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fantasmas

A las piñas

1-11-2020-Logo Perfil
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Hay tópicos literarios que parecen imponerse para la duración infinita y luego uno descubre que son imperativos de época; uno puede advertir cuando aparecen, es más difícil determinar por qué se imponen como una triste o dichosa obligación para un escritor, y por simple extinción resulta fácil notar cuando desaparecen: se convierten en parte de la historia de la literatura como tema. Así, por ejemplo, hubo un período de compadritos y puñales (compadritos que mataban en duelo o lo rehusaban; puñales que brillaban a la luz de la luna, se empañaban de espléndida sangre, puñales que buscaban quien los empuñara; etc); así también, hay un ciclo conurbanense con sus éxtasis y miserias, con, lumpenaje, drogas, birra y peronismo; y otro, más reciente, de violaciones intra y extrafamiliares y abortos y violencias de género, y persiste el ciclo de la ficción autobiográfica. Podemos decir cómo es la literatura del presente considerando las lecturas de nuestro pasado de lectores, solo que no sabremos nunca explicar bien qué es lo que hacemos, trabajo que resulta conveniente dejar al arbitrio de una ajena voluntad.

Lo cierto es que en esta marea, hubo un tiempo en que para sacar registro de escritor había que escribir algún relato sobre box (siquiera de lucha libre); obviamente, no alcanzaba con un relato de voluntades en pugna sobre el ring. El autor tenía que conocer nombres, usos y costumbres del noble arte de percudirle el hígado, vapulearle el estómago, quebrarle las costillas y romperle la jeta al adversario, paso previo a desparramarlo sobre la lona. No fue mi época, por fortuna. A mi generación ni de las que siguieron, y tal vez por exceso en la frecuentación de generaciones anteriores, el box se le había borroneado como asunto. 

Sin embargo, me quedó una curiosidad y hasta el día de hoy sigo viendo peleas retro que me ofrecen generosamente los algoritmos de Facebook; asisto a las ceremonias de pesaje, durante las que contendientes que no se odian fingen ser gorilas amenazantes y desparraman advertencias sobre la cara del contrario; luego, sin entender ni medio del asunto, técnicamente hablando, veo la suerte de combinaciones velocísimas, admiro la destreza del estilista versus  la perseverancia del peleador, me identifico con la resistencia del vapuleado, me vuelto un toro con la obstinación del fajador… El boxeo es una escuela que enseña algo que uno nunca termina de saber bien qué es, y en eso consiste buena parte de su fascinación.

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En 1974 se enfrentaron Muhammad Alí y George Foreman. Más viejo y menos fuerte que Foreman, durante los días previos a la pelea Alí se ocupó de desgastar psicológicamente a su rival llamándolo “el campeón de los blancos”, pidiendo al público que le pidiera que lo matara, etcétera etcétera. Iniciado el combate, durante los primeros rounds dejó que Foreman se desgastara sobre el ring (cuarenta grados de calor: peleaban en Kinshasa, Congo) tirándole esos manotazos capaces de desnucar osos, uno detrás de otro, mientras él lo esquivaba como una serpiente o lo abrazaba de maneras lícitas e ilícitas y se burlaba diciéndole: “¿Esto es todo lo que tienes, George?”. Resultado: Foreman bufaba de impotencia y perdía fuerzas y aire y, mediada ya la pelea, Alí lo despachó con un par de guantazos que hasta yo habría aguantado. Foreman cayó solo y pidiendo un pulmotor.   

Después de esa derrota, Foreman se deprimió, tuvo sus idas y vueltas, se hizo pastor evangelista y dos décadas más tarde, ya gordo, fofo y pelado volvió al ring para agarrarse a piñas con boxeadores que podían haber sido sus hijos; mayormente los derrotó y se retiró lleno de dinero y de gloria deportiva a los cincuenta. Todo esto sirve para contar que en una reciente entrevista, Foreman declaró que el Foreman de los años 90 habría derrotado al Foreman de los 70 y al Muhammad Ali de cualquier época, porque el poder de sus puños ya no era su fuerza sino su inteligencia. La sabiduría te la da el tiempo, y lo que uno puede leer en su afirmación es que las personas reales apenas sí existen; somos los envases que nuestra mente ocupa para pelear contra fantasmas.