Es un pionero de la cirugía vascular en el mundo, pero también un maestro que entrenó cientos de discípulos y un inventor incansable. A sus 72 años, el médico argentino Juan Carlos Parodi cuenta con más de 80 patentes y no descansa: “Cada día se me ocurren nuevas ideas”. En 1991, presentó al mundo una técnica que revolucionó la cirugía vascular y que permitió salvar la vida de millones de personas al tratar de forma mínimamente invasiva el aneurisma aórtico abdominal, una dilatación progresiva de la arteria aorta que puede ser potencialmente mortal.
La técnica acaba de ser elegida como uno de los avances quirúrgicos más importantes de los últimos cien años por el prestigioso Colegio Americano de Cirugía (ACS por sus siglas en inglés). “Fui el primero que hice una técnica, que se llama endovascular, para tratar las enfermedades arteriales desde adentro, sobre todo en aneurismas, traumas de la aorta, disecciones y obstrucciones. Yo era residente en el ‘77 en la Clínica Cleveland de EE.UU. –donde también estuvo René Favaloro– y había muchas cirugías de aorta. Como esta patología se da en pacientes mayores de 60 años, que tienen enfermedades asociadas, la mortalidad y las complicaciones eran muy altas. Un día le dije a mi jefe que iba a desarrollar una técnica que se pudiera hacer con anestesia local, en forma ambulatoria y desde la ingle. Un poco se rió de mí, pero ese mismo año empecé mi experiencia en animales. Me llevo 14 años desarrollar finalmente esta técnica disruptiva”.
En la lista de pacientes que Parodi atendió a lo largo de su carrera hay varias figuras públicas como Carlos Menem, Amalia Lacroze de Fortabat y el príncipe Raniero III. Pero nada le dio más satisfacción y sorpresa como enterarse de que ese humilde sacerdote jesuita al que en 1980 operó de urgencia en la Clínica San Camilo de una gangrena vesicular, y al que nunca más volvió a ver, era nada menos que Jorge Bergoglio, Francisco.
—¿Cómo fue el reencuentro con el Papa 34 años después de aquella cirugía?
—Muy emocionante. En cuanto me vio llegar, me dijo: “Saludo al médico que me salvó la vida”. Yo le respondí que sacar una vesícula no era salvar la vida, pero él de inmediato me aclaró que había tenido una gangrena. Me contó que aquella noche pensó que se moría, estaba desesperanzado, hasta que llegó un médico joven con cara de loco diciendo que había que moverse rápido y operar, y pensó: “Este tipo de me va a salvar”. Ese médico era yo, y por eso nunca se olvidó de mi cara.
—Hace poco, el Papa tuvo que suspender su agenda por cansancio. ¿Cómo lo vio y qué consejos de salud le dio?
—Creo que hay que cuidarlo, porque tiene 77 años y una actividad muy intensa. Tiene una demanda de atención muy importante porque está haciendo grandes cambios en la Iglesia. Como lo vi medio gordito, le recomendé que haga ejercicio. Y me prometió que iba a hacer media hora de gimnasia por día. Le dije que se cuide, que descanse. El me dijo que de noche dormía bien, que lograba relajarse. Pero me gustaría que estuviera bien cuidado. De hecho, quise armarle un grupo de médicos con el que yo trabajé en Roma, pero él me dijo que estaba en buenas manos y que lo atendía el cardiólogo de Ratzinger.
—¿A qué cree se debe el éxito de muchos médicos y científicos en el exterior?
—El argentino es un sobreviviente. Cuando yo le contaba a mis colegas norteamericanos que los bancos se habían quedado con mis ahorros tres veces, que no teníamos seguridad, que nos cambiaban las leyes todos los días, me decían: “Ustedes son sobrevivientes”.
—¿Cómo ve la formación actual de los médicos?
—Muy mala. Creo que la universidad argentina ha caído en forma notable por falta de exigencia, si bien en la UBA tenemos gente muy brillante. Creo que acá se han entendido muy mal las cosas. Acá creemos que la democracia es hacer lo que uno quiere y es todo lo contrario, exige responsabilidad. Las personas no pueden hacer lo que quieren, sino que deben hacer cosas en función de la sociedad, algo que los estudiantes no entienden. De hecho, dejé de enseñar porque me llamaron la atención ya que aprobaba a pocos alumnos. Creo que el verdadero afecto docente es enseñar bien, darle todas las posibilidades de aprendizaje al alumno, pero también exigirle. Porque ser médico nos pone en una posición tan crítica que no se puede ser tolerante. Tengo mucha esperanza en este país, hay gente con mucho potencial. Me gustaría ver estudiantes muy aplicados y con altísima exigencia.