¡Buenos días, bienvenido a Alemania! ¿Podría invitarlo a un viaje por el país de los campeones del mundo? Aunque usted sea argentino y fanático de la albiceleste. No hay problema. Lo importante es que no sea un refugiado. Porque entonces sí que podría tener problemas en algunas regiones de nuestra isla de los bienaventurados. Pero ya hablaremos sobre eso más tarde...
Lamento que tampoco haya podido ser con la Copa América, y encima contra Chile. Au backe! (¡Ay!). Para nosotros sería como perder contra Holanda. Ganar el Mundial nos alegró muchísimo (qué bien empujó la pelota al arco Mario Götze, ¿no?). Pero desde entonces se nos complicó. En las eliminatorias para la Eurocopa perdimos 2 a 0 contra Polonia. Después fue 1 a 1 contra Irlanda y sólo 4 a 0 contra Gibraltar... Por cierto, en la última temporada Götze estuvo mucho tiempo en el banco del Bayern en Munich, que devora a todos los futbolistas prometedores; el dinero no importa. Como el Barça en España: igual de aburrida es la Bundesliga.
Nuestra política también es aburrida. Cuando los estadounidenses y su NSA no andan escuchando los celulares de nuestros políticos, o la UE no tiene que resolver la crisis financiera de los griegos, acá no pasan muchas cosas. En Berlín, nuestra capital cool y relativamente económica, nos gobierna actualmente una gran coalición entre los demócrata-cristianos (CDU) y los socialdemócratas (SPD), con una mayoría del 80% en el Parlamento. Entonces, la oposición de la izquierda y los Verdes sólo puede molestar hasta cierto punto; la cosa está tranquila en el país.
Angela. Hay dos motivos para ello: la situación económica y Angela Merkel. Nos gusta nuestra canciller precisamente porque actúa con mucha modestia y calma; pero decir que la “amamos” sería exagerado. No tiene el carisma de Barack Obama, no dice frases tontas como decía Silvio Berlusconi ni se las da de macho como Vladimir Putin. También es –¡perdón!– menos arrogante que sus colegas Kirchner y Rousseff. Pero es astuta la señora Merkel, hija de un pastor, física y oriunda de Templin, al norte de Berlín. Dicen las malas lenguas que da lo mismo qué partido tiene la mayoría. Lo importante es que Angela Merkel sea canciller. Recientemente, el jefe de gobierno de uno de los estados alemanes, miembro del SPD, sugirió que en las próximas elecciones parlamentarias su partido no necesitaba un candidato propio a canciller, porque la señora Merkel hacía su trabajo “con suma distinción”. Esto provocó la protesta: ¿el partido más antiguo y el segundo más fuerte de Alemania sin candidatos propios a canciller? ¿Y si el jefe del SPD, Sigmar Gabriel, hoy vicecanciller y ministro de Economía, tuviera chances en las próximas elecciones, en 2017? Difícil de imaginar hoy en día.
Los críticos afirman que Angela Merkel no tiene visión, que defiende lo que caiga mejor en las encuestas. Así sucedió con la reforma de la energía después de la catástrofe nuclear de Fukushima, en Japón, el 11 de marzo de 2011. Durante décadas, las fuentes ecológicas y renovables de energía fueron una visión de los Verdes. Pero después del accidente de Japón el gobierno ya no tan conservador de la CDU con Angela Merkel a la cabeza promovió el uso en Alemania de fuentes de energía renovables, como la eólica y el biogás, se apagaron centrales nucleares y se cobraron impuestos al carbono. A nosotros los alemanes siempre nos gusta vernos como precursores en el combate contra el cambio climático... siempre que no se afecten nuestros propios autos. La cilindrada de nuestros coches crece con cada año que pasa, aunque cada vez menos jóvenes sueñen con tener un Mercedes, un Porsche o un BMW. En Colonia, Hamburgo, Munich o Münster es cada vez más chic andar en bicicleta o compartir un auto.
