Cuando era chica, la investigadora del Conicet Cecilia Apaldetti, de 36 años, tenía la idea de dedicarse al estudio y la protección de la fauna silvestre. Durante la adolescencia cuenta que fue vegetariana y ya se preocupaba por el ambiente. Sus intereses la llevaron a seguir la licenciatura en biología. “Mientras estudiaba fui al Museo de Ciencias Naturales de San Juan, donde descubrí los fósiles y la paleontología, y a partir de ahí me dediqué a los dinosaurios”.
Apaldetti es la autora principal de un estudio que esta semana sorprendió al mundo, donde se detallan los resultados del hallazgo –en lo que hoy es la provincia de San Juan– de los restos fósiles del dinosaurio gigante más antiguo conocido hasta el momento.
“Dado el tipo de rocas que hay en San Juan trabajamos el Triásico, por lo que no esperábamos un dinosaurio gigante, ya que en este período en general son de tamaño chico a mediano. El más grande que se había encontrado en el mundo era de tres toneladas, y de repente aparece este que tiene diez”, explica la paleontóloga.
El descubrimiento, publicado en la revista científica Nature Ecology & Evolution, marca un cambio en el conocimiento que se tenía sobre la evolución de los dinosaurios y establece que los de tamaño gigante aparecieron treinta millones de años antes de lo que se creía. “Es un dinosaurio que está relacionado con el linaje de los gigantes de la Patagonia, de cuello y cola muy largos, que alcanzaron hasta setenta toneladas; sería como un tatarabuelo, por eso el hallazgo es relevante”, señala Apaldetti, que si bien es mendocina se define como una paleontóloga sanjuanina por elección, ya que allí estudió.
Luego hizo un doctorado en ciencias geológicas y un posdoctorado en paleontología en Trelew, Chubut, con el investigador Diego Pol, otro de los autores del trabajo. “Venía estudiando gigantismo en el posdoctorado, y esto apareció sin que lo esperáramos por el estadio evolutivo. Ha traído grandes sorpresas”, agrega Apaldetti, quien actualmente trabaja en el Instituto y Museo de Ciencias Naturales de la Universidad de San Juan.
La nueva especie, de la que se encontraron uno de los brazos completo, partes del cuello y de una pata y vértebras caudales, recibió el nombre Ingentia prima, en latín “la primera inmensa”, ya que es el primer gigante conocido al momento.
—¿Es un ejemplar hembra?
—En este caso no sabemos si es hembra o macho. La propuesta de darle nombre de hembra fue del coautor Ricardo Martínez, y a mí me pareció genial la idea porque automáticamente lo vinculé con el contexto social actual. Me parece genial que sea una hembra la que represente este cambio evolutivo hacia el gigantismo, como una pionera. La mujer se está haciendo escuchar, porque necesitamos más de lo que tenemos, y me parece que el nombre representa un camino hacia algo grande, a demostrar que podemos más.
—¿Hay pocas paleontólogas en el país?
—La mayoría son hombres, pero somos varias. En nuestro equipo de diez personas somos tres mujeres: dos geólogas y yo. El trabajo de campo puede implicar dos o tres semanas sin comunicación, lejos de todo, sin agua más que para tomar. Condiciones que hacen que no todas las mujeres, ni tampoco los hombres, puedan ir, pero en especial las madres tal vez no puedan estar tanto tiempo afuera.
—¿Cómo fueron el proceso del hallazgo y la posterior publicación?
—El descubrimiento fue en 2015, pero lo que trajimos era un bloque de roca en el que adentro estaba el hueso. Llegó al laboratorio de preparación con herramientas para hacer un trabajo de hormiga que nos llevó siete meses, y luego más de un año para tener los resultados. En febrero enviamos el trabajo a la revista. Son todos procesos largos.
—¿Cuál es la sensación de encontrar un resto fósil?
—Hallar un animal que vivió ahí hace millones de años y que probablemente no conocemos es una satisfacción enorme. No todo lo que encontrás es relevante, o el material está tan incompleto que no se puede identificar. En este hallazgo del técnico Diego Abelín me di cuenta ahí mismo de que iba a ser algo trascendente.
—¿Cómo fue ese momento?
—Estábamos buscando fósiles y él vio algo grande a lo lejos. Antes de acercarse, dijo en broma: “¡Acá hay un dinosaurio gigante!”. El brazo estaba bastante en superficie, y cuando empezamos a excavar vimos restos del cuello y parte de la mano. La broma se hizo realidad: era gigante.
Un crecimiento acelerado
Otro de los aportes relevantes del descubrimiento de la Ingentia prima es el conocimiento de la forma en que se convirtieron en gigantes a partir de la histología, que es el estudio de la estructura interna de los huesos.
A diferencia de los dinosaurios más grandes, que crecían en forma continua hasta determinada edad como los mamíferos, los primeros gigantes del Triásico lo hacían en forma cíclica, como los árboles, cuyos anillos son las marcas de ese proceso.
“Este animal creció en forma cíclica, pero en esos períodos lo hacía en forma extremadamente acelerada, tres veces más rápido que un gigante de la Patagonia”, destaca Cecilia Apaldetti.
Esta característica vincula a la Ingentia prima con una especie del período Jurásico hallada en Sudáfrica. “Es por eso que propusimos una nueva familia, Lessemsauridae, que serían los pioneros en el camino hacia el gigantismo”. Este vínculo con su pariente africano también indica que sobrevivió a una gran extinción que se dio entre el período Triásico y el Jurásico.