Si se tratara solo de economía, el resultado de la reunión entre el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y su homólogo chino, Xi Jinping, en el marco de la Cumbre del Grupo de los 20 en Argentina el sábado, sería mucho más fácil de predecir: un alivio inmediato de las tensiones comerciales como un paso hacia lograr acuerdos concretos más adelante. Pero, a medida que la disputa entre las dos economías más grandes del mundo ha empeorado, el asunto del comercio ha evolucionado más allá de la economía para abarcar cuestiones de política interna y seguridad nacional más amplias.
Si bien hay una larga lista de temas económicos y políticos que son de importancia tanto inmediata como a largo plazo para la salud del mundo, el enfoque principal de esta reunión del G-20 está en la reunión entre Trump y Xi. Una resolución positiva de la disputa comercial sacaría una gran nube estanflacionaria sobre la economía global que ha debilitado los mercados financieros. Tal resultado abordaría algunas prácticas no arancelarias de larga data y ayudaría a ofrecer un comercio libre pero más justo para la economía global en su conjunto. El resultado opuesto sacaría un importante soporte a una economía global ya debilitada y más divergente, al tiempo que aumentaría el riesgo de inestabilidad del mercado.
El economista que hay en mí dice que los líderes de EE.UU. y China alcanzarán un tono constructivo que apaciguará las tensiones, similar al resultado de la visita del presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, a la Casa Blanca en julio. La declaración conjunta al final de esa reunión dijo que el diálogo era una oportunidad "para iniciar una nueva fase en la relación entre EE.UU. y la Unión Europea", incluso acordaron "trabajar juntos hacia aranceles cero, cero barreras no arancelarias y cero subsidios a bienes industriales no automotrices". Ambas partes también prometieron "trabajar para reducir las barreras y aumentar el comercio de servicios, productos químicos, productos farmacéuticos, productos médicos, así como también la soja".
Encontrar un terreno común es de interés tanto para China como para EE.UU., y beneficiaría a la economía mundial. La competitividad de EE.UU. mejoraría si China acepta flexibilizar los requisitos para las empresas conjuntas (que resultan en transferencias forzadas de tecnología y otro know-how), combatir con más fuerza el robo de propiedad intelectual y buscar formas de reducir su gran superávit bilateral con EE.UU. Tal entendimiento también reduciría el riesgo de que China se vea tentada a utilizar sus enormes tenencias de bonos del Tesoro y otros activos estadounidenses para perturbar el sistema financiero estadounidense en una guerra comercial global.
Un acuerdo beneficiaría a China al reducir el viento que hay en contra de su economía que ya ha contribuido a una disminución significativa en los mercados financieros nacionales, erosionado la confianza tanto del consumidor como de las empresas, debilitado los principales indicadores del crecimiento económico y empujado al gobierno a volver a confiar más en el uso de medidas políticas distorsionadoras. De hecho, cuanto más tarden en contener estos riesgos, mayor será la amenaza para el impresionante proceso de desarrollo de varias décadas de China que ha sacado a cientos de millones de personas de la pobreza.
Pero esto no sólo se trata de la economía. Ambos países también están tratando con problemas más amplios.
EE.UU. ya ha causado cierta inestabilidad económica y financiera en China y la administración Trump ahora puede verse tentada a aumentar las tensiones comerciales como una forma de contrarrestar el ascenso de China en la economía global, su creciente influencia regional y su postura militar más agresiva en ciertas partes del mundo. En otras palabras, la política comercial se convierte en parte de una estrategia de seguridad nacional más grande de EE.UU.
La escalada de las tensiones comerciales de Trump con China también cumple una de sus promesas de campaña que sigue funcionando bien con su base. Además, el enfrentamiento podría ayudar a desviar la atención del constante flujo de noticias sobre la investigación del fiscal especial Robert Mueller. En cambio, una cumbre más productiva también podría ser beneficiosa: la historia está llena de ejemplos de líderes que han buscado éxitos internacionales, tales como obtener importantes concesiones comerciales de China, como una forma de desviar la atención de los desafíos domésticos.
Para Xi, la decisión de revertir el rumbo en esta etapa podría generar inquietud acerca de cómo cuidar las apariencias en casa mientras el líder chino continúa consolidando y extendiendo su autoridad. También podría transmitir un mensaje más ambiguo, si no debilitado, a los muchos socios asiáticos con los que China está tratando de vincularse a través de iniciativas como el Cinturón y Ruta de la Seda y el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura.
Si los asuntos económicos predominan en la reunión del sábado y si ambos líderes dan señales de su intención de hacer un seguimiento posterior a sus acuerdos, el mundo comenzará la próxima semana con menos riesgos para el crecimiento y la estabilidad financiera. Pero, con el paso del tiempo, las tensiones comerciales entre EE.UU y China se han convertido en mucho más que en un tema económico, por lo que mi predicción de un resultado productivo es menos cierta (aunque sigue siendo la más probable).
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