Desde el día en que sus ojos quedaron extasiados al ver la obra, se dedica a investigar la procedencia de la pieza, compilando una lista de pruebas que tratan de demostrar que es una copia maestra de un cuadro renacentista pintado por Rafael Sanzio, el genial artista del Renacimiento. El protagonista de esa "búsqueda del tesoro " es Federico Colagrande, que luego de asistir a un funeral en una pequeña iglesia rural en Richmond, Virginia, quedó fascinado por el lugar y al recorrerlo junto a su su novia, Annette, encontró una pintura que podría ser una de las rarísimas copias de "La Madonna Di San Sisto", pintada por Rafael entre 1513 y 1514. Se trata de la Vrgen María y el Niño Jesús, acompañada por los míticos querubines de Rafael, una obra presuntamente encargada por el Papa Julio II para la Iglesia de San Sisto, en Piacenza, y cuyo original se conserva en la "Galería de Obras de Maestros Antiguos" del Palacio Zwinger, en la ciudad alemana de Dresde.
En Richmond, la Iglesia Guilboa también es un edificio con historia, data de 1849, y esa copia de "La Virgen Sixtina" ha estado en una de los pasillos que llevan al altar desde hace décadas, sin que se sepa a ciencia cierta como llegó. La cuestión es que cuando Colagrande la vio, quedó deslumbrado y se ha dedicado a tratar de seguir el rastro de las firmas que aparecen en la obra, buscando certificar que se trata de alguna de las raras y valiosas copias que se hicieron del original a mediados del siglo VIII. Según se sabe, el cuadro original fue vendido en Piacenza en 1754 a Augusto III, entonces Rey de Polonia, que la llevó a Dresde donde la copió Friedich Müller, maestro alemán de la impresión. A su arte corresponden las célebres "Madres de Müller", hoy tan raras como valiosas, al punto que adornan las paredes del MET de Nueva York, el MFA de Boston y el Museo Británico, en Londres. Colagrande cree que la Madonna de la Iglesia de Gilboa puede integrar esa selecta galería, ya que el examen detallado de la obra encontró el escudo de armas de Augusto III y la firma de Müller, además de las de algunos marchantes y hasta un sello de una dirección de la galería de arte neoyorquina. Desinteresado, Colagrande repite que no tiene interés en sacar partido de su cruzada, aunque contó que los responsables de la pequeña iglesia de Richmond le han encargado que encuentre tasadores para la obra, ante la certeza de que vale miles de dólares.