Es el drama más silencioso, del que nadie quiere hablar. Pero el suicidio se lleva la vida de 500 adolescentes cada año en la Argentina. Ya es la segunda causa de muerte por causas violentas en chicos de 10 a 19 años y la problemática va en aumento. Desde los 90 hasta la actualidad la tasa de suicidios en jóvenes se triplicó en el país (pasó de 2,5 por cada 100 mil habitantes a 7,4 cada 100 mil), según advierte el reciente informe “Situación de la salud de los y las adolescentes en Argentina” elaborado por el Ministerio de Salud de la Nación y Unicef sobre la base de estadísticas de organismos del Estado.
“El aumento significativo del suicidio en adolescentes es un tema que preocupa: en 2013, 521 menores de 20 años se quitaron la vida, cuando en 2009 eran cerca de 300. El aumento en los últimos 15 años está en el 100%”, le dijo a PERFIL Fernando Sigman, especialista en Salud de Unicef. “A nivel mundial las tasas de suicidio han disminuido en la tercera edad, que es la que históricamente tenía mayor prevalencia, y aumentaron en adolescentes”, justificó Juan Carlos Escobar, coordinador del Programa Nacional de Salud Integral en la Adolescencia del Ministerio.
El informe también advierte que existen diferencias por sexo. Entre los 15 y los 19 años, la tasa de suicidio en varones poco menos que triplica la de las mujeres. “Eso demuestra que hay cierta dificultad en los varones para exteriorizar el sufrimiento, uno de los ejes que estamos trabajando”, manifestó Escobar. También existen brechas entre las provincias. En el trienio 2011-2013 (últimos datos disponibles), Salta y Jujuy fueron las que tuvieron las tasas más elevadas: 20 suicidios por cada 100 mil adolescentes, seguidas por Chubut, Catamarca y Formosa.
Los especialistas coinciden en que faltan estudios para determinar las causas del aumento. “Se sabe que un 20% a 30% son personas con psicopatología severa que tendrían que estar bien diagnosticados y tratados. También hay indicios de asociación con el abuso sexual y los problemas en relación a comunicar la orientación sexual y el embarazo adolescente. Una vía común podría ser la falta de lugar de expresión de problemas que son sentidos como graves e irresolubles”, explicó Sigman.
Escobar agregó el consumo de alcohol y drogas, sumado al contexto socio-cultural en que están inmersos los chicos.
“Hay una mayor hiperconectividad donde se tiene acceso a situaciones que pasan en todo el mundo en cuestión de segundos y hay una dificultad para tolerar la frustración”.
Para Liliana Moneta, presidenta honoraria del Capítulo Psiquiatría Infanto Juvenil de la Asociación de Psiquiatras Argentinos, también hay una menor presencia de los padres y acompañamiento de calidad: “Los adultos no pueden marcar bien los límites. Y se percibe que los adolescentes están mucho tiempo solos”.
Otro de los problemas es la falta de especialistas en adolescencia y salud mental y de dispositivos de atención (ver recuadro). “Por cada suicidio, se supone que la persona contactó al sistema de salud entre tres y cinco veces por manifestaciones de problemas de salud mental. Ahí hay un sistema que no está respondiendo”, advirtió Sigman. Unicef está trabajando con el ministerio para capacitar equipos provinciales y fortalecer la prevención.
Otra de las iniciativas es crear asesorías de salud integral en escuelas secundarias. “Tenemos que generar espacios de comunicación de padres e hijos, que los adultos escuchen a los adolescentes, y crear mejores ámbitos para la participación”.
Faltan camas de internación
El Hospital de Emergencias Psiquiátricas Torcuato de Alvear, de CABA, atiende muchos de los casos de depresión e intentos de suicidio que ocurren en adolescentes.
Hasta allí llegan pacientes de todo el país. Es que a nivel internaciones, es común la falta de camas tanto en el sector público como en el privado. “En muchas provincias no hay especialistas, ni hay equipos de salud mental infanto-juvenil. Eso va en contra del diagnostico y del tratamiento más adecuado”, sostuvo Eduardo Rodríguez Garín, jefe de la Unidad de Adolescencia del Hospital Alvear. “Vemos que se hizo poco durante estos años en salud mental adolescente. Hay que trabajar sobre los factores de prevención, sobre el maltrato infantil, la violencia familiar y el abuso sexual. Esa es una de las causas fundamentales. Después, también el consumo de alcohol y drogas”, agregó. Para el especialista, miembro de la comisión directiva de la Asociación Argentina de Psiquiatría Infanto-Juvenil, el adolescente se deprime igual o más que el adulto, pero se nota menos. “El adulto tiene una historia, nota cambios en sí mismo. El adolescente no, está en un cambio permanente, no tiene una manera de poder medirse. Lo que le pasa, si está triste o no tiene ganas de vivir, lo toma como algo natural”.
Algunos de los signos a tener en cuenta para estar alertas son: desgano y tristeza, cambios de comportamiento, aislamiento, bajo rendimiento escolar e irritabilidad que se prolongan en el tiempo.