Hace cuarenta años esta semana, una amplia coalición de mujeres iraníes de todos los espectros sociales y económicos se paró junto a los hombres para librar a su país de su impopular y dictatorial Shah. De acuerdo con la narrativa occidental habitual, el nuevo gobierno revolucionario, encabezado por el líder supremo Ayatollá Ruhollah Khomeini, hizo énfasis en los valores islámicos tradicionales, lo cual exigía a las mujeres dar prioridad a sus roles como madres y esposas, por encima de su deseo de convertirse en juezas, emprendedoras y jefes. Las mujeres eran motivadas a vestirse más modestamente; en dos años, el uso del velo se volvió obligatorio.
Sin embargo, esta narrativa no tiene en cuenta la lucha constante de las mujeres iraníes en contra de la discriminación de género, ya sea en las esferas jurídicas o sociales. Pasa por alto la extensa participación de las mujeres en la vida pública iraní, desde la fuerza laboral, que cuenta con 19 por ciento de participación femenina, a las escalas más altas del gobierno, donde la representación es, sin duda, desproporcionadamente pequeña. Tampoco habla de la resistencia del movimiento de las mujeres en Irán, ni de los intentos de las fuerzas conservadoras –oficiales y políticas por igual– por desacreditar su causa y destruir su base intelectual activista.
Para muchos de los activistas de las mujeres iraníes, el aniversario ha sido agridulce. Desde la revolución, muchos en el movimiento se han convertido en extraños y enemigos; algunos defienden y otros se oponen a la República Islámica. Cada década ha visto crecer la brecha en la comprensión, la historia compartida y la comunicación.
Hoy en día, la línea divisoria entre los activistas es más generacional que ideológica. Las mujeres jóvenes, sin experiencia directa de la revolución y poco familiarizadas con el discurso feminista islamista o marxista de sus predecesoras, están desafiando la autoridad del estado de maneras sorprendentemente diferentes a las de la cohorte posrevolucionaria de Azam Taleghani, Mehrangiz Kar, Mahboubeh Abbasgholizadeh, Shahla Sherkat, y la ganadora del Premio Nobel de Paz, Shirin Ebadi, quien ahora vive en el exilio. El activismo de la nueva generación es amplificado por las plataformas de redes sociales, como Facebook y Twitter, y las aplicaciones de mensajería como Telegram.
Un ejemplo de esto es el video viral de la joven, identificada por sus amigos como Vida Mohaved, quien se paró sobre un contador de servicios públicos en Teherán en protesta silenciosa por el uso obligatorio del velo, ondeando su bufanda blanca en un palo en diciembre de 2017. Movahed inspiró una ola de protestas en copia, que se convirtieron en manifestaciones masivas. Otras campañas toman la forma de actos desafiantes individuales, como usar bufandas o ropa blanca los miércoles; algunas de las participantes publican fotos suyas quitándose los velos blancos en espacios públicos o en las redes sociales.
El acto desafiante singular e icónico de Vida Mohaved está lejos de las 100.000 mujeres iraníes que llenaron las calles de Teherán el 8 de marzo de 1979, en honor al día internacional de la mujer. Esas mujeres no necesariamente estaban canalizando su desacuerdo con ningún asunto como el uso obligatorio del hijab; muchas tenían la esperanza que el nuevo gobierno ofreciera una agenda de justicia social para todos los iraníes. Querían proteger los derechos de las mujeres –como el derecho al divorcio y a la custodia– y las ganancias obtenidas bajo el régimen anterior.
Sin embargo, luego de las manifestaciones iniciales, el movimiento de las mujeres se separó en varias corrientes y agendas. Muchas de ellas fueron a trabajar dentro del sistema, donde apoyaron las reformas educativas, familiares y jurídicas de Khomeini. Otras mantuvieron su postura desafiante al régimen, denunciando la persecución a la oposición política y trabajando en el sector privado. Para mediados de la década de 1980, las mujeres involucradas en el gobierno empezaron a asistir a conferencias internacionales de mujeres, publicar periódicos y revistas feministas y participar el debates religiosos con clérigos sobre la expansión del rol de las mujeres en la esfera pública. Para finales de la década de 1990, bajo un gobierno reformista ansioso por fomentar la sociedad civil, las ONG para los derechos de las mujeres y las organizaciones de base comunitaria –algunas dirigidas por laicos y otras por islamistas– empezaron a surgir, con la participación de académicos europeos y asiáticos y financiadas por donantes internacionales.
Muchas de estas ganancias se perdieron a mediados de la década de 2000, bajo el gobierno conservador del presidente Mahmoud Ahmedinejad. Las mujeres que protestaban contra la legislación discriminatoria lanzando sentadas o campañas eran acusadas de poner en peligro la seguridad nacional. Muchas ONG y consultorios jurídicos para mujeres fueron obligados a cerrar.
Hoy, bajo la administración de Rouhani, el panorama del activismo de las mujeres parece cicatrizado. La migración y el exilio han silenciado las antes destacadas voces de las mujeres. El conflicto entre los activistas de las mujeres islamistas y seculares persiste. Los esfuerzos por movilizar el apoyo del público para la igualdad de género mediante campañas de Internet han tenido resultados mixtos. Aunque, según los informes, más de 53 millones de iraníes son usuarios de Internet móvil, aún no se ha demostrado que su exposición a las campañas de conciencia de género vaya a generar una mayor presión del público a las autoridades políticas o clericales.
El riesgo evidente de las campañas en redes sociales es que pueden rebotar indefinidamente entre personas en las mismas redes, sin generar cambios en el mundo real. También hay consecuencias muy serias en el mundo real para las campañas virtuales: el acoso, e incluso el encarcelamiento de los activistas. No obstante, ha habido algunas victorias históricas: el verano pasado, luego de una década de cabildeo por parte de los activistas de las mujeres iraníes, además de la presión internacional, se permitió a las mujeres ingresar en el estadio Azadi de Teherán para ver una transmisión del equipo de su país enfrentándose a España en la copa mundial de fútbol.
Cualquiera que sea el resultado de las campañas en las redes sociales, son la representación de una constante: las mujeres iraníes no se irán a ninguna parte. En los últimos 40 años, su movimiento ha demostrado una y otra vez las cualidades de una crisálida: cuando se ve obstaculizado por la autoridad, abandona su piel y surge renovado.