Argentina parece ir siempre a contramano del deber ser.
Frente a la crisis económica se necesita tranquilidad y seriedad para no agravar la situación de los más desfavorecidos. El clima de crispación que trasladan las autoridades impide la calma para enfrentarla. El pánico del Gobierno no es buen consejero para tomar decisiones. Por eso se equivocan. La desesperación los lleva a la locura. Sólo así se entiende la candidatura de Kirchner, pingüino de pura cepa; o su presión sobre Scioli para igual cargo, sabiendo que nunca asumirá. O la imposición a los intendentes como candidatos a concejales.
En tiempos difíciles es más necesario el diálogo plural que dé sustento a políticas de largo alcance. Sólo estas certezas pueden llevar sosiego a la población que valora la tolerancia, el respeto y el consenso. Pero en la Argentina, la confrontación permanente y la descalificación de quienes piensan distinto han evaporado la ilusión de una democracia real, porque el Gobierno no acepta que existan otras fuerzas en el escenario político ni ven como posible una derrota electoral. “Perder no está en nuestros cálculos”, repiten los cortesanos del matrimonio reinante. Plantean un escenario catástrofe, desconociendo que cuando se compite, se gana o se pierde. Que el pluralismo y la alternancia son condiciones de la democracia, y que una derrota serviría hoy para fortalecer el sistema, facilitar el control y poner límites al ejercicio del poder. La catástrofe, en realidad, es que quienes gobiernan no acepten perder y crean que el mandato que recibieron tiene una cláusula de perpetuidad hereditaria.
Cuando las cosas no se ven bien, hay más reclamos por el trabajo, la educación, la salud y la seguridad. La sociedad empieza a ver que estos derechos que la Constitución le garantiza se esfuman cada día. La caída de la actividad productiva y el riesgo de pérdida del empleo es una noticia impactante en una Argentina que tiene capacidad para alimentar al mundo en un tiempo en que, desde todos los rincones, el hambre llama a quienes pueden producir y vender alimentos.
El dengue, enfermedad de la pobreza derivada de la falta de políticas de prevención y de la negación del problema para enfrentarlo a tiempo, es la contracara de un país que transfirió al mundo profesionales de la ciencia y la investigación. Pero es la consecuencia inevitable porque esta provincia sólo invirtió en 2008 $ 1,3 millón en el Programa de Zoonosis Urbanas y Rurales, mientras que gastó en celulares, durante el mismo período, $ 8,6 millones. O sea, que el gobernador gastó $ 6,6 en celulares por cada peso destinado a un programa para evitar la enfermedad. Mientras tanto, para ellos, la inseguridad es sólo una sensación. Que sólo padecemos quienes andamos por la calle sin guardaespaldas ni transporte aéreo. Porque ellos no sufren eso que llaman “una sensación”. Aumentó la inseguridad y la violencia, y es mentira que se esté ganando la batalla contra la droga. Al contrario, los narcotraficantes, que actúan con absoluta impunidad, van ganando a muchos de nuestros niños y jóvenes, inocentes y desprotegidos frente al accionar mafioso que nos puso entre los países de mayor riesgo en la región.
Siempre frente al delito debe haber sanción. En un país democrático, el Estado está para evitar que haya delitos, asegurando el acceso a la educación, a la vivienda, al trabajo, y el funcionamiento eficaz de las estructuras públicas que tienen a su cargo el tratamiento del delito (Policía, Justicia, Servicio Penitenciario).
Hay funcionarios que encubren su propia incapacidad y justifican la parálisis protectiva en el discurso de la exclusión, sin reconocer que los niveles de desigualdad son también la consecuencia de sus mismas acciones, o de la falta de ellas. No hay voluntad de terminar con el delito porque se tocan negocios, intereses y hasta la financiación de la política (ver declaraciones juradas de aportes de Southern Winds a la campaña presidencial de Néstor Kirchner y de los empresarios asesinados en la causa de la efedrina a la campaña de Cristina Fernández).
Vamos a contramano del deber ser y nos escandalizamos del muro de San Isidro sin reconocer todos los muros que toleramos para no ver la pobreza extrema o para disimular la corrupción en los altos niveles de decisión; todos los muros que se han puesto para impedir el acceso a la verdad y a la información pública; todos los muros que nos permiten “no ver” lo que incomoda la vista, lo que nos puede hacer indirectamente responsables de lo que nos pasa. Porque el único idioma que entiende la política es el voto. Y en la provincia de Buenos Aires hace 22 años que gobiernan los mismos, gracias a los votos que han obtenido. Todavía estamos a tiempo para volver a andar por la mano que nos corresponde para demostrar que podemos crecer y asegurar una vida mejor para todos y todas. Siempre que evitemos caer en la tentación de las repeticiones, aunque puedan llevar traje de luces y parezcan que han cambiado de color.
*Presidenta de la Coalición Cívica Provincia de Bs. As.