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Algo falta en la historia de éxito de Colombia: John Authers

Puede que no haya mayor historia de éxito en el mundo en las últimas tres décadas que la de Colombia. Para evidenciarlo, basta con pararse en medio de la Plaza de Bolívar en el centro de Bogotá.

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Puede que no haya mayor historia de éxito en el mundo en las últimas tres décadas que la de Colombia. Para evidenciarlo, basta con pararse en medio de la Plaza de Bolívar en el centro de Bogotá.

En 1988, cuando visité el país por primera vez, había un enorme hueco abierto a lo largo de todo un costado de la plaza. Allí era donde quedaba el Palacio de Justicia, antes de que guerrilleros entraran, mataran a algunos magistrados de las Altas Cortes y tomaran a otros como rehenes, lo que provocó una confrontación con el ejército que dejó unos cien muertos y la edificación en ruinas. El tráfico era una infinita congestión, en parte porque rompían los semáforos para poder vender los fragmentos de vidrio verde como esmeraldas. Gran parte del territorio colombiano estaba bajo el control de guerrilleros o paramilitares, impulsados por los todopoderosos carteles de la droga. La violencia era endémica.

Al regresar a la plaza el mes pasado, encontré un nuevo y elegante edificio de la Corte Suprema de Justicia donde alguna vez yacían esos restos, como parte de una ambiciosa regeneración urbana que ha creado un vibrante barrio cultural. Otros cambios: el tráfico se mueve sin problemas, al menos según los estándares de una gran ciudad latinoamericana, a través de calles verdes, y Bogotá finalmente está a punto de construir un metro (la segunda ciudad, Medellín, una vez conocida por el tráfico de drogas, ya tiene uno que fue construido como parte de un renacimiento aún más notable). La nueva línea de transporte rápido trasladará a una clase media en crecimiento acostumbrada a los mismos niveles de vida que la gente espera en Norteamérica en un centro de rascacielos relucientes y modernistas.

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Los cambios son las señales externas de una transformación notable. Colombia ahora se ha establecido como un país de ingresos medios, creciendo más rápido que cualquier otra economía importante en América Latina. Con una población un poco mayor que la de España, ahora también es la segunda economía más grande de Suramérica, bendecida con políticas relativamente estables, recursos naturales, proximidad a EE.UU. y una costa en el Pacífico que facilita el comercio con Asia. La moneda es estable. Aunque los tres ceros al final de todos los billetes de la nación son el recordatorio de una grave inflación en el pasado, nunca ha caído en hiperinflación y —única entre las principales economías latinoamericanas— nunca ha incumplido desde la Segunda Guerra Mundial. Lo más importante es que la salvaje guerra que se prolongó durante décadas, una de las más sangrientas que el hemisferio occidental ha vivido, parece estar por fin terminando. El grupo guerrillero más grande ha entregado sus armas, y se mantiene una paz incómoda en gran parte del país. La tasa de homicidios está por debajo de la mitad de su horroroso nivel cuando fui por última vez. Además, los colombianos ya pueden comenzar a divertirse. Hace treinta años, el colombiano más famoso era Pablo Escobar; ahora ese título le pertenece a Shakira.

Sin embargo, habiendo llegado tan lejos, a Colombia le resulta difícil avanzar mucho más. No sería el primer país en caer en la "trampa de los ingresos medios", y está bajo el acoso de los conocidos conflictos de América Latina, así como por problemas persistentes de su complejo pasado. Es profundamente desigual. Las mejoras que han bendecido a las ciudades no han llegado a la Colombia rural, que soportó la peor parte de la violencia. La producción de cocaína es más alta que nunca. De igual manera, aunque la afluencia de refugiados del desastre económico en la vecina Venezuela ha estimulado la economía, también es desestabilizadora y aumenta las tensiones sociales.

En los últimos meses, en particular, hemos visto protestas callejeras contra el profundamente impopular presidente de derecha, Iván Duque. Esas manifestaciones han sido leves en comparación con Chile, la nación del sur mucho más próspera y anteriormente políticamente estable. Pero comparten una causa común que ha alarmado a la élite política de Colombia. Es decir, existen serias dudas sobre si el sistema de pensiones cuidadosamente elaborado pero excesivamente complicado realmente ofrecerá una jubilación segura. Las pensiones no están creciendo lo suficiente y no cubren a suficientes personas. Esto destaca otro obstáculo para el desarrollo de Colombia.

Con la estabilidad política y el Estado de derecho establecido, Colombia debería cumplir todos los prerrequisitos para crear los profundos mercados de capitales que permiten financiar un mayor crecimiento. Pero en la práctica, esos mercados no están creciendo y es difícil ver cómo podrían crecer. Solo unas seis grandes empresas cotizan con un volumen regular significativo en la bolsa de valores de Bogotá. Solo hay cuatro fondos de pensiones privados, dominados por dos. Tienen influencia sobre las acciones colombianas y tienden a comprar y mantener, lo que limita aún más la liquidez. El mercado de OPI está moribundo, dejando a colombianos ricos que han creado empresa con poco o ningún incentivo para volverla pública. El mercado de deuda es más activo, pero está dominado por unos pocos grandes emisores con fuertes calificaciones crediticias que tienden a desplazar a los prestatarios más pequeños y emprendedores.

Como si no fuera suficiente, la forma en que opera la financiación internacional ahora ha creado barreras adicionales para el desarrollo. La mayor parte del dinero para las acciones colombianas se invierte a través de fondos pasivos negociados en bolsa, que en su mayoría rastrean los índices de los mercados emergentes en su conjunto, o de América Latina. Por lo tanto, la demanda de capital colombiano a menudo depende de eventos en Brasil o México, o incluso en China. En la práctica, los fondos de inversión cotizados simplemente tienen dos o tres acciones colombianas, y las compran o venden ocasionalmente en respuesta a cambios en el sentimiento hacia la región en su conjunto, y cada giro en el índice MSCI de mercados emergentes es correspondido inmediatamente con un movimiento en el índice colombiano.

Si bien las finanzas de capital están dominadas por las decisiones de los proveedores de índices, la deuda es impulsada por las compañías de calificación crediticia. Colombia es ahora un país con grado de inversión, un logro notable dada su historia reciente. Pero es tan solo territorio de grado de inversión. Una baja de calificación de cualquiera de las tres principales agencias calificadoras podría obligar a los fondos de pensiones extranjeros altamente regulados a abandonar sus bonos colombianos.

A pesar de sus logros, Colombia aún carece de las condiciones para crear poderosos mercados de capitales, mientras que las finanzas modernas están estructuradas de tal manera que hacen que el capital internacional sea terriblemente difícil de conseguir. Además, por mucho que Colombia sea una historia de éxito, y lo es, también es una vívida ilustración de que la división entre Gobiernos y mercados es una falsa dicotomía. Construir una economía estable y en crecimiento con instituciones fuertes no hará que los mercados se arraiguen por sí solos. Eso requiere reformas difíciles en el país y una profunda reflexión sobre la forma en que el mundo desarrollado realiza sus inversiones internacionales.

Tal como están las cosas, Colombia es una oportunidad interesante de inversión que parece es mejor evitar. En cierto nivel, esa oportunidad perdida pone en peligro la estabilidad de un socio estratégico cada vez más importante para EE.UU., que proporciona una válvula de presión crucial para la inestabilidad en Venezuela. A nivel humano, trae la probabilidad de una miseria aún más evitable para una población que ya ha sufrido demasiado.