CIENCIA
Contra el TAb del silencio

Se llama cáncer

La historia de vida de un periodista que cuenta como está venciendo a la enfermedad que todos tememos y no queremos ni nombrar.

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El primero que se animó a ponerle nombre a la " larga y penosa enfermedad", fue el cirujano. Ya habían pasado seis meses y un raid por una docena de médicos: clínicos, gastroenterólogos, neurólogos, hematólogos, endoscopistas. Nadie se había animado a mencionarla, aunque las inyecciones de hierro que me aplicaban cada 48 horas no podían frenar una anemia galopante.

El cirujano había revisado el tajo de 15 centímetros, desprolijo, con el que abrió mi panza de arriba hacia abajo, a través del ombligo, y empezaba a explicarme los resultados de la biopsia de la pieza de 15 centímetros de colon que había extraído. "Adenocarcinoma", escuché. " Cáncer, cáncer de colon, bah", disparó con la sensibilidad de quien acostumbra cortar por lo sano.

Llamar a las cosas por su nombre, enfocó el objetivo. Entendí que lo que parecía una mala noticia podía convertirse en varias relativamente buenas.

La prevención y detección temprana son los pilares fundamentales en la lucha contra el cáncer. Llegué tarde a la primera. Pero la detección temprana había sacado por un tiempo mi nombre de la lista de 15 personas que mueren por día de cáncer de colon en la Argentina.

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El tumor de comportamiento maligno tuvo algunas consideraciones benignas. El goteo incesante de sangre delató su existencia y la cirugía se lo llevó antes de que se transformara en monstruo descontrolado. Pasé por una quimioterapia leve y me someto a sucesivos controles. Horas en tomógrafos y resonadores, endoscopías y festejos con cada análisis de sangre con índice carcinoembrionario dentro de los parámetros ideales. El “escaneo”, primero, fue cada tres meses; después cada seis y, pronto, será anual.

El cáncer no es una patología incurable. Siete de cada diez personas con cáncer pueden manejar la enfermedad y terminar envejeciendo como el resto. Las últimas investigaciones la estudian como una dolencia crónica que puede mantenerse a raya. Pero esa idea viva en los laboratorios no se traslada con la fuerza suficiente a la sociedad. Como en la Edad Media, el saber científico debe luchar contra un saber popular que repite sentencias de muerte o conocimientos desacertados, y desactualizados que conducen a soluciones mágicas y retrasan las posibilidades reales de recuperación.

"¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio", decía Einstein. La ignorancia implícita en el tabú paraliza y retrasa urgencias. La consecuencia: un tendal de muertes evitables más grande que el de los accidentes de tránsito.

En el proceso de tratamiento descubrí y descubro gente que se curó o convive con la enfermedad, pero que la mantiene oculta, en complicidad con su entorno familiar, por terror a la estigmatización social o por miedo a enfrentar el problema en toda su dimensión. El tabú del enemigo misterioso se agiganta y nos lleva a debatir en pleno siglo XXI, como lo hacía Hipócrates 500 años antes de Cristo, sobre el origen divino de las penosas y largas enfermedades.

(*) Editor Ejecutivo de la Revista Noticias