Como estrategia de supervivencia ante eventos extremos y potencialmente desesperantes, el cerebro humano contempla otras posibilidades además de la huida ciega o los gritos desenfrenados. Una, acaso insólita para un contexto en el que la muerte grupal rodea, es la de permanecer callado, como absorto, y con la mente expectante y concentrada ante cada detalle que puede significar la diferencia entre vivir y morir.
Esa escena se vivió en Nueva York la semana pasada, luego de que un avión de US Airways, tuviera que descender sobre el frío río Hudson. Sus más de 150 ocupantes permanecieron en calma, silenciosos, mientras esperaban el socorro luego del acuatizaje. “Pónganse en posición de recibir un golpe”, había dicho el comandante, devenido en héroe por su pericia.
“Es una reacción bastante frecuente”, señaló a PERFIL la especialista en emergencias Silvia Bentolila. “La gente en estado de máxima alerta hace una disociación entre lo que le sucede y su sensación, y puede así mantener la calma. Esto se da por un proceso hormonal y neurobiológico; el organismo se prepara para el ataque o la huida ante el estrés. Es una reacción animal, no es algo que transcurra por los canales de procesamiento consciente”, agregó Bentolila, coordinadora de la red provincial de salud mental en incidente crítico.
Otra experta en accidentes similares, la norteamericana Amanda Ripley afirmó que no se trata de algo inusual la calma vista sobre el Hudson y que es más habitual de lo imaginado. En su libro Lo impensable, ¿quién sobrevive cuando el desastre golpea y por qué? añade en el mismo sentido testimonios de sobrevivientes de las Torres Gemelas.
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