A la hora de los regalos navideños, los más chiquitos siguen pidiéndole a Papá Noel clásicos: muñecas, robots y autitos, como en el siglo pasado. Pero, ahora, acorde a la época, muchos de estos juguetes son inteligentes y se conectan a internet. La mayoría contienen un micrófono y/o cámara y un sistema de reconocimiento de voz. A través de una aplicación, procesan datos para poder interactuar con los chicos: envían preguntas a los servidores y, mediante la inteligencia artificial, escogen una respuesta adecuada.
Justamente, todos esos datos que se mueven por la red dispararon la alerta de organizaciones de defensa de los derechos de los niños y de la privacidad digital. En EE.UU., la Campaña por una Infancia Libre de Comerciales y el Centro para la Democracia Digital y la Unión de Consumidores presentaron una denuncia contra las empresas Genesis Toys y Mattel por “espiar” a los niños. Lo mismo hizo la Asociación Europea de Defensa de los Consumidores.
En Argentina, también hay preocupación por el tema. Muñecas como la Barbie Hello y Cayla, el robot iQue o similares se consiguen en algunos negocios y sitios web desde hace tiempo. “Son juguetes que pueden comprarse localmente, pero aún no se han masificado porque son caros y, además, se conectan a través de una tablet o smartphone, lo que eleva aún más su costo”, le explicó a PERFIL Darío Mermelstein, presidente de la Asociación Argentina de Empresas de Juguetes y Afines.
La crítica central de los especialistas apunta a la privacidad y seguridad de los chicos. “Estos nuevos juguetes son invasivos y bastante vulnerables desde el punto de vista informático, por lo que hay que tener mucho cuidado con los micrófonos y cámaras que transmiten información por internet”, advirtió Gustavo Linares, responsable del Centro de Ciberseguridad del gobierno porteño. Y recordó que, a diferencia de lo que ocurre con las webcams o micrófonos de una notebook, los ojos y oídos de estos juguetes no se pueden tapar. “Aunque en el instructivo del dispositivo se diga que se respeta la privacidad o que no graban las conversaciones de los chicos, los términos de uso pueden cambiar con el tiempo. Y son pocos los que leen la letra chica”, agregó.
Para Sebastián Bortnik, director de Argentina Cibersegura, una ONG enfocada en la educación de niños y adultos sobre temas de seguridad informática, “son juguetes que generan un enorme potencial de problemas relacionados con la privacidad y nos demuestran que los consumidores y los padres, todavía, reflexionamos poco sobre esta problemática”. Las empresas que fabrican estos juguetes rechazan las acusaciones y aseguran que “cumplen con los estándares de seguridad”.
Supervisión. El debate se extiende también a la mejor edad para que los chicos accedan a la red. Para la doctora Roxana Morduchowicz, especialista en cultura juvenil, “según la edad de los pequeños, puede pasar que no se den cuenta de que su muñeco está interactuando a través de internet. Además, el concepto de privacidad de los chicos es muy diferente del de los padres. Y los menores pueden no saber medir su alcance y, charlando en forma casual, dar información por demás”.
Morduchowicz recomendó seguir la regla “0-3-6-9-12”, que implica lo siguiente: nada de dispositivos hasta los tres años, donde se suma por primera vez la pantalla de la TV. A los seis años se les puede ofrecer para que jueguen la PC o una tablet, pero sin acceso a internet. Recién a los nueve años permitirles navegar por la web, aunque bajo la supervisión de un adulto. Y esperar hasta los doce para darles su primer celular, cuando ya ganaron autonomía y comienzan el colegio secundario.
Por su parte, Bortnik aconsejó aprovechar la eventual llegada de estos smart toys como una oportunidad para hablar con los chicos sobre temas de privacidad, grooming, seguridad y otros riesgos relacionados con las nuevas tecnologías. Y Mermelstein recomendó a los padres revisar y leer todo el material impreso que debe acompañar a cada juguete: un instructivo, detalle de los riesgos eventuales, certificaciones, recomendaciones de edad, etc. “Además, el adulto debe detenerse a pensar en la función educativa y los estímulos lúdicos que los juguetes tradicionales aportan a los más chicos, algo que, muchas veces, la tecnología no reemplaza en forma adecuada”, concluyó.