CÓNCLAVE: EN BUSCA DEL FUTURO PAPA

El "cónclave del terror" y otras elecciones papales dramáticas: encierros, amenazas, hambre y muertes

En otros tiempos muchas veces los "príncipes de la Iglesia" tuvieron que soportar condiciones espartanas y a veces estuvieron encerrados tanto tiempo que algunos enfermaron y murieron.

Los cardenales de la Iglesia celebraron este 7 de mayo el primer día del cónclave en que se elegirá al sucesor del papa Francisco. Foto: AFP

Los cardenales que elijan al sucesor del papa Francisco, en el cónclave que comenzará el 7 de mayo, tendrán una tarea más fácil de la que tuvieron muchos de sus predecesores a través de los últimos 2.000 años. 

Aunque ahora esta misteriosa ceremonia se celebra con solemnidad, entre rezos y cánticos, bajo los frescos que dejó Miguel Ángel, en otros tiempos muchas veces los "príncipes de la Iglesia" tuvieron que soportar condiciones espartanas y a veces estuvieron encerrados tanto tiempo que algunos enfermaron y murieron.

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En el siglo III, era la comunidad cristiana de Roma la que debatía el posible candidato papal. En ella se inmiscuían los poderes seculares, como las casas nobles de la urbe, los príncipes italianos o los emperadores. 

En el año 236, cuando una paloma blanca se posó sobre la cabeza de un espectador, Fabián. "En ese momento, todo el mundo, como movido por una única inspiración divina, clamó con entusiasmo y de todo corazón que Fabián era digno", según el cronista romano Eusebio. Pero esta bendición acabó mal y el emperador romano Decio persiguió y ejecutó al papa Fabián catorce años después.

En los primeros tiempos de la Iglesia, el clero y la nobleza romana escogían a los papas, pero a menudo las votaciones estaban amañadas. Una de las elecciones más infames tuvo lugar en 532, tras la muerte de Bonifacio II, con "sobornos a gran escala de funcionarios reales y senadores influyentes", escribe P.G. Maxwell-Stuart, en "Chronicle of the Popes".

Al final, el escogido fue un sacerdote ordinario, Mercurio, quien fue el primer papa en cambiar su nombre de nacimiento por el de Juan II porque su nombre sonaba muy pagano.

En 1059, Nicolás II dio a los cardenales el poder exclusivo de escoger al pontífice, pero las elecciones tampoco fueron fáciles. En los siguientes siglos, los electores demoraban semanas, meses y años en tomar una decisión especialmente porque los enfrentamientos de las facciones políticas que dominaban la época lo hacían imposible.

El resultado era que cada vez más papas accedían al trono mediante la compra de votos y la promesa de cargos eclesiásticos más que por la iluminación del Espíritu Santo.

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Por qué se llamó el "Cónclave del terror"

Un ejemplo del dramatismo que significaba la elección papal en la Edad Media es el denominado "Cónclave del terror", celebrado en el Palacio de Septizonio en 1241. Como los electores tardaban mucho en decidirse, el senador romano Matteo Rosso Orsini, temiendo la intervención de fuerzas extranjeras, decidió aislarlos en las ruinas de las cárceles del Septizonio, cercano al Coliseo romano.

Los cardenales fueron sometidos a una estricta dieta de pan y agua que serían cada día más escasos. El senador prohibió limpiar los baños o permitir que los médicos atendiesen a los enfermos. 

Durante los dos meses en los que permanecieron encerrados, el hambre y las enfermedades fueron la única compañía para los cardenales. Dos de ellos murieron de hambre y frío. Según cuenta Frederic Baumgartner en su "A History of the Papal Elections", los cardenales sólo llegaron a una decisión cuando uno de ellos murió y los romanos amenazaron con exhumar su cadáver. 

El elegido fue Goffredo Castiglioni, un anciano cardenal que tomó el nombre de Celestino IV, pero su salud estaba tan resquebrajada a raíz de las penurias sufridas durante el cónclave que sólo vivió 17 días más. 

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A la muerte de Clemente IV en 1268 los cardenales tardaron tres años en elegir al sucesor, Gregorio X (1271-1276). Ante el creciente descontento público, a finales de 1269 las autoridades de Viterbo los encerraron en el palacio papal y, por recomendación de San Buenaventura, general de los franciscanos, retiraron el techo para acelerar el proceso.

