Muchos estados se apresuran por volver a abrir sus economías antes de implementar medidas como pruebas, seguimiento de contactos y uso obligatorio y permanente de máscaras. Pero uno de los mayores efectos económicos que tendría un término apresurado de los bloqueos adoptados para contener la propagación del coronavirus no sería salvar a las empresas, sería terminar con la ayuda gubernamental que las personas necesitan de forma desesperada.
Mientras que casi todos los otros países desarrollados están viendo como sus nuevos casos de COVID-19 disminuyen como resultado de cierres y otras medidas de salud pública, Estados Unidos sólo ha logrado llegar a una meseta. Los datos de estado por estado muestran una imagen aún más sombría, al tiempo que los contagios y muertes disminuyen en el área metropolitana de Nueva York, pero aumentan en otros lugares.En esta funesta situación, parecería imprudente levantar los bloqueos en todo el país. Aunque algunos estados —como Alaska y Hawái, entre otros— tienen un bajo crecimiento de los casos, abundantes pruebas y equipos de seguimiento de contactos listos para detectar brotes antes de que puedan propagarse, la mayoría aún no están preparados. Y, de hecho, la mayoría de los estadounidenses quieren que el gobierno espere antes de reabrir:
Los defensores de la reapertura lo pintan como una decisión entre la vida humana y la economía. Si decenas o cientos de miles de estadounidenses mueren para que la economía pueda vivir, que así sea. Pero esto probablemente es una elección falsa. Es poco probable que una reapertura prematura reanime la economía, porque los cierres no son el factor más importante que mantiene a las personas en sus casas. El factor más importante es, simplemente, el miedo al virus en sí.
La mayoría de los estados comenzaron a cerrar escuelas y cancelar grandes eventos públicos alrededor del 15 de marzo, pero no emitieron órdenes de permanecer en casa hasta una semana después. Pero en ese momento, el tráfico de restaurantes en todo el país se había derrumbado:
La explicación obvia es que el mismo temor que impulsó la presión pública para que los estados adoptaran los bloqueos, también mantuvo a las personas en sus casas. Ese temor no se ha disipado, ya que el brote continúa. Una encuesta reciente de CBS News mostró que incluso si se levantaran las órdenes de quedarse en casa, 48% de los estadounidenses no iría a lugares públicos hasta que termine el brote, mientras que un 39% adicional dice que dependerá del curso del brote. Una gran mayoría, 71%, dijo que no se sentiría cómodo yendo a un bar o restaurante.
Esta cautela generalizada será devastadora para cualquier negocio que dependa del tráfico peatonal. Los restaurantes y las tiendas tienen que pagar el alquiler mensual y otros costos que no dependen de la cantidad de ventas que realizan. Muy pocas empresas físicas pueden sobrevivir a una disminución del 70% de la clientela.
Además de esto, será difícil para muchas de estas empresas encontrar trabajadores dispuestos a tolerar los mayores riesgos sin grandes aumentos salariales. Los trabajadores de las plantas empacadoras de carne, que están entre los lugares de trabajo más afectados, ya están renunciando medida que las plantas vuelven a abrir.
Los líderes que quieran reabrir podrían cancelar los cheques de desempleo de los trabajadores para obligarlos a regresar a sus empleos. Por ejemplo, el gobernador de Iowa, Kim Reynolds, declaró recientemente que los trabajadores que no regresen a sus empleos por temor a enfermarse serían tratados como si hubieran renunciado y perderían los beneficios de desempleo, que ahora son su sustento económico. Otros estados han hecho amenazas similares.
Hacer elegir a los trabajadores entre la pobreza extrema y el peligro mortal obligará a algunos a regresar a las fábricas, tiendas y oficinas. Pero eso no significa que tendrán mucho trabajo por hacer. No se puede obligar a los consumidores a salir a comprar o cenar a punta de pistola. Como muestran las encuestas y los datos de reservas en restaurantes, mientras el coronavirus siga propagándose sin control, los estadounidenses seguirán cocinando en sus hogares, ordenarán productos en línea, se cortarán ellos el pelo, mirarán Netflix en lugar de ir al cine, etc. Y si se cancelan los cheques de desempleo, la demanda de servicios locales caerá aún más. En tanto, si los contagios comienzan a acelerarse nuevamente, el temor del consumidor se arraigará más profundamente.
En otras palabras, las reaperturas prematuras pueden dañar las economías estatales en lugar de ayudarlas. Entonces, ¿por qué lo hacen los gobernadores? Una posibilidad es que para algunos líderes conservadores, retener los beneficios del gobierno para los trabajadores, los consumidores y las empresas es un objetivo en sí mismo. Simplemente, los gobernadores como Reynolds podrían estar mal informados sobre las opciones que enfrentan, pero podrían estar motivados por una oposición de principios a los pagos del gobierno.
Esta sería una razón terrible para reabrir. Los principios de los pequeños gobiernos no ameritan poner en riesgo la vida de los ciudadanos ni su bienestar económico. En cambio, los estados deberían mantener e intensificar los bloqueos mientras se apresuran por aumentar las pruebas y contratar rastreadores de contactos para aquellos que resulten positivos en las pruebas. Se puede lograr una reapertura segura, pero requiere paciencia y disciplina, dos cualidades que hoy en día parecen muy escasas en EE.UU.