El debate sobre cuánto tiempo se deben mantener las órdenes de quedarse en casa, ampliamente conocidas como cuarentenas, está agitando a Estados Unidos. Los expertos en epidemiología tienden a creer que, aunque algunas actividades pueden reanudarse, la mayoría de los cierres deben mantenerse hasta que la epidemia de coronavirus haya sido controlada y los regímenes de contención (pruebas, seguimiento de contactos y otras medidas preventivas) puedan implementarse. Según las trayectorias actuales, eso podría tardar un mes más en muchos lugares, e incluso más tiempo en unos pocos. Mientras tanto, la mayoría de los conservadores ha comenzado a discutir sobre la reapertura inmediata.
La pregunta de cuándo y qué abrir es complicada. La incertidumbre que rodea al virus en sí es una de las razones. La segunda es que se requiere un equilibrio entre la seguridad humana y los costos económicos. A menudo, los defensores de mantener el confinamiento se horrorizan de que los partidarios de la reapertura podrían sacrificar decenas o cientos de miles de vidas para que todos puedan disfrutar de las comodidades habituales previas a la pandemia. Y los partidarios de la reapertura señalan, con razón, que el país toma decisiones igual de letales todos los días y sin pensarlo dos veces como, por ejemplo, permitir los automóviles, que matan a decenas de miles de personas al año, pero que son críticos para el funcionamiento de la economía.
Entran los economistas. Los economistas están acostumbrados a lidiar con la incertidumbre y los sistemas complejos. También están acostumbrados a la idea de las compensaciones, una de las razones por las que la profesión se conoce como “la ciencia lúgubre”. Y su recurso en juego es modelar el curso de acción óptimo.
La primera incursión teórica importante en el tema proviene de los economistas Daron Acemoglu, Victor Chernozhukov, Ivan Werning y Michael Whinston. En su trabajo, modificaron un modelo epidemiológico básico de propagación de la enfermedad para tener en cuenta los diferentes riesgos entre los diferentes grupos etáreos. Luego valorizaron la pérdida de una vida y supusieron que los cierres eliminan toda actividad económica para esa parte de la población que quedó sin trabajo.
Naturalmente, los autores descubrieron que la política de Ricitos de Oro se encuentra en algún lugar entre el cierre total y el completo laissez-faire. Visualizaron un duro período inicial de restricción que se relaja de forma gradual durante el transcurso de varios meses. Principalmente, descubrieron que los confinamientos selectivos (mantener a los jubilados en casa y permitir que los jóvenes reanuden sus actividades normales) eran mejores que las políticas uniformes.
Aunque parece una conclusión bastante obvia e inofensiva, este tipo de ejercicio está lleno de peligros. Por un lado, todos los autores del artículo son economistas. Eligieron un modelo de propagación de la enfermedad que no admite la posibilidad de que los pacientes recuperados pierdan su inmunidad antes de que llegue una vacuna y que no tiene en cuenta la forma de las redes humanas. Un coautor epidemiólogo podría haber proporcionado más confianza en que estas opciones de modelamiento eran las correctas. Del mismo modo, los autores consideraron que la muerte es el único costo de salud del virus, pero muchos sobrevivientes parecen sufrir daños físicos duraderos.
En segundo lugar, los autores, como la mayoría de los economistas, parecían no considerar las dificultades políticas de sus recomendaciones. Una cuarentena específica por edad podría ser mucho más difícil de hacer cumplir que una uniforme. Los jubilados que consideraran injusta dicha política simplemente podrían violar las órdenes de cuarentena, confiando en que nadie verificará sus identificaciones. Incluso, podrían interponer demandas por discriminación por edad.
Pero el mayor problema con este tipo de ejercicio es la incertidumbre en torno a los supuestos económicos. Los autores supusieron que los bloqueos eran la causa principal de la reducción de la actividad económica y que la razón por la que las personas no compran y no van a trabajar es porque no se les permite. Pero en realidad, el temor al coronavirus es probablemente un factor mucho más importante para que las personas se queden en sus casas. Toda la evidencia de encuestas, patrones de movilidad, datos de reservas de restaurantes previos al cierre y los primeros resultados de reaperturas apunta a que el temor a la enfermedad es mucho más importante que los decretos gubernamentales.
Por lo tanto, la compensación entre pérdidas económicas y pérdidas humanas probablemente no es lo que estos economistas piensan que es. Continuar con las cuarentenas podría tener poco efecto, mientras que levantarlas de forma prematura podría causar un daño real, lo que permitiría que el coronavirus se propague y no proporcione a la mayoría de las empresas suficientes clientes ni trabajadores para sobrevivir. Cualquier aumento en las infecciones podría intensificar el miedo, lo que causaría aún más daño económico.
Estas deficiencias y dificultades ilustran por qué la teoría económica es una herramienta tan limitada para determinar políticas en situaciones como esta. Un enfoque más sólido y simple probablemente consista simplemente en comparar esta epidemia con las del pasado para tener una idea aproximada de los costos y beneficios de varias políticas. Esto es lo que hacen los economistas Sergio Correia, Stephan Luck y Emil Verner en su estudio sobre la pandemia de gripe española de 1918-1919, en el que descubrieron que los cierres más tempranos y prolongados de espacios públicos aumentaron el crecimiento económico futuro en lugar de disminuirlo.
Los economistas pueden ayudar a guiar hacia una política óptima en esta crisis. Pero es probable que las teorías cuantitativas complejas que dependen en gran medida de una red de suposiciones cuestionables no sean las mejores herramientas. En cambio, los economistas deberían usar sus herramientas empíricas basadas en datos para presentar a los formuladores de políticas un menú general de opciones. Ese enfoque cauteloso y humilde no siempre dará un consejo perfecto, pero será menos probable que cometa grandes errores.