Coronavirus

Pandemia: es hora de hablar en serio sobre la libertad

La cuarentena forzosa obliga a reordenar hábitos y también valores. El impacto cultural de ver a militares y policías "del lado de los buenos".

El Ejército ayudando en Quilmes, con comida para vecinos carenciados. Foto: Ministerio de Defensa

Anoche tuve mi primer insomnio en cuarentena. Digo “primer insomnio” porque descuento que no habrá sido el último. Vamos a salir de ésta muy distintos a cómo entramos. La vida se nos trastocó en todos sus detalles. Lo excepcional se nos irá volviendo normal y viceversa, y lo impensado se va a hacer cotidiano. Nótese que no digo “padecí”. La ausencia de sueño en la silenciosa soledad de la noche puede llegar a ser desesperante. Pero resolví el problema cuando aún no lo era: me puse a escribir a mano. Confieso que mantengo cierta relación fetichista con mi letra. Escribo en unas imprentas mayúsculas entrelazadas cual si fueran cursivas. Parejitas y alineadas sin necesidad de renglones. Les cuento esto y me asusto de lo dicho un poquito más arriba: “Vamos a salir de ésta muy distintos…”. Que no sea psicóticos es parte de la pelea. Mejor les comparto lo que escribí anoche…

Vivimos en un país concebido teóricamente, como tantos otros de Occidente, en la idea de la Libertad. San Martín volvió de la vieja España para luchar por la Libertad. Belgrano dejó la comodidad de los escritorios y las plumas para agarrar un sable, calzarse un uniforme, subirse a un caballo y marchar a la guerra por la Libertad. A todos nos adoctrinaron de chiquitos haciéndoles oir a los mortales del mundo el grito sagrado de “¡Libertad, Libertad, Libertad!”.

Nuestra versión de la Libertad viene de la Revolución Francesa, pero, por alguna razón, aquel fuego original de “Libertad, Igualdad y Fraternidad” llegó acá muy monotemático, traducido como “Libertad x 3”. Es cierto que los hispanos siempre fueron más toscos que los franchutes. Y también lo es que, hace nada más que 200 años, en este culo del mundo pretendíamos liberar más el comercio que cualquier otra cosa. Nuestra noción de Libertad es obra de una élite bastante rudimentaria y otro tanto monárquica, constituida por ganaderos, comerciantes y burócratas de un Estado primitivo, fangoso y demasiado lejos de todo, empezando por los berretines iluministas europeos que tenían con qué andar inventando ideas originales de país, de producción y hasta de inclusión social. Ojo: también contemplemos darle crédito a don Vicente López y Planes, que tal vez optó por “¡Libertad, Libertad, Libertad” porque para la primera estrofa le rimaba mal “¡Libertad, Igualdad y Fraternidad!” (la poesía de entonces estaba amarrada a la métrica).

En un barrio de Ituzaingó, la policia fue a verificar la cuarentena y fue atacada por los vecinos, furiosos. (Foto: Twitter)

La cuestión es que, justo en estos días de pandemia y cuarentena, a muchos argentinos se les prendió la lamparita de la libertad. La libertad de transitar… El derecho a usar el tiempo libre… La libertad de subirse a un barco repleto de gente sin esperar los resultados del análisis del coronavirus… La libertad de amontonarse para consumir, llenar la heladera, reventar la despensa, colmar de mercaderías hasta el techo la piecita de atrás y meter docenas de rollos de papel higiénico debajo de la cama… La libertad de echar a cascotazos a los vigilantes que recorren la cuadra pidiándole por megáfono a la gente que se meta en la casa, que se cuide, que cuide a los demás.

Les juro que yo reivindico la Libertad más obsesivamente que el Himno Nacional. Incluso la libertad de ser estúpidos. Pero eso, en tiempos normales (tan difíciles de hallar a lo largo de la historia nacional, por cierto). Hoy, esa clase de estupidez libertaria es lisa y llanamente criminal. Es delito federal. Y lo es, precisamente, porque se ha decidido y hemos acatado mayoritariamente (y libremente) que para derrotar al bicho es urgente autolimitarnos en el ejercicio de la Libertad.

