CIENCIA
armas de destruccion masiva

“Científicos y gobiernos deben controlar el uso de la química”

Dos argentinos, miembros de la OPAQ, hablan de los riesgos de los agentes tóxicos y el rol profesional para mantener la prohibición.

En el laboratorio. Alejandra Suárez y Rolando Spanevello trabajan en la Universidad Nacional de Rosario y el Instituto de Química de esa ciudad.
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Las denuncias sobre el presunto ataque químico que se habría registrado en Damasco, la capital Siria, denuncias que investiga actualmente la ONU, despiertan preocupación internacional y son seguidas de cerca por la comunidad científica. Entre ellos, la química argentina Alejandra Suárez, quien preside el Consejo Consultivo Científico de la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPAQ). Se trata de un organismo independiente que vela por el cumplimiento de la Convención, que establece desde 1993 la prohibición del desarrollo, producción, almacenamiento y empleo de armas químicas y controla también el proceso de destrucción de los arsenales declarados en países como Rusia y EE.UU. El 98% de la población mundial está bajo la Convención. Sólo seis países no adhirieron: Angola, Egipto, Somalía, Corea del Norte y Siria. PERFIL entrevistó a Suárez junto a su colega, Rolando Spanevello, ex miembro de la OPAQ, para conocer más sobre las armas químicas y la responsabilidad de los científicos en el mantenimiento de la Convención.
—¿Qué son las armas químicas?
ROLANDO SPANEVELLO: Las armas químicas son sustancias químicas que se utilizan para producir daño en el enemigo. Normalmente las armas convencionales producen daño por el efecto de la onda expansiva de la explosión. En cambio, las armas químicas producen daño por intoxicación. Son sustancias tóxicas que normalmente se colocan en bombas. Al estallar esas bombas, se desparrama esa sustancia tóxica y ésto produce un daño indiscriminado. Por eso están catalogadas como armas de destrucción masiva.
—¿Hay diferentes agentes químicos?
RS: Sí. El 22 de abril de 1915, en los campos de Ypres, Bélgica, durante la Primera Guerra Mundial, es la fecha que se toma como inicio de la era moderna de las armas químicas. Fue en ese campo de batalla cuando se utilizó por primera vez un arma química: cloro gaseoso. Después, las técnicas se fueron perfeccionando y se comenzaron a utilizar otros gases, como el fósgeno, tabun y sarin.
—¿Cómo científicos, cuál es su labor en la OPAQ?
ALEJANDRA SUAREZ: Prestamos asesoramiento técnico sobre cualquier tema vinculado específicamente a los compuestos químicos pero principalmente nos encargamos de monitorear cómo pueden llegar a impactar las novedades científicas y tecnológicas. La Organización pone mucho énfasis en la educación como un elemento clave para evitar el resurgimiento de las armas químicas. La química en general tiene mala prensa, aunque es responsable de nuestra calidad de vida.
—¿Por qué habla de mala prensa de la química ?
AS: Porque creo que todo el mundo conoce la Organización Internacional de Energía Atómica pero nadie conoce que existe una Convención sobre las armas químicas. Los compuestos químicos no son buenos ni malos. Lo que cambia es la manera en que la gente los usa. Hay compuestos que por sí mismos son beneficiosos pero si se los usa con otro fin pueden provocar grandes daños. Hay que trabajar en forma profunda acerca de una cultura de responsabilidad sobre el uso del conocimiento, sobre todo en profesionales de la química.
—Pero, ¿si existe un arma química es porque detrás hubo un científico que la desarrolló?
RS: Sí, pero no son los científicos quienes deciden el uso y la aplicación sino el contexto social. Son los políticos que están a cargo de implementar esas políticas y la gente común que elige a esos políticos. Como investigador, uno explora nuevas áreas del conocimiento. Luego, hace esas áreas públicas pero muchas veces no sabe en qué va a terminar ese conocimiento. Un ejemplo: Luigi Galvani estudió el efecto de la electricidad sobre los músculos de los seres vivos y Tomás Edison inventó la lamparita. Pero ninguno de los dos científicos se imaginó que estos descubrimientos iban a terminar desarrollando la silla eléctrica.