A este río que es el nuestro suelen llamarlo “padre del mar”. Según dicen, Paraná significa en lengua de los pueblos originarios (ridícula manera de decir indios) pariente del mar. Bueno, ¿padre o pariente? Sí, un padre es, sin duda, pariente de sus hijos, pero un pariente importante, casi El Pariente, así con mayúsculas. Y es un buen ejercicio de la fantasía tratar de imaginar continentes surcados por ríos y más ríos que van a dar a la mar como dijo el poeta, que se llenan de sal no sé muy bien por qué ni cómo, y que entre todos dan nacimiento a los mares y a los océanos. Un disparate, claro; pero los disparates son interesantes (y acoto que las locuras también).
Ahora, si una se pone razonable, nada mejor que ir a los librotes que hablan del tema. No de las locuras pero sí de los ríos. Y yo voy a mi diccionario favorito que es el que compiló en 1611 cuando todavía no había diccionarios y la gente se las arreglaba con colecciones de palabras llamadas “tesoros” mi amigo (¡ojalá!) el capellán del rey Felipe II, don Sebastián de Covarrubias Horozco. El dice que un río, como nuestro Paraná, es una cosa viva “caudalosa de muchedumbre de agua”, y abra usted los ojos ante esa deliciosa imagen. También dice que ría es como río pero “grande cuando emboca en la mar, poderoso y extendido”. Como el de La Plata allá junto a Buenos Aires. Y que “riachuelo, vale arroyo”, como tantos, inofensivos salvo cuando se salen de madre. Y acá, muy a mi pesar pero el espacio es tirano, lo dejo en medio de las aguas pero en cualquier momento la seguimos y hablamos por ejemplo del Jordán.