Opinión

¿"Regreso" de las Humanidades?

Si las Humanidades retornan es simplemente porque no se van. Sólo nos parece que se retiran porque no son ruidosas

Archivo de la Biblioteca Británica Foto: Captura

En una nota publicada en Clarín el 20.08.25, Iván Petrella afirma que las Humanidades retornan en esta época porque la centralidad de la IA exige conocimientos digitales, pero también –y mucho– habilidades ligadas al pensamiento “crítico” y a la construcción de sentido. Según Petrella, son justamente los humanistas quienes cuentan con estas habilidades. Por esa razón, asegura el autor, aumenta la matrícula de disciplinas y programas humanísticos en EE.UU., al tiempo que se emprenden acciones de articulación de saberes y experiencias de interdisciplina.

Quisiera agregar unas breves reflexiones al argumento de Petrella a fin de explicar algunos supuestos cuya discusión pública me parece relevante.

En primer lugar, diría que si las Humanidades retornan es simplemente porque no se van. Sólo nos parece que se retiran porque no son ruidosas. Permítanme un ejemplo. Así como un día advertimos el enorme trabajo de la ciencia biológica a raíz de un streaming sorprendente que muestra el fondo del océano, así también nos sorprendemos un día en que un arqueólogo encuentra unos papeles, una historiadora los contextualiza, un filólogo los descifra, una teóloga los interpreta y, de repente, cambia por completo la imagen que tenemos del Cristianismo. El descubrimiento referido en este ejemplo, que tuvo lugar en Nag Hamadi en 1945, es justamente un ejemplo. Su importancia reside en que el descubrimiento puntual sólo puede explicarse por un trabajo incesante, riguroso, colectivo e institucionalizado (en universidades, centros de investigación, etc.). El descubrimiento no es un hecho puntual, sino el eslabón de un trabajo sistemático, programático y de larga duración.

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En segundo lugar, y lo que voy a decir se infiere en cierto modo del ejemplo, las Humanidades constituyen disciplinas que se ocupan de fenómenos extremadamente complejos, mediados por textos, y a los que no se accede con la plenitud que nos ofrecen el presente y la vida cotidiana. En parte por estas razones estamos acostumbrados a pensar que, a diferencia de las ciencias “duras” (que serían “duras” porque pueden medir o predecir), las Humanidades no son ciencias. Algunos las condenan al rincón de la ideología, otros al cobertizo de los lujos inútiles. Sin embargo, al igual que las ciencias “duras”, las Humanidades parten de conjeturas, explicitan supuestos, generan cadenas de razonamiento y especifican condiciones en las cuales un asunto puede quedar “probado”. Todo conocimiento humano parte de un conjunto de premisas, es desarrollado por comunidades de expertos y requiere un enorme trabajo para realizar su cometido y, asimismo, para explicar ese cometido a quienes no son expertos. Por ello, es hora de conceptualizar correctamente las Humanidades: se trata de disciplinas científicas con metodologías y conjeturas análogas a las de las ciencias “duras” y cuyos resultados, aparentemente inútiles si se los examina en el corto plazo y fuera de un programa de investigación, pueden parecer inútiles en sí mismos. Pero esta idea resulta de una comprensión muy elemental que tenemos de la utilidad. En efecto, ¿hay algo útil o inútil en sí mismo? ¿Era útil la observación de los astros en el siglo VI a. C.? ¿Era inútil preguntarse en el siglo IV a. C. qué significa vivir bien? ¿Cuándo empezó a ser útil el cálculo infinitesimal? ¿Dejará de ser útil la teoría de las cuerdas? ¿Surge acaso la utilidad de ciertas formas de saber y no de otras? Sea cual fuere la respuesta a estos interrogantes, quisiera proponer la idea de que las Humanidades (o al menos parte de lo que hacen) pueden ser interpretadas como una forma de la ciencia básica. La ciencia básica es la práctica del conocimiento y la investigación que no está sujeta en principio a rendir cuentas respecto de su utilidad inmediata. La ciencia básica requiere, por ello, de paciencia. La misma que se le concede a la investigación matemática, biológica o física. La misma que se le concede a un artista en formación, a una deportista en formación, a una persona en formación.

Como último punto quisiera presentar algunos casos en los que se puede visualizar el carácter científico (riguroso, sistemático, metódico y programático), pero también básico (de utilidad históricamente activable) de las Humanidades. Ya que Petrella hace referencia a la universidad norteamericana, tracemos el paralelo con el mundo norteamericano. En efecto, en EE.UU. el conocimiento humanístico no se produce únicamente en las universidades, sino también en la empresa, en la administración gubernamental e incluso en el tercer sector. Para las élites de ese país es bastante obvio que hacer negocios con culturas milenarias o recientes, pero profundamente distintas, requiere un conocimiento no menor de su cultura. Esto obedece no sólo a la necesidad de entender la forma mentis y el estilo estratégico del interlocutor, sino también de no cometer errores de tacto, decoro o etiqueta. Por otra parte, quienes sienten dilección por las series –seguimos con el ejemplo norteamericano– que versan sobre las relaciones internacionales y la inteligencia (Homeland, Theagency, etc.) seguramente habrán advertido que las respectivas agencias estatales tienen entre sus planteles a historiadores, filólogos, expertos en lenguas e incluso teólogos, para no hablar de filósofos o sociólogos. ¿Por qué? Por razones similares a las antes esbozadas: el encuentro o el desencuentro de un país (y su densidad cultural) con otro país (y su densidad cultural) es un hecho cuya comprensión estratégica no se agota en ese presente. ¿Puede un país relacionarse con una potencia como Rusia sin entender la política de Putin con la Iglesia ortodoxa rusa y, por ende, a la Iglesia ortodoxa misma? ¿Es posible comprender la estrategia comercial china sin entender la historia de la formación confunciana de la burocracia de ese país? ¿Cómo se conversa con la India sin entender la filosofía hinduista y la historia del nacionalismo indio? ¿Por qué EE. UU. tiene una conexión tan fuerte con las religiones evangélicas y cómo impacta esta marca histórica en su pueblo, o en parte de él?

Entender un fenómeno en sentido humanístico es, entre otras cosas, contextualizarlo, historizarlo, investigar sus creencias profundas, su vida cotidiana, su experiencia de lo divino, etc. Esta forma de entender exige, como dijimos, rigurosidad, sistematicidad, método y programa. Todas estas dimensiones de las prácticas científicas humanísticas se dan a lo largo de mucho tiempo y según diversas tradiciones de investigación antes de irrumpir o revolucionar la vida cotidiana. Pueden irrumpir y revolucionar, pero también ayudar a comprender y a vincularse, porque ya venían trabajando hace mucho tiempo. No retornan: ya estaban. No son “de repente” o “intrínsecamente” útiles. Como dije, la construcción de su utilidad requiere paciencia y tiempo. Pero sobre todo requiere que las élites y los decisores ya sepan que las Humanidades ya vienen trabajando desde hace mucho. La inteligencia de una época, un gobierno, un país reside en saber activar, en saber hacer con quienes vienen trabajando de modo silente y continuo. Para las Humanidades se aplica lo mismo que se aplica al ¡Eureka! de Arquímedes. Si hemos encontrado o descubierto algo ahora es porque venimos trabajando desde hace mucho tiempo de modo riguroso, sistemático, metódico y programático desde hace mucho tiempo.

(*) Sebastián Abad es decano del Departamento de Humanidades y Arte (Universidad Pedagógica Nacional)

 

LT