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oficialismo y oposicion

A la búsqueda de mensajes electorales

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La calle empezó el año registrando buenas señales económicas: sostenido ritmo de actividad, crédito activo, inflación sin acelerar. El clima social se tranquilizó un poco. El Gobierno volvió a producir un enero caliente en el frente agropecuario, abriendo un nuevo conflicto con los productores cuando las cosas parecían tranquilas (errare humanum est, pero no aprender de los errores es otra cosa; parece que esto obedece a una visión estratégica que supone que el conflicto gratuito, por alguna razón difícil de desentrañar, es conveniente para el oficialismo). En cuanto a la política, sigue confusa.

En el frente electoral, ya parece claro que la presidenta Cristina Fernández será candidata a la reelección y Daniel Scioli a gobernador de Buenos Aires. Las encuestas coinciden en sus estimaciones de las intenciones de voto: en casi todas, la Presidenta estaría ganando hoy la elección en primera vuelta; esto es, estaría llegando al umbral del 40 por ciento o superándolo y ningún posible adversario supera el 20 por ciento. Quienes se mortifican por esto elucubran supuestas razones por las que ella no sería candidata o conjeturan desastres económicos o sociales de magnitud suficiente para cambiar esas tendencias. Casi nunca se escucha hablar de estrategias opositoras inteligentes para enfrentar a una candidata que se perfila ganadora.

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Dentro del oficialismo hay quienes se sienten incómodos con la consolidación de Scioli en Buenos Aires y como el único eventual candidato fuerte en el caso de que Cristina Fernández desistiere de ir por la reelección. Esas expresiones de disgusto hacia el gobernador no hacen más que fortalecerlo ante la opinión pública, a la que le cae bien ese posicionamiento consistente en estar con el Gobierno pero no tanto –o, inversamente, estar afuera pero no tanto, como fue el caso de Cobos–. Del lado de los opositores, parte del problema de desorientación que los aqueja es que no logran descubrir cuáles son las dosis adecuadas de cercanía y distancia del Gobierno que resultan óptimas para conseguir votos.

El oficialismo no necesita un mensaje para captar votos. La realidad tal como está y Cristina Fernández candidata por ahora son suficientes para una victoria en octubre. Cualquier otro mensaje puede ser contraproducente –como se vio con Néstor Kirchner en Buenos Aires en 2009–.

Pero la oposición sí necesita un mensaje. Ninguno de sus candidatos y ninguna de las diversas agrupaciones que la conforman hoy representan en sí mismas algo atractivo para el electorado. Para descubrir el mensaje efectivo, los candidatos opositores se enfrentan a una pregunta de difícil respuesta: ¿es la política del Gobierno la que genera apoyo, o es la Presidenta por sí misma, o es la sensación de gobernabilidad que ella asegura? Un dato ilustrativo es el siguiente: un tercio de la población ve el futuro con ojos optimistas, algo menos de un tercio lo ve pesimista y algo más de un tercio cree que todo seguirá igual. Los optimistas son menos de los que hoy votarían a Cristina; los pesimistas votarían algún opositor; el segmento electoralmente crítico es el de los que tienen expectativas indefinidas, que no ven las cosas del todo bien pero tampoco del todo mal.

La oposición no encuentra esa respuesta. Algunos candidatos parecen pensar que el problema es la Presidenta, o su entorno, y no sus políticas. Otros, al contrario, critican las políticas. Algunos hablan de que todo está horriblemente mal y no sintonizan con la mayor parte de la ciudadanía.

Un tema recurrente es el agro. Está claro que la mayoría de la población ve con simpatía al agro y no apoya al Gobierno en ese plano. Pero eso no alcanza para una diferenciación. De hecho, la misma Presidenta había empezado a recorrer un camino discursivamente más amigable con el agro, hasta que volvió a aceptar las ideas “estratégicas” de quienes se mueven en su entorno buscando frentes de confrontación.

Esa masa de algo más de un tercio de la población que no está segura de ver el futuro con expectativas favorables o con temor, que no ha definido todavía su voto y espera porque no tiene apuro, es la que definirá la elección presidencial. Así como están las cosas, un número suficiente de esas personas terminará concediendo a la Presidenta su reelección. Es entendible por qué podrían hacerlo. No es tan entendible por qué no aparecen estrategias fuertes para intentar revertirlo.


*Rector de la Universidad Torcuato Di Tella.