Décadas de agitación política y financiera han convertido a los productores de soja argentinos en astutos operadores de divisas. En este momento, están apostándolo todo por un peso más débil.
Las ventas de los agricultores se han ralentizado porque los productores piensan que la moneda está sobrevaluada. Eso es desconcertante para sus compradores, como Glencore Plc y Bunge Ltd., que trituran frijoles y envían harina y aceite para alimentar ganado y cocinar. También significa que el Gobierno tendrá que esperar las exportaciones justo cuando intenta alcanzar un acuerdo de reperfilamiento de deuda de US$65.000 millones.
Esta no es la primera vez. Casi todas las temporadas, los agricultores en la vasta región de cultivos de la Pampa se aferran a la soya durante el mayor tiempo posible, apostando, con gran éxito, contra el peso, que ha estado cayendo durante años. Cuanto más esperen, más pesos recibirán por sus cosechas que se venden en dólares estadounidenses.
El acopio puede ocurrir de dos maneras: físicamente, en sacos guardados en silos y elevadores de granos; o virtualmente, entregándolos a exportadores bajo contratos que permiten a los agricultores fijar precios posteriormente.
Este año, la dinámica se está volviendo extrema. Esto se debe a que, si los productores venden frijoles ahora, solo recibirían unos 45 pesos por dólar (el tipo de cambio oficial controlado menos 33% de los impuestos a la exportación). Mientras tanto, existe un tipo de cambio flexible, al que se accede a través de una operación de bonos popular, que se cotiza más cerca de los 120 pesos por dólar.
Entonces, los agricultores están esperando que la brecha se reduzca, especialmente debido a que la devaluación “gota a gota” o “crawling peg” del banco central deprecia de forma constante la tasa oficial.
“Con esta brecha cambiaria el productor no venderá un kilo de soja”, escribió Pablo Adreani, asesor y consultor de empresas agropecuarias en Buenos Aires, en un tuit del 1 de mayo.
Los últimos datos del Gobierno hasta el 13 de mayo, con la mayoría de la soja ya cosechada, muestran que los agricultores han vendido y fijado el precio de 12,7 millones de toneladas métricas de frijoles, o 25% de la cosecha. Eso es en realidad seis puntos porcentuales más que en el mismo momento del año pasado.
Pero los datos ocultan la tendencia de las últimas semanas, el peor momento de acopio para el Gobierno. Si las conversaciones con los acreedores por más de US$65.000 millones en deuda no tienen éxito esta semana, Argentina caerá en default y se arriesgará a una dolorosa batalla judicial si los bonistas deciden que hay pocas posibilidades de llegar a un acuerdo.
Pase lo que pase, el país necesita desesperadamente ingresos por exportación de soja -que la temporada pasada llegaron a US$17.900 millones- para proteger las reservas en dólares, financiar gastos en estímulo para COVID-19 y pagar préstamos.
Esta temporada, los agricultores comercializaron una gran cantidad de soja desde el principio, durante la siembra, porque estaban seguros de que Alberto Fernández aumentaría los impuestos a la exportación.
Entre agosto, cuando Fernández derrotó al titular Mauricio Macri en una votación primaria, y mediados de diciembre, cuando asumió el cargo y aumentó los gravámenes por primera vez, los agricultores vendieron y fijaron el precio de 6,9 millones de toneladas. Desde entonces, solo se han entregado 4,4 millones de toneladas.
Según Agustín Tejeda, economista jefe de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, la venta anticipada es la causa detrás de la lentitud ahora.
En una controvertida medida tomada la semana pasada para asegurar los ingresos en dólares de la soja, el banco central señaló que los agricultores que retienen más de 5% de su cosecha no pueden acceder a préstamos blandos. Dado que las cosechas de soja en Argentina se han convertido, en esencia, en cuentas de ahorro en dólares, a cambio, el banco ofrece la siguiente mejor opción: depósitos a plazo en pesos vinculados a los precios del frijol.