El Museo de Arte Moderno de Buenos Aires inauguró la exposición Una historia de la imaginación en la Argentina, con la curaduría de Javier Villa, que reúne unas 250 obras desde el siglo XVIII hasta la actualidad provenientes de diferentes colecciones privadas, museos o descendientes de artistas de las regiones de la Pampa, el Litoral y el Noroeste.
Si bien es un recorrido a lo largo del país atravesado por tres siglos, la exposición no está relacionada con los diferentes movimientos artísticos que se sucedieron o convivieron a lo largo de los años sino que se articula sobre las distintas ideas que las obras fueron dictando según las diversas geografías.
De este modo dialogan obras de diferentes períodos en torno a temáticas similares y la convivencia de estilos se convierte involuntariamente en metáfora de los distintos paisajes y caracteres que forman parte de un mismo territorio.
Sobre cada conjunto se destacan tres ejes que han formado parte de la sociedad argentina durante casi toda su historia y a los que los artistas, como parte de ella, no han podido sustraerse: la naturaleza, el cuerpo femenino y la violencia.
Las primeras obras de la exposición -los paisajes pampeanos de Eduardo Sívori, Prilidiano Pueyrredón o Martín Malharro o “Día y noche” de Santiago de Paoli- se constituyen en dos puntos de vista sobre la inmensidad que encuentran el criollo o el inmigrante que llega, un vacío inabarcable que debe llenarse: la llanura pampeana y el mar.
“Siempre en momentos complejos, en momentos de crisis, se empieza a volver a esta idea de la tradición, a revisarla y a tratar de entender qué funcionó mal, qué se hizo mal, qué está bien” señala Javier Villa en diálogo exclusivo con PERFIL.COM.
“Hay un momento de necesidad de revisión. Lo podés ver por ejemplo en la dictadura cuando Juan Pablo Renzi o Pablo Suárez vuelven a una tradición pictórica, más realista, más clara. Pablo Suárez tomando a gente muy dispar, desde el arte popular de Molina Campos hasta el arte más académico de Prilidiano Pueyrredón y mezclándolo a su propia obra para tratar de entender esos momentos de dictaduras”.
“Este es un momento donde aparece esta idea, esta palabra, esta idea de tradición que nos molesta tanto en el arte contemporáneo que está tan delineada, y volvemos a pensar en eso”.
Desde esas imágenes idílicas se pasa poco a poco a situaciones de violencia y el territorio de los mitos y la tradición se convierte en escenario de guerras civiles, matanzas de pueblos originarios, campos de batalla y opresión de los más débiles.
De este modo el vacío se llena con violencia, con luchas y con el ombú, protagonista pictórico de muchas obras e imagen con presencia masculina a cuyos pies es enterrada la cautiva, el personaje de Esteban Echeverría en cuya obra la pampa adquiere un carácter humano, casi viviente.
Los mitos cristianos y populares y la muerte de animales también están presentes, así como la relación entre las matanzas de las épocas en que la nación se estaba formando y los períodos más oscuros de la historia reciente.
Por su parte, la sala dedicada al litoral está marcada por el animismo, el límite difuso entre tierra y agua y la mezcla de formas de la naturaleza.
Las escenas bélicas vuelven a aparecer bajo la mirada de Cándido López, y la Guerra del Paraguay -siempre presente, debatida y sometida a revisiones- convive con imágenes del Delta del Paraná, la explosión del buque Fulminante, ocurrida en el siglo XIX y los Cristos enfermos de las ruinas jesuíticas.
La línea del horizonte, que en la pampa es nítida y horizontal, se desdibuja en el litoral y se pierde entre la profundidad de la selva para volver a aparecer en la región noroeste, pero como una línea abstracta, quebrada y sintética que se recorta en el cielo.
El tapiz, la piedra y la cerámica adquieren protagonismo y se manifiesta el interés de los artistas contemporáneos por oficios tradicionales.
La muestra finaliza con referencias a La Cautiva, con la obra de Florencia Rodriguez Gilez que reúne una serie de cuerpos andróginos en un humedal, desde la que desafía la construcción de orden restituido y plantea un final abierto.
La exposición recorre el pasado sin tratar de entenderlo y no se propone hallar un punto en común que defina un recorrido en el arte argentino.
“La idea no es plantear una posible identidad sino de plantear múltiples y desarmarlas”, explica Villa a este medio.
“Creo que la obra del final de la muestra, donde está presente la androginia, implica que esa identidad es una identidad que tiene que soltarse de la forma que viene de atrás todo el tiempo para no encasillarse. Eso sería la androginia, decir afuera la forma misma y empezar a entablar otra relación con el mundo”.
Villa considera que el concepto de identidad, en este contexto, es peligroso.
“La muestra no trata de recuperar una identidad sino que trata más de pensar ciertos patrones, o ejes, o cuestiones o temáticas visuales formales literarias que se han trabajado a lo largo de la Argentina. Por ahí no es la tradición de Cándido López, Pueyrredón o Malharro en el arte argentino, sino es la tradición del ombú, el río y la montaña, que cambian todo el tiempo. La identidad es, en todo caso, el vacío pampeano y ver qué pasa con ese vacío y cómo se llena, y se va a llenar siempre de formas diferentes. Eso es lo bueno”.
La exposición Una historia de la imaginación en la Argentina (visiones de la pampa, el litoral y el altiplano desde el siglo XIX a la actualidad) se puede visitar en el Museo de Arte Moderno, Av. San Juan 350, en el barrio porteño de San Telmo los lunes, miércoles, jueves y viernes de 11.00 a 19.00 y sábados, domingos y feriados de 11.00 a 20.00.
Los días miércoles la entrada es gratuita.