El viernes pasado se realizó una nueva edición de uno de los eventos más importantes del calendario de la ciencia global: la ceremonia oficial en la que se revelan los Premios IgNobel de cada año.
Se trata de un galardón que se entrega a investigadores y científicos reales que trabajaron sobre algún tema o hicieron algún experimento bizarro, inútil o curioso. Este año la ceremonia, que se realiza en la Universidad de Harvard, destacó algunas ideas y logros hilarantes:
El IgNobel en la categoría “Reproducción”, fue otorgado en forma póstuma a un estudio realizado por Ahmed Shafik, de la Universidad del Cairo. Shafik hizo una investigación en la que comparó como pantalones de diferentes telas –poliester, algodón, lana– afectaban la vida sexual de cobayos de laboratorio.
El premio de Biología fue para Charles Foster, por haber realizado experimentos conviviendo, en forma “salvaje”, en espacios abiertos, con animales como la nutria o el tejón. Foster debió compartir su galardón con Thomas Twaites, otro curioso experimentador que diseñó y utilizó, en una zona montañosa, durante días; cuatro prótesis para sus manos y piernas que sólo le permitían movimientos similares a los de las cabras.
La medalla dorada para el rubro “Psicología” se la llevó un estudio realizado por un equipo internacional de investigadores que consultó a más de mil voluntarios con qué frecuencia mienten, y luego evaluó si debería creer en esas respuestas. El trabajo concluyó que las personas mienten más durante su adolescencia, y que durante la edad adulta lo hacen dos veces por día.
Finalmente, el IgNobel de Química lo obtuvo la empresa automotriz Volkswagen, por su “gran trabajo de investigacion que logró reducir las excesivas emisiones contaminantes de los vehículos, pero sólo mientras estos estaban siendo sometidos a pruebas oficiales de homologación de esas emisiones”. Obviamente, nadie de la empresa concurrió a recibirlo.