Su inspiración vino aparentemente de las palabras de un cardenal inglés que aseguró que, sin techo, el Espíritu Santo descendería más libremente.

Amenazados con dejar de enviarles agua y alimentos si no tomaban una decisión, los cardenales eligieron a Teobaldo Visconti, que se convirtió en el papa Gregorio X en septiembre de 1271.

Buscando evitar que se repita el drama, Gregorio X decretó en la constitución "Ubi Periculum" que los cardenales electores fueran sometidos a un encierro "cum clavis" (bajo llave). 

La intención era que los cardenales eligieran al papa sin interferencias externas pero también rápidamente, de modo que permanecerían enclaustrados hasta que eligieran un papa y sufrirían una reducción de provisiones a medida que se prolongaran las deliberaciones.

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El decreto exigió que los cardenales se reunieran 10 días después de la muerte del papa y ordenó que a los tres días la comida y a los cinco el agua se racionaran progresivamente hasta que se pusieran de acuerdo sobre el sucesor. 

Otro cónclave dramático llegó en 1280, cuando los cardenales demoraron más de seis meses en elegir al sucesor del fallecido papa Nicolás III. Enfurecidos, los ciudadanos asaltaron el palacio y se llevaron a los cardenales -entre ellos, dos de la familia Orsini- a los que consideraban los culpables de la demora. 

Según el relato del historiador francés Maurice La Châtre, los cardenales permanecieron durante semanas "encerrados en una cámara cuyas ventanas y puertas se tapiaron, sin dejar más que una sola abertura para hacer pasar pan y agua". Veinte días después, los cardenales restantes eligieron a Martín IV, que excomulgó a los habitantes de Viterbo por el ataque.

Una nueva y peligrosa sede vacante, que se extendió durante casi un año, llegó cuando Honorio IV murió a los 77 años en abril de 1287. El cronista inglés Thomas Wykes escribió con amargura: "Debido a la discordia de los cardenales, a la vez frívola y despreciable, y debida quizás al hecho de que cada uno quería el cargo papal para sí mismo... la Iglesia osciló de un lado a otro sin una cabeza". 

Cuando el calor abrasador del verano llegó, seis cardenales murieron de fiebre, reduciendo el Colegio Cardenalicio a nueve integrantes. Los sobrevivientes suspendieron el cónclave y se fueron, y solamente el franciscano Girolamo Masci se quedó en el palacio, encendiendo hogueras en todas las habitaciones para evitar la peste. 

Cuando llegó el invierno, el cónclave se retomó y, en recompensa por su paciencia, Girolamo fue elegido papa. Tomó el nombre de Nicolás IV y fue apodado "el buen franciscano".

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Pero a su muerte, en 1292, la Iglesia quedó nuevamente a la deriva. Durante dos años, el trono papal estuvo peligrosamente vacante porque los doce cardenales encargados de la elección se encontraban poderosamente influenciados por distintas facciones que, con su enfrentamiento, imposibilitaron una rápida elección. 

Los ricos Orsini y los bravos Colonna aspiraban a que uno de los suyos fuera el próximo papa y no escatimaban medios, como el dinero, la extorsión o la violencia, para lograr su objetivo.

Por otro lado, estaban el rey Carlos II de Nápoles, quien buscaba un papa que le permitiera llevar a cabo sus aspiraciones políticas, y los franciscanos, que, según el historiador Juan María Laboa Gallego, "querían a un hombre santo verdaderamente preocupado de los asuntos del alma, y no de la política y las conjuras mundanas". 

El período de sede vacante se extendió por veintiséis agónicos meses durante los que los cardenales no pudieron ponerse de acuerdo. Pero las cosas se precipitaron cuando llegó a sus oídos la noticia de la predicación apocalíptica de un eremita muy venerado en el sur de Italia, Pietro di Murrone, quien advertía a la Iglesia la llegada de toda suerte de calamidades si no se elegía pronto un papa

"La inacción que han mostrado sin duda atraerá la ira de Jesucristo sobre ustedes, sobre sus familias y sobre todos los que nos invocamos por su nombre", advertía el eremita en una carta enviada al cónclave. Los cardenales creyeron que Pietro di Murrone realmente estaba iluminado por Dios y lo eligieron"por aclamación". Se convirtió en el nuevo papa con el nombre de Celestino V.

