Es una noche templada en el arbolado barrio de Gunhill en Harare cuando suena el teléfono móvil de Ameerh Naran. Quien llama es el hijo de Emmerson Mnangagwa, entonces vicepresidente de Zimbabue. Quiere que Naran ayude a su padre a huir del país. El presidente Robert Mugabe acababa de despedir a su antiguo sicario y la familia recibió el dato de que habría un atentado contra la vida de Mnangagwa.
La llamada pone en marcha varias horas frenéticas para Naran, de 32 años, que se especializa en dar respuesta a pedidos de aviación para clientes entre los que se cuentan multimillonarios, políticos y famosos. Empieza a hacer llamados para organizar la evacuación médica de Mnangagwa a Sudáfrica.
Pero entonces –después de horas de llamadas, cuidadosa coordinación y la llegada de una ambulancia y una enfermera al escondite de Mnangagwa-, el político decide seguir su propio camino. Conduce hasta la frontera y escapa a pie a Mozambique antes de volver días después para tomar el poder.
Los recuerdos de Naran sobre el episodio muestran cómo son los pedidos extraños e impredecibles que conforman su rutina diaria. Su compañía, Vimana Private Jets, presta servicio a la clientela más exigente de ese sector que busca vuelos chárter por negocios y placer.
El campo está cada vez más atestado de empresas. El uso de aviones privados está volviendo a un nivel que no se veía desde antes de la crisis financiera de 2008, en tanto el año pasado se realizaron más de 3 millones de vuelos de negocios en los Estados Unidos y Canadá, de acuerdo con el proveedor de datos Argus International.
Naran ha centrado su actividad en la parte más exclusiva del mercado de chárters, apostando a que su servicio seguirá atrayendo al tipo de cliente que puede justificar el alquiler de un avión para un viaje de compras a Hong Kong. “Ameerh es un individuo con buenos contactos”, dijo Tim Barber de Duncan Aviation. “El extremo superior del mercado aún es muy vigoroso. No se puede eludir el hecho de que los aviones privados son la única manera de ahorrar tiempo”.
Las sumas involucradas pueden ser muy altas. Vimana recibió este mes una reserva para el alquiler de un Boeing 787 Dreamliner por US$4,2 millones, dijo Naran. Ese nivel de precios asegura un aparato que hasta un presidente estadounidense podría envidiar: un jumbo para 40 pasajeros con una suite principal que tiene su propio baño. Un pedido más habitual –un vuelo entre Londres y Los Ángeles en un Gulfstream 650- puede salirle al cliente US$200.000.
Y no se trata sólo de vuelos. Naran recuerda a una familia estadounidense que quería asistir a los Juegos Olímpicos 2016 en Brasil. Además de organizar sus vuelos, Vimana coordinó la redecoración completa del piso del hotel de Copacabana que habían alquilado para las Olimpíadas para asegurarse de que las obras de arte, los muebles y el empapelado se adecuaran a los gustos de la familia. Ha llevado a clientes a Brasil para un safari de jaguares, arreglado viajes de esquí nocturno a Vancouver y transportado celebridades de La Habana a Nueva York.
Naran, que se dedicó a las carreras de autos hasta los 26 años, dijo estar reuniendo 50 millones de euros (US$57,9 millones) para su propia marca de superautos, que planea lanzar en el Salón Internacional del Automóvil de Ginebra de 2021.
Por ahora se centra en satisfacer las demandas de sus clientes aéreos. Como muestra la huida del año pasado en Zimbabue, hay pocas cosas que no haría por ellos. “Ha sido un cliente fiel durante mucho tiempo”, dijo Naran sobre Mnangagwa. “Yo sólo trataba de ayudar”.