Por eso, en las regiones montañosas de mediana altura y al norte y al oeste de nuestro país crecen bosques de turbinas eólicas, más de las que los holandeses jamás se animaron a construir. Incluso en el mismísimo Mar del Norte. Estas turbinas producen electricidad sin dióxido de carbono ni radiactividad. Pero ¿cómo llega esa electricidad al sur, donde hay un boom económico, para alimentar las gigantescas fábricas de BMW y Bosch, Audi y Daimler? La respuesta de la mayoría de los alemanes: “Me da lo mismo, pero que no sea con postes frente a la puerta de mi casa”. Todos quieren energía limpia, pero nadie quiere tendidos eléctricos en su barrio y hasta se creó una iniciativa ciudadana para evitarlos. Así, Alemania choca con problemas como el “esparragamiento” del paisaje (por la forma alargada de las turbinas eólicas).
Jóvenes y griegos. Por lo demás, sin embargo, somos una “isla de los bienaventurados”. Nuestra economía marcha a paso firme, sobre todo las exportaciones. Como siempre, Alemania está en el tercer puesto detrás de China y EE.UU., pero nuestros vecinos en la UE tienen grandes problemas. En nuestro país, la desocupación juvenil es del 7,7%; en España, 53,2%; y en Grecia, 52%. Nuestro problema es que tenemos demasiados jóvenes que quieren trabajar sólo con la cabeza, no con las manos. Cada vez más gente que termina el secundario apunta a la universidad, mientras que los trabajadores manuales buscan sucesores desesperadamente. En julio todavía había más de 11 mil vacantes de formación para 2015. Algunas empresas cortejan obreros calificados como gallos en pleno ritual de apareamiento con sus gallinas. Por eso aquí también prueban suerte jóvenes españoles, italianos o polacos. No les faltan oportunidades... siempre y cuando hablen alemán, estén bien calificados y adapten su temperamento sureño al frío de la provincia alemana.
Resulta que también necesitamos a los extranjeros, porque tenemos muy pocos trabajadores manuales, obreros calificados e ingenieros, y porque somos cada vez menos y más viejos. En pocos países del mundo nacen tan pocos hijos por mujer como en Alemania: 1,4. A pesar de ello, nos caen simpáticos los extranjeros de la UE: británicos, escandinavos, holandeses, franceses, italianos; también los polacos y los checos. No tanto los rumanos y los búlgaros, aunque pertenezcan al club de los 28 Estados miembros de la UE. Pero, claro, son los más pobres.
Entre estos últimos también están los griegos. A fines de agosto, el Parlamento alemán aprobó un tercer paquete de ayuda para Grecia en Berlín, con 63 votos en contra del partido de Merkel. Para esto, los griegos tuvieron que aceptar duros requisitos y nos odian. Porque nosotros –sobre todo el ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, y la canciller Merkel– los agarrotamos con imposiciones de austeridad. Los Estados miembros más pequeños al este quieren ser todavía más duros con los helenos. A nosotros no nos caen mucho mejor “los griegos” porque tendremos que pagar los platos rotos de décadas de despilfarro en su economía. Actualmente, Grecia debe a los contribuyentes y bancos alemanes unos 100 mil millones de euros, más que a cualquier otro país de la UE. En la prensa amarilla, viejos clichés y prejuicios celebran su regreso, mal que le pese a la Europa unida; los populistas están en boga en casi todo el continente. Por suerte la burocracia y la diplomacia funcionan en la UE, en cuyo ADN está llegar a un fino y equilibrado compromiso en todo.
Pero Alemania tiene un problema más grande: se estima que cada año llegan a nosotros 750 mil personas que tienen problemas mucho más graves en sus tierras natales: guerras, persecución, hambre, violencia. Esto es todo un tema para nosotros. Los sirios, eritreos, albaneses, kosovares, iraquíes, afganos, nigerianos y serbios que atraviesan el Mediterráneo, Grecia y los Balcanes para llegar hasta nosotros dividen a Alemania entre agitadores y ayudantes. Unos acosan por internet y frente a los albergues de refugiados a los “asilados, parásitos, refugiados económicos ” y cosas peores. Algunos atacan o incendian edificios en los que se alojan refugiados. Otros –gracias a Dios, todavía son mayoría– tienen mejores intenciones para con los refugiados. Sin el compromiso voluntario de muchos ciudadanos las autoridades estarían todavía más desbordadas.