Las palabras, en una lengua tan rica como la castellana, pueden ser engañosas. Ya que andan con más tiempo que antes, entren por Google al Diccionario de la Real Academia. Hay 12 acepciones “Libertad”. ¡12! Libertad para todos los gustos. Algunas definiciones pueden sonar complementarias; otras se contradicen en términos absolutos.

En Buquebus, un pasajero enfermo complicó la vida de 400 personas, con riesgo directo de contagio. (Foto: Cedoc)

Más bien que decretar una cuarentena obligatoria implica un montón de prohibiciones, restricciones y cambios forzosos de hábitos. Digamos que el orden al extremo y de repente nos desordena la familia, el trabajo y la vida social. Las prohibiciones son obviamente eso: límites al ejercicio de la Libertad. O al menos de lo que anteayer considerábamos Libertad. Porque hoy, veinte días después de nuestro Caso Cero, la Libertad es otra cosa. No es que hayamos desterrado ni borrado ni puesto en segundo o tercer orden a la Libertad. Es que la prioridad es otra.

Yo no estoy en cuarentena y cumplo hasta el mayor límite que puedo con la modalidad del teletrabajo porque me lo ordenó Alberto. Ni porque la poli me va a mandar a casa si me pesca yirando por ahí. Se trata de la Vida, ¿viste? Del derecho humano más sagrado. Porque sin Vida no hay Libertad que valga.

El de la Libertad es un debate más viejo que Matusalén. Es central en nuestra cultura. A ver qué decía Aristóteles, que siempre tuvo algo para decir en estos casos: “El que ha superado sus miedos será verdaderamente libre”. Si lo dijera hoy, tendría razón. Tenemos que superar los miedos. Estamos cagados en las patas. Recién después volveremos a ser libres. También podríamos irnos preparando en libres para qué. Somos inexpertos en el uso de la Libertad para la construcción de un gran país, por ejemplo.

A tono con estos días de pandemia y cuarentena encaja también esta frase del escritor y filósofo estadounidense Elbert Green Hubbard: “La responsabilidad es el precio de la libertad”. Lo mismo ésta de su colega y coterráneo Edward Abbey: “La libertad comienza entre las orejas”. En eso andamos. O deberíamos. Ser responsables. Pensar con el cerebro.

No puede faltar el gran George Orwell: “La libertad es el derecho de decirle a la gente lo que no quiere oir”. Eso. Llegó la peste y se va a quedar un tiempito entre nosotros. Dejá de boludear y metete en casa. Y ya que estamos, escribió Albert Camus en “La Peste”: “La libertad no es más que la oportunidad de ser mejores”. La tenemos servida. No del modo más glamoroso, es cierto, pero toda gran crisis contiene alguna gran oportunidad.

En fin, es posible que la primera noche de insomnio en cuarentena me haya puesto un poco pretencioso y, acaso, afrancesado (y no porque crea que a Francia le está yendo bárbaro). Sólo me parece que, rodeada de Igualdad y Fraternidad, la Libertad tiene más sentido. Luce más amplia. Más sólida. Más inteligente. Vale la pena ayudarnos a sobrevivir para cuidarla y proyectarla desde esta realidad de a ratos demencial o heroica o ridícula o confusa o intimidante o conmovedora o todo a la vez y más. Sólo así, metiéndonos en la complejidad de esta situación tan estresante, se pueden entender las indudables ventajas de volver a tener militares en las calles y al mismo tiempo estar hablando de Libertad.

Dicen que, hace 200 años, las últimas palabras de Manuel Belgrano fueron: “¡Ay, Patria mía!”. Habíamos hecho cualquiera con la supuesta Libertad proclamada sólo una década antes. Empezaba lo que pasó a la historia como “la anarquía”. El todos contra todos que nos definió hasta hace veinte días. Urge salir para siempre de ahí, metiéndonos por ahora en casita.

Perdón si la hice larga. Es domingo y presupongo que no andarán a las corridas. Tarea para el hogar: seamos libres de ser buena gente.

 

 

*Director de contenidos digitales y multimedia en Editorial Perfil.