El filósofo David Hume sostenía que “afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias”, lo cual es, obviamente, una verdad de perogrullo. Se supone que, si alguien afirma algo sobrenatural, la evidencia presentada también debe ser sobrenatural.
De la misma manera, toda vez que se analiza una prueba, hay que descartar la posibilidad de que la misma haya sido realizada por la mano del hombre. Si no, sería muy sencillo fabricar evidencias para hacer creer cualquier historia forzadamente falaz.
Desde hace años se viene hablando de una serie de dibujos realizados en campos de maíz como prueba de la visita de seres de otros planetas. Nada más alejado de la realidad.
Como botón de muestra es dable recordar el caso de dos agricultores galeses -Doug Bower y David Chorley- que a fines de 1991 se confesaron autores de muchas de las misteriosas formas geométricas que aparecieron en campos de maíz de la zona durante casi 13 años.
Cuando el fraude se publicó, los ufólogos no supieron qué decir y sólo atinaron a contradecirse en sus explicaciones. A esa altura ya habían corrido litros de tinta e incluso se llegó a hablar de una nueva ciencia: la circulogía.
Es evidente que los datos, como el descripto, deberían ser analizados por los ufólogos antes de arriesgarse a dar crédito a supuestos mensajes de otros mundos. Es cuestión de simplificar las cosas, no complicarlas. Algo de eso sabía William de Occam, que a través de su dúctil navaja, aseguró que si hay posibilidad de que algo sea hecho de la manera menos complicada, ese debe ser el primer paso a hurgar.
Es como dicen los propios ufólogos: “la verdad está ahí afuera”. Es cierto, sólo hay que saber encontrarla, sin pretensiones de sobrenaturalidad.
Por eso, señores investigadores, repitan conmigo: “Afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias”. “Afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias”. Ad infinitum.
* DNI 21.983.349