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En la Edad Media tardía, la corrupción dominó las elecciones papales: la mayoría de ellos eran elegidos gracias a la entrega de grandes sobornos, a las amenazas de muerte y a la promesas de riquezas, dominios, palacios y cargos en la curia. 

Otro cónclave caótico llegó en 1623, cuando el codicioso cardenal Maffeo Barberini contrató a hombres armados para rodear el Vaticano y algunos cardenales fallecieron posiblemente envenenados durante el encierro.

Según Maurice La Chatre, "Roma se convirtió en teatro de atrocidades espantosas; los agentes del cardenal saquearon las casas, degollaron los ancianos y los niños, violaron las mujeres y las doncellas, y ejecutaron en sus cadáveres las más horribles profanaciones".

Como era de esperarse, Barberini resultó elegido papa, con el nombre de Urbano VIII, y pasaría a la historia como el que condenó a Galileo Galilei por defender la teoría heliocéntrica de Copérnico, que contradecía la visión geocéntrica de la Iglesia Católica.

El cónclave que sucedió a la muerte de Benedicto XIII, en 1730, fue igualmente dramático, porque el poderoso ayudante papal, el cardenal Niccolo Coscia, fue acusado de haber saqueado las arcas del Vaticano. La población de Roma atacó su palacio y él se disfrazó de lavandera y escapó, aunque después logró negociar un regreso para el cónclave.

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El cónclave de 1800 se celebró dos años después de que las fuerzas de Napoleón invadieran Roma y se llevaran secuestrado al papa Pío VI, quien murió siendo prisionero de los franceses. Los cardenales no pudieron reunirse en Roma para la elección y tuvieron que reunirse en una isla frente a Venecia para elegir al sucesor, Pío VII.

Los cónclaves del siglo XX no fueron inmunes al dramatismo. En 1903, el favorito para suceder a León XIII, el cardenal Mariano Rampolla, fue vetado por el emperador de Austria-Hungría, lo que provocó un cambio en las reglas que permitió a los poderes católicos derribar a un candidato.

Una década más tarde, en el cónclave de 1914, en plena Primera Guerra Mundial, los cardenales de Alemania y Francia se negaron a dirigirse la palabra. 

Si las paredes de la Capilla Sixtina hablaran...

Desde finales del siglo XV, los cónclaves se celebraron en el Palacio Apostólico del Vaticano y, desde 1878, de forma ininterrumpida en la Capilla Sixtina, que ya había acogido en el pasado los cónclaves que eligieron a los papas Calixto III, Alejandro VI o Julio II.

Los cardenales dormían en el pasado en catres dentro de cubículos erigidos temporalmente en el Palacio Apostólico, con un baño para cada 10 purpurados. Las ventanas estaban selladas, pero, en agosto de 1978, estalló un principio de revuelta entre los cardenales que pedían abrirlas en pleno "ferragosto", la etapa más calurosa del verano en Roma.

Juan Pablo II, elegido en un segundo cónclave celebrado en octubre de ese año, ordenó a continuación construir la Residencia de Santa Marta en los jardines vaticanos, donde los cardenales se hospedan ahora. Esta residencia, en la que escogió vivir Francisco, cuenta con un centenar de suites y una veintena de habitaciones simples. Pero durante el cónclave, las ventanas también se sellan.

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En el siglo XX, se celebraron ocho cónclaves en la Capilla Sixtina, donde también se celebraron los que eligieron a Benedicto XVI, en 2005, y a Francisco, en 2013. No todos los cardenales se muestran entusiastas con la perspectiva de convertirse en cabeza de la Iglesia y se recuerdan las primeras palabras de Albino Luciani, cuando se convirtió en Juan Pablo I en 1978, fueron: "¡Que Dios les perdone por lo que han hecho!". 

En 1978, tras aparecer ante la multitud en la plaza de San Pedro, Juan Pablo II sirvió él mismo champán a los cardenales y cantó canciones folclóricas polacas. En 2005, Benedicto XVI invitó a los purpurados a cenar con champán y también hubo canciones, recordó el entonces cardenal británico Cormac Murphy-O'Connor.