Después de la revolución que generó el descubrimiento de que el VIH era el responsable directo de la extraña enfermedad que irrumpió en los 80 y fue bautizada como Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (hoy sida, a secas), pocos pueden agitar más fuerte que el argentino Julio González Montaner la bandera de los logros conseguidos para frenar el avance de una epidemia que parecía encaminada a ensombrecer para siempre la vida en la Tierra.
Radicado en Canadá desde 1981, donde ahora dirige el Centro para la Excelencia en VIH/sida de la Universidad de British Columbia, fue él quien en 1996 demostró que la combinación de tres drogas permitía detener la replicación del virus y cronificar la enfermedad en personas que hasta ese momento recibían el diagnóstico como una sentencia de muerte. Diez años después volvió a desafiar el statu quo y planteó que todos los pacientes debían recibir tratamiento de inmediato, sin esperar la aparición de síntomas. Postuló que mantener a los pacientes con la carga viral baja (cantidad de virus en sangre) ponía un freno rotundo a la transmisión de la infección. “Tratamiento para la prevención”, arengó. Y recibió críticas. Pero hoy su prédica se convirtió en el eje de la Acción Acelerada de las Naciones Unidas para terminar con la pandemia de sida en 2030, de la mano de su estrategia 90-90-90: para 2020, el 90% de las personas que viven con VIH tienen que estar diagnosticadas; el 90% de ellas, recibir tratamiento antirretroviral; y el 90%, tener su carga viral indetectable (hoy, las coberturas están en 57%, 46% y 38%, respectivamente).
Verborrágico, apasionado y detallista a la hora de contar anécdotas, el ex presidente de la Sociedad Internacional de Sida recuerda que cuando lanzó la propuesta las reacciones fueron negativas, pero que al tiempo cambió la administración de Onusida y al nuevo director ejecutivo, Michel Sidibé, le interesó su trabajo. Tras ser nombrado Consejero Especial de las Naciones Unidas, diseñó formalmente la estrategia del 90-90-90.
—Faltan cuatro años para 2020. ¿Llegamos?
—Tenemos toda la ciencia para demostrar que una persona tratada va a tener una longevidad y una calidad de vida prácticamente normal. Es ambicioso, pero se puede lograr. Hay datos de África que muestran que estamos llegando al 90-90-90. Ahora, que quede claro, esto no es simplemente tirar pastillas a la gente. En verdad, se necesita una transformación social. Si seguimos criminalizando el uso de drogas, penalizando la homosexualidad, estigmatizando el comercio sexual, las cosas no van a funcionar.
—¿Cómo hacer para que las sociedades más conservadoras acompañen la iniciativa?
—Hay que pelear. Yo he ido a la Corte Suprema de Justicia en contra del gobierno conservador que guió Canadá diez años. Muchas veces me dicen: eso en Canadá sí, pero acá olvidate. No, esto es difícil acá y allá. Me persiguió la policía, me han hecho investigaciones forenses, legales, auditorías; me han vuelto loco. Pero sigo adelante y seguimos ganando.
—¿Qué significa la meta del fin de la pandemia para 2030?
—Es algo técnico. Hablar del fin o eliminación de la pandemia es totalmente realista. Erradicar es diferente a eliminar. Lo que decimos es que para 2030 se reducirán un 90% la morbilidad, la mortalidad y la transmisión del VIH. Se elimina la pandemia, la epidemia global, aunque podrán aparecer focos de transmisión esporádicos. En British Columbia tenemos una generación libre de sida: hace 15 años que no nace ningún chico con VIH gracias al tratamiento. Se puede eliminar la pandemia, pero no podemos erradicar el VIH hasta que no tengamos una cura o una vacuna altamente efectiva. Eso está más lejos. Cuanto mejor hagamos el 90-90-90, más vamos a minimizar lo que nos falta hacer. Hoy lo más promisorio para frenar la epidemia de es el tratamiento, acompañado por la educación y el uso del preservativo. Por eso, desde 2006 mi energía se transformó en “tratamiento-tratamiento-tratamiento”. Antes estuve tratando de salvar vidas, de hacer lo que podía. Ahora no quiero salvar vidas; quiero terminar la epidemia de sida.
Una renuncia que preocupa
En el marco del Simposio de Sida y Hepatitis 2016 organizado por la Fundación Huesped, evento que culminó ayer, Carlos Falistocco hizo su última presentación como Director de la Dirección de Sida y ETS del Ministerio de Salud de la Nación, cargo que ocupó desde el año 2011 y al que renunció a comienzos de este mes por “decisión personal ante el desgaste que conllevan todos los años de gestión”.
En un momento en el que está retrasada la provisión de varios reactivos esenciales para el diagnóstico y monitoreo del VIH, e incluso de algunos medicamentos para su tratamiento, su salida del ministerio enciende algunas alarmas.
“Nos parece fundamental que se mantenga el perfil técnico y conceptual de quien sea el encargado de coordinar dirija la política de VIH/sida en el país, tal como ha venido sucediendo en los últimos quince años, teniendo en cuenta la importancia de contar con experiencia en la gestión y conocimiento, y apoyo por parte de los actores involucrados en la respuesta a la epidemia”, señalaron desde la Fundación Huésped.