Desde hace 16 años, en un vacío comedor del antiguo Hospital Borda, por los anchos pasillos circundantes resuenan los sonoros acordes tangueros y es posible ver un amplio grupo de pacientes, voluntarios y terapeutas ensayando pasos del baile porteño por excelencia, mientras olvidan, o curan –por un rato– sus patologías. Se trata de los participantes del taller “Todos estamos locos por el tango”, una actividad que se realiza dos veces por mes en el mayor hospital neuropsiquiátrico público de la Argentina.
Bailar un tango puede ser un momento sensual, un divertimento o un hecho artístico, pero “para los pacientes del Borda es un espacio de aprendizaje, de producción propia, de conciencia del cuerpo y de conexión”, afirma el psiquiatra y actor Guillermo Hönig, el jefe del servicio 25B, donde se realizan diferentes talleres como parte de los tratamientos cotidianos y al que se suman solidariamente varias aficionadas a las milongas.
En ese grupo está la psicóloga Silvana Perl, ideóloga e impulsora hace ya tres lustros del taller de tango. Perl se encarga de recorrer personalmente los grandes pabellones del hospital media hora antes de la clase para convocar a los pacientes.
A todos los que se cruza les entrega un volante y los invita al baile. La mayoría se resiste, y aparece el desgano típico asociado con muchas de estas patologías. “No sé bailar”, “hoy no tengo ganas”, dicen. “No tengo tiempo”, agrega un interno que espera en una fila la entrega de su medicación.
Pero Perl detalla que “el taller es un momento de ruptura en el hospital. La idea es generar una irrupción en la vida abúlica de los pacientes esquizofrénicos. El ruido artístico produce un efecto de despertar y también convoca a la conexión”, explica.
La recorrida y el entusiasmo de la psicóloga dan sus frutos y regresa al salón que oficia de pista, en el segundo piso del Servicio 25B, rodeada de media decena de varones que la siguen por las calles internas del hospital que actualmente alberga a unos seiscientos internos. “Es un alumnado aleatorio. Viene el que quiere y el que puede”, detalla la psicóloga.
“Es una clase de tango común. Acá todos tratan con responsabilidad de cumplir con las figuras, no de manera sumisa sino intentando asimilar. Ponen todo para hacer algo que, minutos antes, era impensado”, explica Roque Silles, uno de los profesores. Y aclara que “para el taller, se exige respeto a la puntualidad y al aseo”.
“Hace cinco años que estoy internado y dos años que vengo a todas las clases, me gusta mucho”, cuenta Dany, de 41 años, que reconoce que prefiere escuchar cumbia, pero a la hora de bailar no le teme al dos por cuatro.
La clase incluye la crítica constructiva entre los alumnos y culmina con un tango emblemático –Cambalache– entonado a coro por todos los asistentes.
“Los psicóticos son receptores pasivos, pero con el tango se vuelven emisores. Buscamos que el hombre se sienta y se reconozca como hombre. Acá llega un paciente y se va un alumno. Y todo con una sonrisa”, cuenta con entusiasmo Laura Segade, otra de las profesoras que hace ya siete años acompaña este proyecto.