En Passau, en la frontera con Austria, donde por la noche los contrabandistas dejan en la autopista a refugiados que después deambulan sin rumbo por la zona, la violencia y la miseria del mundo chocan contra el idilio veraniego del próspero mundo bávaro. Una pueblerina hace entrar a la agotada familia siria a la casa y les da agua y pan con queso mientras sus vecinos reniegan: ella recibe todavía más gente, como si los refugiados fueran gatitos de la calle. Los puestos de recepción del Estado están desbordados y se reformaron cuarteles vacíos. Cuando a mediados de agosto comenzó el ciclo lectivo en Renania del Norte-Westfalia, el estado alemán más poblado, en muchos lugares no se dictaron clases de Educación Física porque los refugiados fueron instalados en los gimnasios. Las reglas y el cuidado de los alemanes, desarrollados en pos de la seguridad y la justicia, suelen impedir reaccionar y tomar decisiones rápidamente, y así policías, funcionarios públicos y ciudadanos intentan resolver el problema y ayudar lo más que pueden... y se los deje. En algunos lugares se insultó a los voluntarios, en Turingia y Sajonia, hubo ataques aislados. Los agresores son aquellos que no quieren que la nueva situación mundial les toque a la puerta, porque tienen miedo y no saben mucho sobre eso.
Dilema. Alemania enfrenta un dilema terrible. Le encanta ayudar al mundo y convertirlo en un lugar más justo después de haber causado tanto dolor en Europa hace 75 años. Pero también nos enfrentamos directamente a la miseria del mundo, que parece interminable. Se puede entender de forma racional que uno de cada cuatro libaneses sea un refugiado, tan sólo una ínfima fracción de los 60 millones de refugiados de todo el mundo que llegan a Europa. Pero saberlo no trae calma; como tampoco saber que tras la Segunda Guerra Mundial recibimos a doce millones de exiliados de Europa Central y del Este o que en el siglo XIX unos 5 millones de alemanes huyeron para buscar una mejor vida en América del Norte y del Sur, Rusia y también Sudáfrica y Australia.
Uno de los pocos que exhortan a nuestro continente a asumir su responsabilidad es su compatriota Jorge Mario Bergoglio. El papa Francisco, que nos une a alemanes y argentinos (por lo menos a los cristianos), y que también entusiasma a los que no son católicos. La gente de buen pasar suele entusiasmarse ante los pedidos de un estilo de vida más modesto. Además, claro, esperamos que Francisco liberalice un poco la Iglesia y ponga las cosas en orden. No obstante, el arzobispo Georg Gänswein, al que conocemos sobre todo desde que estuvo junto al papa Benedicto, advirtió: “Francisco no es como pensamos que es”. Nosotros, los liberales y templados católicos alemanes, seguimos extrañados.
Es así que en 2014 se produjo un éxodo de fieles sin precedentes en las dos grandes iglesias, más de 200 mil personas sólo en la católica. La esperanza de un “efecto Francisco” que volviera a entusiasmar a más gente a adoptar el credo y la Iglesia católicos engaña. Gänswein no estaba completamente equivocado: la fe alegremente profesada por Francisco y sus pedidos por más justicia y ajustes en nuestro estilo de vida exigen que uno cambie. Pero ninguno de nosotros quiere cambiar tanto. Hay muchas cosas que andan muy bien en Alemania, aunque no lo admitamos, refunfuñemos y critiquemos todo... El próximo partido entre nuestras selecciones podríamos hacerlo juntos.
Vinos y besos
Pedantes, aburguesados, aplicados, faltos de humor: esos son algunos clichés del mundo sobre los alemanes, y también como ellos se ven a sí mismos. Un libro actual (Wie Wir Deutschen ticken, “Cómo funcionamos los alemanes”, en traducción libre, de 2015) analizó muchos sondeos de opinión: algunos prejuicios tienen fundamento.
Por ejemplo, respecto del consumo de bebidas alcohólicas. Alemania es considerado el país de la cerveza. Pero de poder elegir entre vino y cerveza, la mayoría de los alemanes elige el vino. El 70% de los alemanes admite ser siempre puntual, o sea, llegar en el lapso de cinco a diez minutos. El 62% afirma ser escrupuloso.
Pero la mitad también opina que en Alemania la gente se abraza poco. Más de 80% de los entrevistados prefiere “besuquearse” como forma de contacto.
*Periodista, editor de semanarios católicos en Osnabrück, Alemania.
Traducción: Santiago Farrell Rodríguez.