El distanciamiento social puede salvar vidas humanas, pero está causando estragos en algunas de las especies más amenazadas del mundo.En Botsuana, que depende en gran medida del turismo, los cazadores furtivos han aprovechado las reservas de vida silvestre repentinamente vacías para matar al menos a seis rinocerontes en peligro de extinción durante la pandemia de coronavirus. En la provincia Noroeste de Sudáfrica, al menos nueve más fueron asesinados mientras los turistas se quedaban en casa. Están aumentando los temores de que tigres, elefantes e innumerables especies menos conocidas pronto puedan enfrentar amenazas similares.Durante décadas, ha habido un amplio consenso entre los gobiernos, los conservacionistas y la industria de que el turismo bien administrado otorga a las comunidades locales una participación económica en la preservación de la vida silvestre. Es una buena idea que ha apoyado la conservación de hábitats amenazados en todo el mundo. Pero la cruel lección del coronavirus es que este modelo no es sostenible durante una fuerte recesión económica. Si los conservacionistas quieren preservar especies y hábitats a largo plazo, deberán repensar algunas suposiciones de larga data.Pocos sectores han sido más afectados por el virus que el turismo internacional. A nivel mundial, los vuelos diarios han caído casi 80% desde principios de abril. Esos aviones que permanecen en el aire generalmente vuelan rutas nacionales en Asia y EE.UU. El Consejo Mundial de Viajes y Turismo, un grupo comercial, estima que los pequeños estados insulares en desarrollo como Seychelles y Maldivas generan hasta 30% de su producto interno bruto del turismo. Desde que se cancelaron los vuelos, esa industria ha desaparecido.La recesión ha sido especialmente dolorosa en lugares donde la biodiversidad es el principal atractivo para los viajeros. Madagascar, por ejemplo, ha pasado décadas promoviendo sus hábitats únicos y sus especies raras. Su objetivo no era solo preservar la biodiversidad, sino crear beneficios económicos duraderos para las comunidades locales. Ha tenido un éxito espectacular: Madagascar alberga 144 áreas protegidas, la mayoría administradas por ONG, que generalmente trabajan con las comunidades locales para garantizar que los beneficios del turismo y la conservación sean ampliamente compartidos.Gracias a la pandemia, ese modelo ahora está casi muerto. Desde enero, el impacto combinado de las restricciones de viaje y las cancelaciones ha eliminado US$500 millones en ingresos previstos. El Parque Nacional Ranomafana, hogar de 12 especies de lémures y otros animales raros, no genera ingresos en absoluto. Esas pérdidas seguramente rebotarán en la economía y la sociedad civil del país.Y Madagascar no está solo. Ruanda, Uganda y la República Democrática del Congo han suspendido todas las actividades turísticas para proteger a los gorilas de montaña del virus, lo que lleva a la pérdida de ingresos tanto para las comunidades locales como para los esfuerzos de conservación. En Costa Rica, un atractivo global para observadores de aves y ecoturistas, los guías de vida silvestre dicen que el 100% de las reservas futuras han sido canceladas. En Camboya, los conservacionistas han visto un aumento en la caza furtiva de vida silvestre protegida, incluido el ibis gigante, debido al efecto de la pandemia en las economías locales.Es probable que la amenaza para las especies en peligro de extinción empeore. Los estudios establecieron hace mucho tiempo que la pobreza y la caza furtiva están fuertemente correlacionadas, pero no hace falta ser un científico social para comprender que las comunidades privadas de ingresos por el turismo los buscarán en otros lugares. A falta de un repunte económico, la presión para la caza furtiva solo aumentará con el tiempo. En epidemias importantes anteriores, el número de visitantes tardó un promedio de 19 meses en recuperarse, según el Consejo Mundial de Viajes y Turismo. La profundidad de la recesión actual casi seguramente demandará más tiempo.Por ahora, el alivio de la deuda y otra ayuda a los países en desarrollo con una rica biodiversidad podrían ayudar. A más largo plazo, los conservacionistas deberán garantizar que los beneficios económicos generados por la preservación de la vida silvestre y los hábitats sean ampliamente compartidos. Un primer paso debería ser incluir a los locales en la toma de decisiones y el manejo de las poblaciones silvestres. En términos prácticos, eso generalmente significa otorgarles derechos de caza y agricultura en áreas protegidas. En Namibia, ese enfoque ha resultado en un aumento neto de las poblaciones de rinocerontes, elefantes y leones en las últimas décadas. También podría funcionar en otras regiones.Mientras tanto, los gobiernos y las ONG deben aprovechar la creciente industria de inversiones sostenibles para obtener ayuda en la creación de incentivos de mercado para la conservación. El año pasado, la Sociedad Zoológica de Londres y Conservation Capital anunciaron un bono de impacto de cinco años y US$50 millones diseñado para proteger a las poblaciones de rinocerontes. Si sus números crecen, los inversionistas recuperarán su capital y un rendimiento. Bonos similares podrían promover la conservación y el desarrollo económico en las regiones emergentes de todo el mundo.Por supuesto, no hay una receta simple para mantener la biodiversidad global. Pero el fracaso del ecoturismo en medio de una pandemia es un recordatorio de que se necesita más que un safari para garantizar que haya suficiente hábitat en el que humanos y animales compartan.