunerado fuera una industria, tendría una equivalencia del 24% del Producto Interno Bruto (PIB) cifra por encima del valor de sectores económicos como la industria manufacturera o el comercio, que representan el 22 %, respectivamente (22%).
El reto para cerrar la brecha de género no solo depende de la toma de decisiones más equitativas, también de un trabajo colectivo que nos permita reproducir valores y principios de inclusión e igualdad en nuestros círculos de convivencia. Tomar conciencia de que las formas de pensamiento misóginas y machistas permanecen no es suficiente, debemos impulsar estrategias educativas, como una herramienta eficaz para desmantelar los cimientos de estereotipos erróneos que nos perjudican como sociedad.
* Coordinadora del Programa de Posgrado en Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y miembro de la Red de Politólogas - #NoSinMujeres
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