Un estudio de la revista Nature puso en entredicho la credibilidad de la ciencia al afirmar que se registran cerca de 2.300 casos de mala praxis científica por año (sobre un colectivo de 155.000 investigadores), que van desde el plagio hasta la más burda falsificación.
Algunos incluso llegan hasta a inventar descubrimientos, como el famoso caso del científico surcoreano Hwang Woo Suk que anunció en el 2005 que había creado células madres embrionarias, que eventualmente se probó que eran falsas.
La peculiaridad del universo científico, sin embargo, es que estas mentiras suelen descubiertas por la misma comunidad, que tras develar la farsa condena al falsificador al ostracismo más absoluto.
En Estados Unidos, inclusive, existen varios organismos de control de la actividad científica y los falsificadores se exponen a la posibilidad de perder los subsidios o los financiamientos de sus investigaciones si se comprueba que falsearon la hipótesis o los resultados.
Uno de los engaños más famosos de la historia de la ciencia fue el Hombre de Piltdown presentado por el británico Charles Dawson en 1912. El investigador afirmó haber encontrado el eslabón perdido entre el mono y el hombre y para demostrarlo mostró un cráneo que era la combinación perfecta entre el de un ser humano y un simio.
El Hombre de Piltdown conservó su respetabilidad cuatro décadas, hasta que, en 1953, se descubrió que era un montaje de un cráneo humano actual y una mandíbula de orangután.