La leyenda cuenta que Descartes ideó los ejes X e Y que constituyen las coordinadas ortogonales mientras holgazaneaba en su cama y observaba una mosca posada en el techo. Y que Isaac Newton postuló la teoría de la gravedad cuando, sentado bajo un árbol sin hacer nada, observó una manzana que cayó a su lado. Grandes filósofos y poetas como Bertrand Russell, Rainer Maria Rilke y Oscar Wilde sostuvieron la tesis de que una persona sólo podía alcanzar su potencial a través del ocio.
Sin embargo, la idea que ha prevalecido en la sociedad actual es la de calificar el ocio como un tiempo muerto, un momento en el que no se hace nada “útil” cuando lo esperable es estar todo el tiempo ocupado. Pero, ahora, nuevas investigaciones en neurociencias reivindican el valor de la ociosidad. En su libro, El arte y la ciencia de no hacer nada (Capital Intelectual), el neurocientífico estadounidense Andrew Smart plantea que no hacer nada –real y verdaderamente nada– conduce a un mejor funcionamiento cerebral.
“El cerebro posee una red llamada red neuronal por defecto (RND) que se vuelve muy activa cuando estamos ociosos y que permite acceder al inconsciente, a la creatividad y a las emociones.
Cuando estamos terriblemente ocupados todo el tiempo, la actividad en la RND se suprime y muchos estudios muestran ahora que esto puede tener consecuencias negativas para la salud a largo plazo”, le explicó Smart, profesor de la Universidad de Nueva York, a PERFIL vía e-mail.
—¿Dormir es una forma de activar esa red?
—La actividad cerebral durante el sueño es un poco diferente, y las investigaciones muestran que el cerebro en realidad hace una limpieza cuando dormimos. La red neuronal por defecto se activa en los momentos de ocio y permite que ideas, percepciones y recuerdos se abran paso en nuestro cerebro. La habilidad para pensar sobre nosotros mismos es una capacidad humana que ninguna otra especie puede llevar a cabo. Requiere una gran corteza prefrontal y la capacidad de metacognición. Si dejamos que esta habilidad se atrofie, tendrá consecuencias socialmente negativas.
—¿Por qué el ocio es visto como algo negativo?
–Creo que el ocio es un tema tabú en nuestra cultura, especialmente en EE.UU., donde la gente se siente culpable si no hace nada. Pero también existen razones neuropsicológicas para eso. La actividad emocional que hace nuestro cerebro es inconsciente. Cuando no estamos haciendo nada, toda esa energía emocional comienza a venir a nuestra conciencia y, por supuesto, para algunas personas esto puede ser muy desagradable. Todas esas emociones negativas de las que están tratando de escapar estando superocupados empiezan a burbujear hacia la superficie. Para cultivar el ocio es necesaria una vida física y emocionalmente equilibrada.
—Usted postula que el multitasking es malo para el cerebro. ¿Por qué?
—Recientes estudios muestran que los multitasker (las personas que realizan muchas tareas a la vez) tienen menos materia gris en la corteza cerebral, pero no está claro si esto está causado por la multiplicidad de tareas o si tener menos materia gris hace que una persona sea propensa a convertirse en multitasker. De cualquier manera, este comportamiento se convierte en una adicción. Cuando el cerebro recibe un bombardeo de estímulos como mensajes de correo electrónico, llamadas de teléfono, actualizaciones de Facebook, etc., no le queda tiempo disponible para establecer nuevas conexiones entre cuestiones aparentemente inconexas, identificar patrones y elaborar nuevas ideas. No le queda tiempo para ser creativo.
—Con tantos estímulos del mundo externo, ¿cómo hacer para entregarse al ocio?
—En mi caso, cuando tengo un momento en el que no hago nada intento detener la urgencia de encontrar algo para hacer. Uno debe tratar de robar breves momentos a lo largo del día para desconectarse. Una vez que se manejan esos pequeños momentos, uno puede construir gradualmente una tolerancia a mayores períodos.
Potenciar habilidades
Andrew Smart plantea que si Isaac Newton o Rainer Maria Rilke hubiesen vivido en nuestros días, sus aportes a las ciencias y las artes se habrían visto en riesgo como resultado de la exigencia de productividad. “En nuestra carrera histérica por ganar dinero, alcanzar un mejor estatus, competir por puestos de trabajo escasos y ascensos y organizar nuestras vidas hasta el último minuto, estamos suprimiendo la habilidad natural que tiene el cerebro para dotar de sentido a la experiencia. La creatividad profunda y verdadera sólo puede surgir como resultado de la increíble capacidad natural de interpretación de nuestro cerebro. Y cada vez es más evidente que el estado de reposo del cerebro cumple una función decisiva en relación con ese proceso”, escribe Smart. Para el neurocientífico, hace falta trabajar menos, hacer más ejercicio y entregarse más al ocio para potenciar nuestras habilidades y nuestra creatividad. Lo que los italianos denominan dolce far niente.